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Una arquitectura para la sensatez

Las universidades cubanas diseñan proyectos sustentables para minimizar el impacto de la huella contaminante de las ciudades, pero no siempre ven la luz por barreras mentales y falsos conceptos de austeridad

Autor:

Marianela Martín González

Cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj. A recordar esa sentencia invitaban los debates del Segundo Congreso Internacional Medio Ambiente Construido y Desarrollo Sustentable (MACDES 2011) que reunió en La Habana a especialistas de diversos países. Las intervenciones y conferencias magistrales que allí tuvieron lugar nos hicieron recordar esa advertencia del escritor Julio Cortázar, muy poética, pero aplicable perfectamente a la praxis.

El desarrollo sustentable induce a los seres humanos a un pacto amigable con el planeta, pero parece ser asignatura pendiente todavía. Según la Doctora Dania González Couret, directora de Posgrado del Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría, CUJAE, la sustentabilidad debe ser ambientalmente sana, económicamente viable y socialmente justa.

Antes de abordar cómo la arquitectura en el archipiélago enrumba estrategias sustentables, esta interlocutora —quien presidió el Comité Organizador de

MACDES 2011— apunta que para que la sustentabilidad pase de la retórica a formar parte de nuestra cotidianidad «debemos cambiar las formas de vida y las mentalidades. Apurarnos en la capacitación, educación, promoción y soluciones concretas».

—¿Por dónde comenzar?

—Hay una autora norteamericana que hace más de 20 años planteaba que las soluciones pueden ser técnicas o tecnológicas, sociales y éticas. Las primeras se refieren, por ejemplo, a la sustitución de un equipo ineficiente por uno eficiente. En este caso se transita por la sustentabilidad, pero el comportamiento humano no varía.

«Las soluciones asociadas a los cambios sociales ocurren cuando las reglas y normas te obligan a comportarte de otra manera; son cosas que la sociedad va compulsando hasta convertirlas en una práctica cotidiana.

«Entretanto, los cambios éticos se entienden como aquellos protagonizados de manera consciente por las personas, como dejar el auto en el garaje para ir al trabajo o escuela en bicicleta, o ser vegetarianos en aras de cuidar la salud nuestra, y a los animales… Pero para aplicar estas actitudes los ciudadanos deben tener opciones o alternativas.

«Los cambios deben ocurrir de manera simultánea para que realmente el impacto sea fuerte y amortigüe el daño que el ser humano ha causado al medio ambiente».

—¿Cómo las facultades de arquitectura diseñan y conducen programas sustentables?

—Nos ocupamos de la parte del medio construido. Tenemos presente que las urbes son responsables de una buena parte del cambio climático, de cuanto ha pasado con la crisis ecológica básicamente: los residuos, la transportación y la energía consumida son componentes que dejan una huella profunda en el medio ambiente.

«Con ese conocimiento de causa, orientamos nuestra labor en aras de reducir las necesidades de transportación, o buscar formas colectivas menos contaminantes y eficientes. Dirigimos proyectos encaminados al tratamiento de los residuos urbanos y al consumo de energía de manera eficiente.

«No obviamos la dimensión social. Hay mucho por hacer todavía en la capacitación de las personas, para involucrarlas en el desarrollo sustentable y participativo, para que sea consciente.

«Tratamos de que los proyectos sean viables económicamente, pero manejamos el concepto de la economía a largo plazo. Pensamos en los costos ambientales para que realmente sean rentables.

«Puede suceder que al calcular cuánto cuesta un sistema de energía solar concluyamos que es caro. Desde luego, la energía eléctrica que empleamos en el sistema nacional es más barata, pero está siendo subsidiada y se sustenta en recursos agotables. Cuando se invierte en un sistema fotovoltaico, o a partir de biomasa, la inversión se amortiza si se tienen en cuenta los beneficios, tanto ambientales como sociales, que traerá a largo plazo.

«La facultad de Arquitectura de la CUJAE hace mucho tiempo que se encarga de todo lo relacionado con el diseño bioclimático a escala urbana y arquitectónica. Sin embargo, a veces las personas se preguntan: ¿por qué los arquitectos hacen las cosas mal, si las buenas normas se enseñan en la Universidad?

