Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Derechazo cultural

Autor:

Juventud Rebelde
La posición de Cuba ante los turbios y sórdidos negocios que giran en torno al deporte, ha promovido el debate en el seno de la opinión pública nacional, donde se advierten matices y percepciones diferentes.

El robo de talentos en la esfera deportiva suele hacer tanto daño como el dopaje de atletas. Pueden parecer asuntos inconexos, pero a su alrededor se mueven las mafias y el dinero corre a raudales en cifras millonarias.

El hombre no solo es sujeto, sino objeto de esta espiral especulativa. Se le oferta y demanda al estilo de las bolsas financieras. Es un problema internacional. Sus tentáculos y efectos penden también sobre Cuba. De ahí la denuncia de ambos fenómenos que ensombrecen el noble propósito de la práctica del deporte universalmente: mente sana en cuerpo sano.

La credibilidad de las hazañas deportivas se afecta. La fama y la inmortalidad se comprometen. Tal es el caso de Barry Bonds, el sluger de los Gigantes de San Francisco, de la Liga Americana, quien en fecha reciente igualó, con 755, el récord de jonrones que ostentaba desde hace 33 años el mítico Hank Aaron. El sucesor de esta gloria del deporte de las bolas y los strikes colocó su hazaña en el terreno de la duda, por el uso frecuente de esteroides.

Cuando la opinión pública nacional reflexiona acerca de estos temas, la figura de Teófilo Stevenson, «una leyenda del deporte cubano que rechazó en la década de 1970 una oferta millonaria para desertar en Estados Unidos», como señaló un despacho de la Agencia Reuters, desde La Habana, resulta una referencia necesaria.

El propio Stevenson, entrevistado por la referida agencia noticiosa, oferta una apreciación clave, en mi criterio, cuando califica de «incultura» la actitud de quienes, por una u otra razón, se sienten tentados por las jugosas ofertas de los regentes del deporte rentado. Tal apreciación del tricampeón olímpico y mundial de los pesos pesados merece ser analizada en todo su alcance. En particular, de cara al futuro, para la formación de jóvenes atletas en las diferentes disciplinas, quienes representarán a la Patria en eventos internacionales, en la propia medida en que respondan a patrones de integralidad como para merecerlo.

Las palabras dignidad, decoro, vergüenza, lealtad y deber rebasan, en mucho, los estrechos límites de una consigna de ocasión. Necesitan ser conceptualizadas e incorporadas a la conducta del individuo, para que en los avatares de la vida, siempre imprevisible, este tenga la acción y reacción que de él se espera como ciudadano, en el orden individual y colectivo.

El problema esencial no solo está en ofrecer más o menos manuales teóricos, útiles y necesarios, para saber de dónde venimos y hacia dónde vamos, sino en incorporar valores reales y sustentables a la persona en el aula de la cotidianidad. La información es como una brújula para que el individuo pueda orientarse en los complejos procesos del mundo de hoy. Su dominio requiere estar al mismo nivel que las habilidades técnicas del atleta.

De los abuelos y bisabuelos heredamos muy buenos hábitos y costumbres, que nos ayudan a desandar los vericuetos de la vida. Sin embargo, a no pocos de ellos les faltó letra y escuela para lecciones de moral y cívica, lo cual no fue óbice para que la eticidad familiar se tornara tradición.

Una personalidad de la cultura y la política del país como Armando Hart Dávalos, expresó en un discurso pronunciado al inicio del período especial, a propósito de la responsabilidad social del arte y del artista —y de cuyo texto la revista Bohemia publicó un extracto—: «Analícese cualquier problema práctico de nuestra vida, allí donde hayamos logrado avanzar moralmente o allí donde se observa determinado déficit y se encontrará de trasfondo, un fenómeno relacionado con la educación y la cultura del país...».

El referido intelectual revolucionario, entrevistado por el periódico capitalino Tribuna de La Habana en los albores de los años 90 del pasado siglo, acerca de cómo hacer para dar al traste con la corrupción, las conductas antisociales y delictivas que comprometen la existencia de la nación, comentó que la cultura es un termómetro, y llamó a no botarlo, «porque si botamos el termómetro porque tiene fiebre, nunca sabremos atenernos a la realidad».

Estas consideraciones de Hart validan esta otra pegada precisa de Stevenson en el terreno de las ideas, al recordarnos, desde su gloria deportiva, que la cultura es escudo de la nación para salvar a Cuba de los tentáculos de las mafias del deporte y de otras tendencias negativas y fenómenos que afectan hoy la sociedad. Él, como muchos otros atletas y ciudadanos de la Isla, conoce muy bien que la identidad no es solo proclama para tribunas; constituye algo más que eso: una probada conducta ante los principios e ideas, que un día cada uno de ellos decidió defender, por decisión y voluntad propias.

Sobre el tema de la influencia de la cultura y la educación en la formación del individuo y la creación en este de valores éticos perdurables, como parte del efecto real, no superficial, de la propaganda política y el trabajo ideológico, necesitamos volver, una y otra vez, para no botar el sofá o el termómetro al menor síntoma de fiebre en cualquier aspecto de la vida del país. Es un asunto que merece pasar al ruedo.

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