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Velvet: ¿más de lo mismo?

Las series concebidas en la península ibérica se resisten a dejar atrás los 70 minutos de duración que históricamente han fijado para este tipo de dramatizados, y acabar de asumir de manera definitiva los 50 adoptados a nivel internacional, no obstante, llegan casos muy inteligentes...

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

La verdad es que con la excepción de las añejas Fortunata y Jacinta, y Juncal, que pude disfrutar en la Televisión Cubana cuando todavía la fiebre por las series no se había convertido en epidemia global, no he tenido el gusto de ver ninguna de las otras realizadas en la experimentada España, ubicadas por el público y la crítica en el top-ten: El misterio del tiempo, Historias para no dormir, Crematorio, La huella del crimen, Isabel, Vis a vis, Muchachada Nui y Arroz pasado.

Admito que aunque soy «enfermo» a las producciones anglosajonas, la causa fundamental de que no me apunte entre la legión de seguidores de las españolas (en Cuba hay un ejército de fans de La que se avecina, El internado, Aida, Los hombres de Paco, El barco...) estriba en que las concebidas en la península ibérica se resisten a dejar atrás los 70 minutos de duración que históricamente han fijado para este tipo de dramatizados, y acabar de asumir de manera definitiva los 50 adoptados a nivel internacional, a pesar de que continuar con esa «cabeza dura» los lleve a entregar ficciones que terminan muchas veces sumando capítulos que no van a ninguna parte, porque ya no tienen nada nuevo o ingenioso que decir.

No obstante, en España ya se asoman creadores dispuestos a romper con esa norma comercialmente indiscutible en la televisión tradicional, quienes empiezan a adaptarse a las «nuevas» circunstancias. En ese sentido, Ramón Campos y Teresa Fernández-Valdés, fundadores de Bambú Producciones, marchan en la avanzada.

De hecho, este matrimonio de gallegos entiende muy bien cómo funciona este negocio. Tanto que después de idear la superpopular Velvet en un canal abierto como Antena 3, decidieron llevar adelante una segunda parte llamada Velvet colección, en una plataforma de pago como Movistar +, la cual encontró en la notable recepción que significó la propuesta original, un filón para conquistar nuevos abonados.

El caso es que, sorprendido este diciembre por el Síndrome de Guillain Barre que me ha obligado al descanso en abundancia, se juntaron todos los astros para que sucumbiera no únicamente ante Velvet, sino además ante otras «parientas de lengua» que compartí con Juana, mi madre, devenida otra vez en dedicada enfermera a quien necesitaba despejar de preocupaciones.

Fue así como de repente me entregué a este culebrón que se inicia en 1958, en Madrid, en uno de esos grandes almacenes de moda donde se conocen desde que son niños, y se enamoran perdidamente, Ana (Paula Echevarría), la huérfana y humilde costurera que luego se transformará en una genio del diseño a escala mundial, y Alberto (Miguel Ángel Silvestre), el principal heredero de un imperio que deberá salvar contrayendo matrimonio con Cristina (Manuela Velasco), una joven   millonaria y máster en diabluras, que con el apoyo de su creativa cuñada Bárbara de Senillosa (Amaia Salamanca), como imaginamos, le hará la existencia imposible a la bella pareja durante cuatro largas temporadas, aunque, al final, triunfará el más puro de los sentimientos. Originalísimo cuento de hadas, ¿no es cierto?

Y se preguntará entonces el lector, si Velvet es más de lo mismo, ¿cómo capturó en su país una audiencia tan elevada? Pues bien, al menos a mí me atrajo el hecho de que tanto ella como su saga tuvieran como fondo el mundo de la alta costura. Luego, también habrá que reconocer el don que poseen Ramón y Teresa para parir personajes adorables, de esos capaces de echarse arriba casi todo el peso de la serie con sus admirables histrionismos. Se agradecen, además, esos momentos de buen humor, mientras que la producción de esta realización de 2014 no pasa inadvertida.

Mi aplauso mayor se lo tributo al reparto de secundarios espectaculares que se convierten en el alma de la serie, porque Silvestre y la Echevarría solo aportan sus caras bonitas: Marta Hazas (Clara Montesinos), Javier Rey (Mateo), Asier Etxeandía (Raúl de la Riva), Adrián Lastra (Pedro Infantes), Miriam Giovanelli (Patricia) y, sobre todo, el gran José Sacristán (Emilio) y Cecilia Freire (Rita) se roban el show sin miramientos.

