Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Carapacho

Autor:

Jesús Arencibia Lorenzo

Aunque lo descubrí hace tiempo, todavía no deja de asombrarme: mi madre miente. Es una mentirosa profesional, que ni tan siquiera se ruboriza de sus embustes.

Al parecer el mal viene de atrás, de las farsas indudables de mi abuela, quien a su vez lo heredó de aquella viejita que engañaba primorosamente y le gustaba tanto maquillarse aun cuando ya no tenía fuerzas ni para caminar; quiero decir, mi bisabuela María Luisa.

Al principio intenté negarlo, plantarme en mis 13 motivos de orgullo y decir que no, que la verdad y la palabra de Mamita eran gemelas. Pero ante tan abrumadoras evidencias, tuve que asentir con todo el cuerpo.

¿Dígame usted quién, con las entendederas derechas, puede creer que mi hermano y yo somos los niños más lindos del mundo, si poco nos faltó para ganar la medalla de oro en el Festival de Feos Pinareños?

¿Acaso alguien podría admitir que por no comerse la comida uno se vuelve el candidato ideal para el saco de los brujos? ¿O que cuando hay que repartir lo poco en el caldero familiar, el carapacho de un pollo, ese marabuzal de huesos, le guste más a esta mujer que el muslo y contramuslo o la abundante pechuga?

Mentiras, puras mentiras. Como aquel cuento del hijo de una amiga, que casualmente siempre tenía las mismas enfermedades que nosotros y por no ir rápido al médico se quedó tieso de por vida. O el otro —vaya invento— de que a Mamita le encantaba quedarse despierta, la noche entera, para limpiar la casa u oír la radio, casualmente cuando la fiebre o el asma nos apretaba.

¿Y qué me dicen de la clásica de los zapatos? Sí, esa que aún después de muchos años se atreve a repetirnos: que a ella con un par de zapatos le basta para recorrer el universo, por eso puede emplear su poquito dinero en comprarnos tenis y ropa a nosotros.

Lo peor: ni mi mamá ni mi abuela son las únicas afectadas por esta mitomanía crónica. Parece como si algún gen de la falsedad se les activara a las madres desde el instante exacto del alumbramiento y ya no hubiera remedio posible.

Debe ser eso, un gen, o un duende, o un ángel, que las hace mentir, día y noche, para disimular apenas la sinceridad irrompible de tanto amor.

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