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¿Surgirá un tercer partido en EE. UU.?

De no obtener resultados que mejoren la correlación de fuerzas ante los republicanos trumpistas y supremacistas, que son la gran mayoría, la frustración de los demócratas crecerá

Autor:

Luis Manuel Arce Isaac

Aunque parezca increíble, la era Trump está imponiendo de la forma más arrogante nuevas bases en el juego político doméstico que desbaratan el orden institucional establecido desde la Declaración de Independencia en 1776 con el bipartidismo y mantenido con la expansión territorial hasta formar el Estados Unidos actual.

Está intentando, por ejemplo, robarse las elecciones de 2026 mediante un cambio total de la cartografía partidista a fin de crear más escaños en aquellos estados bajo control republicano y reducir los distritos legislativos dominados por los demócratas, lo cual ya comenzó en Texas en contubernio con su gobernador ultraconservador Greg Abbot.

Sin embargo, Abbot no pudo lograr su propósito porque los legisladores demócratas salieron del estado el día del debate y aprobación del cambio, y no hubo quorum para votarlo.

Ahora, sus colegas demócratas de California, Nueva York e Illinois, entre otros, han amenazado con llevar a cabo la misma estrategia que en Texas, en respuesta a las pretensiones de Trump.

Como respuesta a esa búsqueda de ampliar y consolidar su autoritarismo, miles de personas participaron el pasado sábado 16 de agosto en más de 300 eventos de protesta en 34 estados bajo el lema: «Lucha contra el arrebato de Trump», y en rechazo a la intentona de reconfigurar el esquema comicial con el fin de mantener el control del Congreso en las elecciones intermedias de 2026.

De hecho, Trump está actuando contra el signo característico que ha primado en la democracia representativa estadounidense desde entonces, el bipartidismo, un sistema estrecho sin contradicciones irreconciliables entre sus cúpulas que les permitía coexistir sin afectar sus intereses en los períodos presidenciales de cuatro a ocho años, dialogar y ajustar sus metas por encima de las discrepancias.

El denominado establishment era también dual de alguna forma, y el gran capital siempre llegaba a la coincidencia por encima de la discrepancia sin que esta fuera obviada. En la cúpula convergían las motivaciones de una manera
yuxtapuesta con caminos trazados por los respectivos intereses particulares y partidistas.

La administración republicana actual ha cambiado todo ese entramado gracias a una conexión ideológica y de beneficios de las partes más conservadoras de cada partido cuya coincidencia en objetivos básicos ha servido de puente para un entendimiento que borra la yuxtaposición tanto en política nacional como internacional.

De esa manera, se hace más evidente la separación entre el ala conservadora y la progresista de cada uno de los dos partidos, y ello explica probablemente el corrimiento del voto conservador demócrata en el Congreso hacia el republicano.

El ala más reaccionaria de cada partido ha monopolizado, de hecho, el poder político y económico e impuesto sus reglas que ha fortalecido el conservadurismo más retrógrado y abyecto con el supremacismo blanco como bandera. Hay una identificación suprapartidista que ha beneficiado a Trump.

Al propio tiempo, eso tiene en crisis el sistema sociopolítico de una democracia representativa tradicional que hace aguas porque ya no le interesa mantenerla a la jerarquía socioeconómica la cual domina también el andamiaje, político-partidista.

De hecho, el autoritarismo se ha encaramado por encima del bipartidismo y está desbaratando sus estructuras y principios fundacionales. En ese desastre, el Partido Demócrata es el más afectado y el Republicano el más beneficiado, pues hay más coincidencia de demócratas con republicanos que a la inversa.

Esto lleva a una conclusión inquietante: Si los demócratas siguen en crisis la era Trump continuará y el autoritarismo acabará con Estados Unidos, pues el nuevo fascismo seguirá avanzando empujado por una época de cambios que construye una nueva correlación internacional de fuerzas dirigida a un cambio de época. Allí funciona también la política del miedo y el chantaje trumpista que amenaza, pero no concreta, con una guerra nuclear que todos evitan porque el planeta se desintegraría.

Ese deslinde entre las corrientes ideológicas principales del Partido Demócrata explica por qué no han sido suficientes los esfuerzos para salir de una crisis no solamente de liderazgo y estructural, sino también de clase, que lo ha fragmentado de forma muy peligrosa, pues ya no comulgan conservadores y progresistas en su seno. Es como si se tratara de dos partidos en uno.

