Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Herederos, es decir, herejes

Autor:

Jesús Arencibia Lorenzo

Cierto amigo veterano, a quien mucho estimo, cree firmemente que las insuficiencias del país se resolverían si los jóvenes cumplieran las tareas orientadas y no discutieran tanto. «Se pasan la vida protestando —me dice—, y no se preocupan por cuidar todo lo que hemos hecho».

Durante nuestros encuentros, en los que prefiero escuchar y aprender de sus experiencias, siempre termina hablándome de la disciplina. «Así me formé yo. Y mi generación. Ustedes debían aprenderlo».

Y yo callo. A veces. Pero otras le digo, con mucho respeto, tres o cuatro ideas que me rondan, precisamente por oírlo. No son nada nuevas, pero releyendo al Che, me han parecido de validez constante... Porque hay brújulas de la creación que valdría la pena nunca perder.

«La juventud tiene que crear», advertía el Guerrillero. «Una juventud que no crea es una anomalía (...). Y a continuación enfocaba la necesidad de que los más nuevos fueran menos dóciles, menos dependientes.

No hacía otra cosa Guevara que ser consecuente con la ola de «juvenilia» que en 1953 tomó en Cuba las riendas de la historia. Años después escribiría en su diario de la selva boliviana que el 26 de Julio fue un asalto contra las oligarquías dominantes, y, también, «contra los dogmas revolucionarios».

Le recuerdo a mi amigo que el joven Martí no dudó en discrepar de su admirado Máximo Gómez en 1884, cuando este lideraba un plan insurgente que —en opinión del Apóstol— podía torcer los rumbos independentistas de la Isla. «A Ud., lleno de méritos, creo que lo quiero; a la guerra que en estos instantes me parece que, por error de forma acaso, está Ud. representando, no», le escribió al ilustre dominicano.

Con el mismo respeto y un cariño acrecentado, ocho años más tarde, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano solicitaba al maestro mambí que volviera a comandar el frente bélico de la Revolución naciente. «No tendré orgullo mayor que la compañía y el consejo de un hombre que no se ha cansado de la noble desdicha...», confiaba Martí.

¿Acaso no fue contra todas las «lógicas rebeldes establecidas» Julio Antonio Mella cuando utilizó la huelga de hambre como técnica de lucha? ¿Qué creerían los más rígidos revolucionarios de su momento, de Pablo de la Torriente Brau; que se paseaba desnudo en Presidio, en señal de protesta; y era capaz de escribir como una «coña terrible» los más trascendentales problemas de la política nacional?

¿No sonaría muy irreverente Alfredo Guevara cuando en la célebre polémica con el venerable Blas Roca, se refirió al «marxismo de los miedos» y dejó claro que «no es la ideología de la revolución, sería su mortaja»? Tanto el viejo luchador comunista, como el joven líder cultural discutían desde el genuino compromiso. Precisamente de la confrontación salían las chispas del avance.

Mi amigo sonríe. Tal vez recuerde que entre tareas, misiones, encomiendas que debieron cumplir él y sus coetáneos, también dejaron espacio a la originalidad, y hasta a la insolencia.

La sangre del renuevo siempre llega inquieta, desafiante, ciclónica. Cada generación toma las banderas de las que le precedieron, pero las esgrime a su modo y les incorpora otro arsenal de ilusiones con filo.

Sé que mi amigo lo entiende. Porque en contradecir a veces sus palabras, está el orgullo con que las sigo. Herederos. Así nos llaman y nos llamamos para continuar la obra grande. Herederos, que también debe significar herejes.

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