«Sucede que los arquitectos no somos los que tomamos las decisiones, y a veces quienes lo hacen no tienen todos los elementos de juicio para ejecutar una acción. También padecemos algunos «complejos» del subdesarrollo, que tienden a copiar métodos del Primer Mundo; pensamos que para ser desarrollados, todos los edificios tienen que ser casi completamente de vidrio.

«En la facultad de Ingeniería Química se trabaja con todo lo que tiene que ver con el tratamiento de residuales, la purificación de las aguas y la atmósfera. El Centro de Estudios de Tecnologías Energéticas Renovables (CETER), de la facultad de Energía Mecánica, trabaja lo relativo a eficiencia energética y las energías renovables.

«Asimismo, el Centro de Estudios para las Construcciones y la Arquitectura Tropical, de la facultad de Ingeniería Civil, se ocupa de lo referente a los materiales de construcción de bajo consumo de energía, a partir del reciclaje, para las llamadas viviendas populares.

«Nuestras facultades primero investigan, y sus resultados se llevan inmediatamente a la docencia de pregrado y posgrado. Tenemos una serie de programas de maestría donde esto se aborda, y por supuesto también se investiga a través de la formación doctoral.

«Esas investigaciones contribuyen a proyectos que tenemos inscriptos en programas de ciencia y técnica. También aplicamos la extensión del conocimiento: hacemos trabajo de asesoría, colaboración, consultoría y trabajo con las comunidades.

«El Ministerio de Educación Superior cuenta con una red llamada Gestión Universitaria del Conocimiento y la Innovación para el Desarrollo, que se concentra en el desarrollo local.

«Hay resultados increíbles. En La Habana es mucho más difícil verlos, porque son muchos los problemas acumulados; pero la CUJAE trabaja en Marianao y, conjuntamente con la Universidad de La Habana, colabora en el municipio del Cerro».

—¿Cuáles son las principales limitaciones para ejecutar los proyectos concebidos?

—Los peores problemas están en la mente de las personas. Vivimos de una emergencia en otra. Tenemos también un problema de «memoria histórica»: aveces se nos olvida lo que sucedió; no aprendemos de nuestros errores y volvemos a cometer los mismos, casi siempre con la mejor intención.

«Por ejemplo, en el caso de la arquitectura, los edificios típicos o proyectos repetitivos son del modelo de desarrollo anterior, el cual buscaba productividad, cantidad y repetitividad y tenía como paradigma la máquina.

«En cambio, el modelo sustentable defiende la idea de que los procesos sean endógenos. Las soluciones deben nacer del lugar para poder aprovechar más los recursos; y lo más importante es la calidad, no la cantidad. Se basa en la diversidad, no en la repetitividad.

«El proyecto más sustentable debe tener en cuenta las particularidades del lugar donde se ubica. Entonces el edificio tiene que armarse de acuerdo con lo que el lugar demanda.

«Somos capaces de definir, construir, saber quién va a hacerlo, cuándo se va a empezar y cuándo se debe terminar, pero muchas veces no sabemos qué proyecto es el adecuado y empleamos los obsoletos y no funcionales.

«Lo triste de este dilema es que se ahorra muchas veces el costo del proyecto, el cual abarca cerca del diez por ciento de lo que cuesta toda la obra, pero que con respecto a la vida útil de esa obra es casi nada. Se ahorra con lo que menos cuesta y aporta más: el talento y la inteligencia que sobran en Cuba.

«Un estudiante no hace un proyecto ejecutivo, sino de ideas, y de la suma de estas se escogen las mejores. Luego, las mismas se convierten en proyectos ejecutivos; pero por el apuro del que te hablaba, se malogran no pocas veces.

«Hay una voluntad política de que la Universidad se involucre, de que las instituciones acudan a ella en busca del conocimiento fresco, pero yo lo veo como un mandato formal. Y una Universidad no debe dedicarse solo a impartir clases.

«El rol de las casas de altos estudios no siempre parece claro.

«Estamos desperdiciando inteligencia joven. Nuestros estudiantes se sentirían mucho más útiles en la sociedad que estamos construyendo, si ven que con su inteligencia pueden contribuir a mejorarla».

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