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Huellas de Cuba en un gran médico de España

Tiempo después de sufrir muchas adversidades dentro de las tropas españolas durante la Guerra de los Diez Años, Cajal se convirtió en un investigador eminente que hizo trascendentales aportes al conocimiento del sistema nervioso

Autor:

Julio César Hernández Perera

Santiago Ramón y Cajal merece estar en el sitio destinado a los científicos más memorables de la historia de la Medicina. Nació el primero de mayo de 1852 en el pequeño pueblo de Petilla de Aragón, Navarra, España. Su padre, de quien recibió la mayor influencia, fue médico cirujano y tenía un carácter muy dominante y exigente.

Desde niño Cajal mostró un temperamento fuerte, travieso y rebelde. Por eso se ganó fácilmente la enemistad de los frailes que le impartían clases, quienes solían emplear métodos violentos y autoritarios.

El alumno se convirtió en un gran atleta, al tiempo que mostraba un interés especial por los fenómenos de la naturaleza. Tenía, además, aptitudes para las artes plásticas —especialmente para el dibujo—, la literatura, la fotografía y el ajedrez. Una vez terminada la enseñanza media, empezó a estudiar Medicina en la Universidad de Zaragoza; más por disposición del padre que por vocación.

Recuerdos de la manigua

En 1873, a la edad de 22 años, Santiago Ramón terminó la carrera y solo mostraba interés por la Anatomía y la Fisiología. En esa época España se encontraba inmersa en varias guerras por mantener sus colonias. En tal contexto, el joven tuvo que ingresar en el servicio militar obligatorio, donde fue alistado como «médico segundo» de Sanidad.

Pasó a Cataluña con el Regimiento de Burgos hasta abril de 1874 en que, ya con el cargo de «capitán médico», salió en comisión de servicio a Cuba, donde tenía lugar la Guerra de los Diez Años. En muchos españoles la llegada a la Isla avivaba la fascinación por la vegetación y el clima tropical. Pero poco duraba el encanto cuando se hacían sentir los rigores de la manigua, de las plagas y las enfermedades.

El espíritu rebelde de Cajal lo llevó a rechazar la gestión de su padre para una «buena ubicación» en las filas del ejército. Fue enviado a uno de los peores destinos para cualquier soldado español: el centro de la provincia de Camagüey.

En aquellos momentos las tropas españolas sufrían mucho por el paludismo y la disentería. Cajal contrajo esas enfermedades, las cuales provocaron el rápido deterioro de su salud, y el derrumbe de su ideal romántico y aventurero, formado antes de salir de la península Ibérica.

El joven llegó a alcanzar un alarmante estado de desnutrición, por cuenta del cual fue trasladado a una enfermería más insalubre que las anteriormente conocidas durante la campaña. A tales vicisitudes se añadían otras: en más de una ocasión se enfrentó a la inmoralidad e incapacidad de ciertos mandos del ejército español, responsables del desvío de comida y otros recursos cuyo destino debía estar en los enfermos y heridos de guerra.

Tantas amarguras llevaron a Cajal a solicitar su licencia para salir de Cuba. Tras arduos trámites consiguió la autorización en mayo de 1875. Por su estado físico fue declarado como «inutilizado en campaña». Volvió a Zaragoza para recuperarse con la ayuda de su madre y sus hermanas.

Al poco tiempo, cuando pensaba estar curado y mientras comía junto a un amigo en el centro de Zaragoza, tosió con sangre. Entendió que tenía tuberculosis, enfermedad que posiblemente había adquirido en Cuba. Otra vez atemorizado por la sombra de la muerte y por el sufrimiento que acompaña a las enfermedades, decidió poner todo su empeño en aras de hacer por la vida.

Inicios de una vocación investigadora

Recuperado de sus dolencias, Cajal se presentó a los exámenes de oposición en la Facultad de Medicina de Valencia. Allí se desempeñó como profesor de Anatomía e Histología y enfrentó una epidemia de cólera como higienista, la cual pudo controlar. Por este éxito la Cámara de Diputados de Valencia le obsequió un microscopio, lo que causó en él una gran alegría y representó mucha utilidad para su carrera futura.

Viajó posteriormente a Madrid para doctorarse y allí conoció al neurosiquiatra Luis Simarro, quien le enseñó las técnicas de preparación de tejidos cerebrales mediante impregnación argéntica, diseñada a su vez por el italiano Camilo Golgi.

A su regreso a Valencia comenzó a investigar con la nueva técnica de tinción*. Poco tiempo después se trasladó a Barcelona, donde había conseguido por oposición una plaza de profesor, y es en este lugar donde comenzó realmente su vida como investigador del sistema nervioso.

Se dio cuenta del poder que tenía en sus manos con la tinción de Golgi y experimentó con varias concentraciones. Así, realizó una nueva modificación del método de Golgi, que se conocería a partir de ese momento como «doble impregnación argéntica» o «tinción de Cajal».

Su nombre también se inmortalizó con otro de sus aportes: «Las células de Cajal», referidas a aquellas ubicadas en el estrato más superficial de la corteza cerebral, también conocidas como astrocitos.

Gracias a estos avances, Cajal pudo realizar nuevos aportes. Mediante detalladas observaciones microscópicas, dedujo que las neuronas son estructuras independientes, que reciben y transmiten impulsos. Se insertaba de esta manera una ley que era capaz de explicar la transmisión unidireccional del impulso nervioso.

Todos estos conocimientos básicos  constituyeron las bases científicas de postulados que hasta hoy tienen plena vigencia: «La doctrina de la neurona». Por estos aportes, en 1906 Cajal fue merecedor del Premio Nobel en Medicina que por primera vez se otorgaba a un hispanoparlante y se compartía con otra persona, en este caso, Camilo Golgi.

En 1892 el médico ocupó la cátedra de Histología e Histoquímica normal y Anatomía Patológica de la Universidad de Madrid. Logró que el Gobierno creara en 1902 el Laboratorio de investigaciones biológicas, en el que trabajó hasta 1922. Falleció en la capital española el 17 de octubre de 1934.

La vida de este hombre también fue fértil en otros campos de la sociedad. Dejó un legado ético y científico para las nuevas generaciones. En una ocasión señaló: «Los grandes hombres son, a ratos genios; a ratos niños, y siempre incompletos».

Fuentes bibliográficas:

Puelles L. Int J Dev Biol. 2009; 53:1145-60.

López-Muñoz F et al. Brain Res Bull. 2006; 70:391-405.

Llinás RR. Nat Rev Neurosci. 2003; 4:77-80.

*La tinción o impregnación argéntica es la acción de teñir las células de algunos tejidos para poderlas ver a través del microscopio. La «tinción argéntica», se denomina así porque en las tinturas empleadas en este caso, la plata es uno de sus compuestos principales.

 

 

 

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