Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Adiós, Belfast! Hola, Kabul

Autor:

Luis Luque Álvarez

1969: Tropas británicas patrullan las calles norirlandesas. Foto: BBC Para unos significa el fin de «una presencia militar opresiva»; para otros, la despedida de «nuestros amigos y colegas del ejército (británico)». Para todos, la señal de que mejores tiempos han llegado a la otrora violenta Irlanda del Norte.

Con el último día de julio, culminó la Operación Banner, una movilización sin precedentes de las fuerzas armadas del Reino Unido, comenzada en 1969. El objetivo, en aquel entonces, era llevar la «normalidad» al Ulster mediante el respaldo directo al Royal Ulster Constabulary (RUC), la fuerza policial encargada, más que de mantener el orden, de poner a salvo los intereses de los protestantes favorables a la unión con Gran Bretaña, quienes señoreaban crudamente sobre el sector católico partidario de la integración en la República de Irlanda, y discriminado en derechos tan elementales como el acceso al empleo y la vivienda.

Fue una época difícil. The Troubles (Los Problemas) era y es el sustantivo empleado para referirse a ese tiempo en que se multiplicaban los enfrentamientos entre quienes pretendían mantener sus privilegios, y quienes se rebelaban contra su condición de ciudadanos de segunda clase por razón de sus ideas políticas y su credo religioso.

Así, mientras el coronel Wayne Harber, comandante de una brigada de infantería, señala orgulloso que «durante más de 30 años, en los momentos más oscuros y angustiantes, cuando la policía necesitó ayuda, los soldados del ejército británico estaban allí», un diputado del partido independentista Sinn Fein, Gerry Kelly, recuerda que los militares «entraban en las casas por la noche y contaban a todos los que estaban dentro, incluidos los bebés». De modo que no todos tendrán motivos para sentir una cariñosa nostalgia por los que se marchan.

No obstante, hoy la realidad es otra, y hay dos factores que llevan a decretar el fin de la Operación Banner. Por un lado está la disminución real de la violencia. Tras los Acuerdos de Paz de 1998 —y no sin puntiagudas rocas en el camino— Irlanda del Norte ha ido normalizando su vida social y política. Aunque en Belfast, la capital, aún un muro sirve de frontera entre los vecindarios católicos y los protestantes, también es cierto que desde mayo está en funciones un gobierno autonómico compartido entre ambos sectores. Las diferencias se dirimen con palabras, no con balas antimotines ni con botellas incendiarias contra la casa del adversario.

Se suma a esto que una Comisión Internacional de Desarme comprobó en 2005 la destrucción de los arsenales del Ejército Republicano Irlandés (IRA), cuya liquidación era el objetivo central de los militares británicos. Hoy, ya desarmado el IRA, ¿a quién apuntar? «¡Vámonos a casa!».

Ahora bien, no por menos divulgada, la siguiente razón es menos socorrida. Si en los momentos más explosivos Gran Bretaña destacó 30 000 soldados en el Ulster, ese número se fue reduciendo desde 1998. A partir de hoy quedarán allí solo 5 000 —el nivel de un regimiento en tiempos de paz—, y estarán involucrados no en tareas de seguridad, que para eso está la nueva policía del Ulster, sino en el adiestramiento necesario para ser enviados a sitios menos idílicos que las praderas irlandesas: Iraq o Afganistán...

En el primer país, el Reino Unido tiene desplegados 5 500 efectivos, y 7 000 en el segundo. «Coincidentemente», a estos últimos, se les sumarán otros 700 en un futuro cercano. Y como no se pronostica que la tormenta iraquí amaine, al tiempo que los talibanes mejoran aceleradamente la puntería contra las tropas de la OTAN, pues Londres se las arregla para extraer del Ulster las fuerzas que no le sobran. O mejor dicho: que no le alcanzan, según reconoció el jefe del ejército, general Richard Dannatt, al afirmar que ese cuerpo no tiene a la mano personal suficiente para enfrentar siquiera una emergencia interna.

Por ahora, al menos, ya pueden disponer del puñado que quedó en el Ulster. Pero el nuevo premier británico, Gordon Brown, bien podría pellizcar bajo el mantel a George y susurrarle: «Please, my friend: ¡ni una guerrita más!».

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