Esa dicotomía es apreciada en las bases demócratas que quizá, no lo vean tan claramente, pero lo presienten cuando en las consultas lo califican de «débil» e «ineficaz», como indicó una encuesta en julio pasado de The Associated Press-NORC Center for Public Affairs Research (Centro NORC para la Investigación de Asuntos Públicos), la cual reveló un considerable pesimismo en las filas de abajo.

No es fácil para los demócratas reinventarse, pues las huestes de Trump trabajan con la vista puesta en la unificación del gran capital nacional en su conjunto, al que trata de beneficiar al máximo, o al menos dar esperanzas, tal y como hizo Adolf Hitler desde el Partido Nacional Socialista, y fue lo que le permitió estimularlos a batallar por una conquista de la hegemonía que terminó en una guerra mundial.

Eso es lo que hace Trump con su Make America Great Again (MAGA), con lo cual ha logrado un regreso abrupto e irracional del chovinismo hollywoodense imperialista, que no discrimina a los demócratas millonarios y, como en el caso de Hitler, usa la mentira como sustento publicitario populista para su aceptación en las bases de una política tan descomunalmente negativa.

Es evidente y comprensible la angustia de muchos demócratas militantes de base, en particular quienes siguen a Bernie Sanders a quien el capital de uno y otro partido busca aislarlo, pues el futuro provoca la incertidumbre en las próximas elecciones intermedias y en el debate político en Washington, que pueden empeorar las relaciones internas que lo dividen.

De no obtener resultados que mejoren la correlación de fuerzas ante los republicanos trumpistas y supremacistas, que son la gran mayoría, la frustración de los demócratas crecerá, y su preocupación de que los líderes del partido no están haciendo lo suficiente para detener a Trump y la ultraderechización del Partido Republicano tendrá una razón insoslayable.

Están en una encrucijada, pues si deciden no ir a votar será peor debido al riesgo de frenar el poco impulso demócrata para recuperar al menos una cámara del Congreso en 2026.

No se puede negar que una parte de la negatividad en el seno de los demócratas es impulsada por los republicanos, pero lo más importante es que ha sido el propio partido el que facilitó el avance de su adversario desde la mala conducción de la campaña de Hilary Clinton y el menosprecio a las posibilidades de Trump de ganarle en las generales de 2016.

Tuvieron la posibilidad de oro de estabilizarse con la derrota de Trump en su primera reelección, pero nadie frenó la pésima administración de Joseph Biden, quien personalizó la política oficial y partidista tan mal enrumbada, en particular su inducción a una fatal guerra en Ucrania que le permitió a Trump lanzar una maraña de mentiras y hacerse el pacifista cuando su objetivo distaba mucho de ello.

Tampoco tuvieron el coraje de encarcelar a Trump por sus 34 delitos penales, incluido el fallido intento de golpe de Estado del 6 de enero de 2021 por el cual todavía debería de estar en prisión.

La impopularidad de Biden y su obsesión de mantenerse en el cargo hasta julio contra viento y marea, a sabiendas de su incapacidad para seguir en él, agravó el sentimiento de rechazo popular y cedió demasiado
tarde en favor de Kamala Harris, un personaje anodino sin perspectiva que, en lugar de perjudicar a Trump, lo ayudó.

En realidad, hoy como nunca antes, están creadas las condiciones para la aparición de un tercer partido político en Estados Unidos, e incluso, un cuarto si se toma en cuenta el objetivo en ese sentido de Elon Musk de crear uno de multimillonarios.

La mejor evidencia es la que representa Bernie Sanders dentro del denominado progresismo partidista, estadounidense quien parece capaz de agrupar también a la parte de ambos partidos que llaman conservadurismo moderado, mucho más alejado del neofascismo que encarna Trump.

Si esas dos corrientes se unen es muy seguro que surjan importantes expectativas en el elector estadounidense común que está harto de un bipartidismo parasitario y obsoleto que no piensa en el servicio social que debe prestar.

Como ha dicho algún analista en estos días, solo una candidatura carismática capaz de aunar esas corrientes, podría arrebatarles el poder en 2028 a los neofascistas y rencaminar a Estados Unidos a la democracia perdida y la institucionalidad violada y resquebrajada. La caída del apoyo histórico demócrata pone claramente de manifiesto la decadencia de ese partido y la necesidad de reinventarse.

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