Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El arma de la autocrítica

Autor:

Osviel Castro Medel

«Fidel habló, mientras anochecía en la plaza inmensa, de las tensiones y las dificultades. Y más largamente habló de los errores. Analizó los vicios de la desorganización, las desviaciones burocráticas, las equivocaciones cometidas. Reconoció su propia inexperiencia, que lo había hecho actuar a veces con poco realismo».

Así plasmó Eduardo Galeano, en deliciosa crónica, lo que vivió, bañado de una multitud inefable, en la capital cubana. Era julio de 1970, no se había podido cumplir la célebre zafra de los diez millones y el escritor uruguayo estaba muy impresionado por el discurso autocrítico del Comandante en Jefe, quien entonces repitió una de sus frases preferidas, la de Martí, referente a lo minúscula que resulta la gloria personal.

Pero tal vez lo que más sacudió al cronista a la luz de las estrellas fue el simbolismo que encerraba aquella sinceridad del líder, surgida en uno de esos actos masivos, descritos por el Che como el «diálogo de dos diapasones cuyas vibraciones provocan otras nuevas en el interlocutor».

«La sinceridad de Fidel había dado, aquella noche, la grandeza y la fuerza de la Revolución», sentenció Galeano antes de escribir que a la sazón hubo reporteros que no supieron entender «el coraje de la verdad» y llenaron los teletipos anunciando «la caída» del gobernante.

Esa valentía para reconocer los yerros fue uno de los escudos morales de los que se hizo el héroe de la Sierra Maestra en su papel de conductor de un proceso político no exento de complejidades y asechanzas. Hasta el final de sus fecundos 90 años luchó para demostrar que toda Revolución que pretenda salvarse debe acudir a la rectificación y a la autocrítica.

«Debemos empezar por situarnos en esa posición honrada de no presumir que sabemos más que los demás, de no presumir que hemos alcanzado todo lo que se puede aprender, de no presumir que nuestros puntos de vista son infalibles y que todos los que no piensen exactamente igual están equivocados», les decía en junio de 1961 a escritores y artistas de Cuba en discurso conocido como Palabras a los intelectuales, y que deberíamos estudiar con profundidad porque en este también hay lecciones sobre la modestia, el afán de aprender, la tolerancia y la honradez, entre otras virtudes.

Hay otros muchos ejemplos, como cuando el 2 de diciembre de 1986, en la clausura de la sesión diferida del 3er. Congreso del Partido Comunista de Cuba, habló con franqueza de varios errores y vicios en la construcción del socialismo.

Tal estilo de vida debería servir como patrón a todos los dirigentes políticos o administrativos, en todos los niveles, de este país. Porque bien sabemos cuánto les cuesta a algunos el consabido «mirarse por dentro» y seguir esa ruta ejemplar del Comandante, que nos ayuda a desmitificar al gran hombre y al guía.

Si él, con inmensas responsabilidades, fue capaz de admitir culpas y deslices, ¿por qué otros en puestos menores no saben aceptar desviaciones o, peor aún, las tapan olímpicamente?

Con sus autocríticas constantes —que lo llevaban moralmente a ejercer la crítica oportuna—, con el precepto de cabecera de «cambiar todo lo que deba ser cambiado», con el apego al coraje de la verdad —como enunciaba Galeano—, Fidel nos está dejando para la posteridad varias armas que no podemos soltar en ninguna circunstancia, porque sería dispararles a la vida y a los sueños.

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