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Fincas de animales criollos de pura raza, una experiencia que se extiende (+ Galería de fotos)

Cuba cuenta actualmente con 84 cotos genéticos. El propósito de estas fincas es proteger la pureza de animales que fueron traídos por los colonizadores españoles, o que han permanecido muchos años en el país y se han adaptado a nuestras condiciones

Autor:

Dora Pérez

Siete árboles flanquean la entrada a una finca muy singular en La Habana del Este. Hay en ella, además de los tradicionales cultivos —tomate, frijol, mango, aguacate, entre otros—, todos aquellos animales que un verdadero guajiro sueña tener en sus tierras.

Los berridos de las cabras, los balidos de los carneros y el cacareo de las gallinas se confunden desde que el visitante entra a la hacienda. Pero una vez dentro las cosas son diferentes. Ni juntos ni revueltos.

Atrás quedaron los tiempos en que los patios criollos eran un hervidero donde convivían animales de diversas especies. Adalberto Abreu Arcia, al frente del coto de reserva genética Siete Palmas, muestra orgulloso las jaulas que dividen a los distintos grupos de animales, en algunos casos separadas incluso las hembras de los machos.

«Esto era una finca de cultivos varios, explicó. El coto surgió en 2008, con una idea que nos dio la Asociación Cubana de Producción Animal (ACPA) para diversificar la finca. Empezamos con la gallina semirrústica, el pavo criollo y la gallina cubalaya. Después agregamos el cerdo criollo.

«Empezamos a buscar animales que estuvieran registrados por el Centro Nacional de Control Pecuario. Los huevos de guineos los trajimos de Turiguanó, y aquí los calentamos en una incubadora rústica que habíamos construido. Los cerdos los trajimos de Pinar del Río y las cabras de Granma.

«La idea de este proyecto es conservar nuestros recursos genéticos criando animales puros, pero además, diseminarlos en la comunidad y crear patios de referencia, que les sirvan a las familias como autoabastecimiento de carne y huevos».

En Siete Palmas hay también pavos, codornices, varias razas de gallinas, jutías, conejos, carneros, un caballo y una vaca. Un espejo de agua hospeda varias biajacas, y Adalberto sueña con llevar allí al manjuarí, especie endémica en vía de extinción.

Tanta variedad exige un adecuado registro en el que cada especie es exhaustivamente controlada y que permite conocer, por ejemplo, cuáles son los padres de cada animal, la fecha de nacimiento y su identificación.

«Esta es una labor de detalle. En la reproducción de las cabras, por ejemplo, empleamos dos sementales para hacer dos troncos familiares. Si damos animales a otro productor, no entregamos nunca hembras y machos de un mismo semental, pues la consanguinidad provoca que se depriman los caracteres reproductivos y productivos de las especies. El reproductor tiene que estar aislado del rebaño de hembras de cualquier especie. Los machos están estabulados, mientras las hembras pastan. Y la monta es solo con el macho elegido.

«Igualmente deben cumplirse requisitos de bioseguridad para que ningún personal entre, y si lo hace, no contamine el lugar. Pare ello hay que instalar cajuelas con cal a la entrada de cada área y un paño con formol para enjuagarse las manos».

Criollísimas especies

Según explicó a JR Teresa Planas, presidenta de la ACPA, los cotos genéticos son fincas especializadas cuyo objetivo es la protección de los recursos genéticos autóctonos y criollos, animales que en su mayoría fueron traídos por los españoles, o que han permanecido muchos años en el país y se han adaptado a nuestras condiciones.

«Además, deben servir como centro de mejora genética a los productores que están alrededor. Un coto organiza puntos de monta, vende los reemplazos, pero siempre tratando de que los animales sean reconocidos y registrados como razas puras.

«Empezamos en el año 2000, cuando se realizó en Cuba un congreso de la Federación Iberoamericana de Razas Autóctonas y Criollas como el vacuno criollo, el ovino pelibuey, la cabra criolla, entre otras. Vimos que una forma de hacerlo era organizar fincas, que en su mayoría pertenecen a productores independientes, aunque también las hay en UBPC (unidades básicas de producción cooperativa) y granjas estatales.

«Hoy contamos con 84 cotos en el país, y diez de ellos son espejos de referencia. Los criadores los han acogido con entusiasmo. Hay algunos incluso especializados.

«Con esto vinieron los Grupos de Amigos de la Genética, que son nacionales y provinciales, aunque en algunos territorios llega al municipio. A través de ellos brindamos capacitación a los productores. Se hace en coordinación con la Dirección de Genética Vacuna del Ministerio de la Agricultura, e institutos de investigación como el porcino y el avícola, entre otras instituciones.

«Esta es una forma de sensibilizar y enseñar al criador a hacer genética. Es cierto que es compleja, pero hemos demostrado que no está solo en los estratos superiores. El productor primario, a su nivel, puede también hacerla».

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