Asimismo, aquí llaman poderosamente la atención los decorados, el vestuario, la fotografía luminosa... Todo se muestra tan cuidado, tan perfecto, que no exagero si afirmo que la ambientación parece más propia del París o de Nueva York (en buena medida también por la banda sonora escogida) de aquel período, que del Madrid de 1958.

Coincido con la mayoría de mis colegas en que Velvet perdió de vista que su trama se sitúa a finales de la década de los 50 del pasado siglo, lo que significa que se dejaba atrás la posguerra y el régimen franquista imperaba. Eran años de no pocos problemas sociales y políticos, por tanto, ese esplendor que se retrata no existía. Claro, siendo una ficción no tiene por qué ser tan rigurosa desde el punto de vista histórico, pero entonces no debió presentarse como un melodrama de época.

En cuanto a Velvet colección, no consiguió vencer los retos que le impuso su antecesora, más allá de ambientarse en la Barcelona de los años 70, pues si bien asumió algunos cambios formales —como acercarse a la media internacional en lo concerniente a la duración de los capítulos, y por tanto tener la posibilidad de agilizar las acciones y de prescindir de elementos que poco aportan—, se quedó bastante atrás en lo relacionado con el contenido.

Porque definitivamente esta segunda parte exigía renovación a partir del empleo de otros personajes, tramas..., sin embargo, no consiguió ir demasiado lejos. Ni siquiera aportó mucho que Ana le entregara el batón de protagonista a Clara (que ya había probado su eficacia) y que se acudiera al funcional triángulo amoroso en el universo del melodrama, que aquí completan Mateo y Sergio Godó, interpretado por el galán Fernando Guallar.

Sucede que en Velvet colección, a diferencia de la propuesta primera, no hallamos esos personajes que se tornan tremendamente cercanos al espectador. Tampoco los que permanecieron pudieron sostener su «salud». Para colmo, aquellos que se introdujeron no lograron igual pegada, en buena medida porque se nos presentan envueltos en situaciones forzadas, tomando determinaciones incoherentes, etc.

Muy irregular se muestra la actuación en la segunda vuelta, al punto de que dos experimentados actores como Imanol Arias (Eduardo Godó) y Ariadna Ozores (Macarena) no alcanzan a salir airosos.  Igualmente, papeles como el que defiende Marta Torné resultan un poco cargantes y con escasa razón de ser, al igual que los de esos estereotipados gitanos que encabeza Mónica Cruz (Carmela Cortés). Es decir, que a pesar de los millones de espectadores que Movistar + pudo reunir, Velvet colección nació ya con el necesario encanto extraviado.

En fin, que ahora que casi estoy retornando a la normalidad, creo que demoré para apreciar las series españolas que completan el ranking de las mejores de siempre, porque ni yo, que soy un seriéfilo empedernido, puedo sostener mi «gula» audiovisual con estos capítulos que exigen que les entregue casi una hora y 40 minutos de mi tiempo. ¿Calculan? ¡6 000 segundos por tanda! Toda una vida, cuando por lo general las temporadas remontan la decena de episodios. Ya mi salud no da para tanto.

 

La fórmula

Ramón Campos y Teresa Sánchez Valdés. Foto: Pinterest.

Al parecer Ramón Campos (responsable también de títulos como Gran reserva, Hispania y Bajo sospecha) y Teresa Fernández-Valdés han dado con la fórmula para atrapar a sus compatriotas, y por tal razón no dejan de trabajar. De hecho, ha habido momentos en los que han colmado la pequeña pantalla con sus creaciones. Así, cuando Velvet colección se estrenó (2017), también se emitían: Tiempos de guerra, Traición y Las chicas del cable.

¿Tiempo exagerado?

 Las precuelas de Juego de Tronos llegarán en 2020 y podrían contar con las casas de Poniente Landscape. Foto: Pinterest.

Desde finales de siglo, en España los canales decidieron llevar las ficciones, de cualquier género, a 70 y a 75 minutos por capítulo, de modo que pudieran ocupar más espacio en pantalla. En EE. UU., aunque la convención de una hora para dramas, y media de comedia (con anuncios incluidos), sigue vigente, con la llegada de la televisión sin parrilla, la duración de las series ha comenzado a difuminarse y cada vez son más las excepciones. En la actualidad es la historia la que determina el formato. Con Juego de Tronos HBO decidió, por ejemplo, realizar capítulos extralargos, mientras que Netflix le da a Black Mirror el tiempo que requiera cada episodio.

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