Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ciclistas

Autor:

Enrique Milanés León

Muchos en el mundo afirman que los cubanos somos padres de la hipérbole. Es que somos patriotas sin fondo, amantes exagerados, deportistas apasionados y fanáticos a una cultura que alguien ha dicho, con acierto, que no tiene momento fijo. En fin, que vivimos la vida desenfrenadamente. Sin metáfora.

No usamos freno, ni lo aceptamos, tal vez eso explique por qué, contra tanto palique, hoy el país pueda sentarse en silla propia a hacer el cuento.

Quizá son millones las bicicletas que circulan por las calles de la Isla, pero muy pocas de ellas llevan ese mecanismo que los terrícolas precavidos de otras latitudes llaman freno. Cuba pudiera ser el único país del mundo donde las bicicletas repelen los frenos, dispositivo absolutamente portátil, que debe ponerlo aquí el compañero ciclista.

De tal suerte, se ven frenos criollos de todo tipo: los corporales, de aquellos que se lanzan a la calle a ponerle el pecho a la inercia; los contenidos, de quienes le tiran la goma delantera al contén de la acera, y también pueden verse los frenos de mano y de pie.

¡Ah! —dirán los distantes lectores— al fin usan algo común.
Temo decepcionarlos. Nuestros frenos de mano y pie tienen sus características. Los manuales pertenecen a kamikazes pedaleantes que, ante inminente colisión, meten la mano en la goma a riesgo de lo que sea.

Los de pie son variadísimos: los tenemos de chancleta, de zapato fino o de tenis deportivo, de «ballerina» primera, de tacones lejanos traídos de cualquier parte, de media blanca con agujero negro (y también viceversa) y hasta los cimarrones, que son aquellos que detienen el vehículo sin ningún preservativo: la piel de la planta del pie contra la piel del neumático. Estos últimos, como ciertas ITS, pueden generar ampollas.

Es así, mas da gusto, de verdad, ver el paisaje tupido de estos ciclistas apasionadísimos, que creen muy poco en el tránsito. Claro, como en todo amor que se respete, a cada rato uno encuentra a alguno de ellos con el pecho destrozado. Sin metáfora.

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