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Química, razón y cortejo

Científicamente se ha confirmado la existencia de partículas de origen natural llamadas feromonas cuya única finalidad es la de atraer la atención de individuos del sexo opuesto

Autores:

Mileyda Menéndez Dávila
Katerina González González

A veces conocemos a personas que nos provocan una sensación de atracción instantánea, una conexión inexplicable; otras que, por el contrario, generan nuestra repulsión sin causa aparente, y aquellas que no despiertan «ni frío ni calor».

Se suele decir que tales reacciones responden a la química interpersonal y es muy cierto: científicamente se ha confirmado la existencia de partículas de origen natural llamadas feromonas cuya única finalidad es la de atraer la atención de individuos del sexo opuesto.

El nombre proviene de la unión de las palabras griegas pheran y horman, y significa portadoras de excitación. Se empezó a usar en 1959 por el bioquímico alemán Peter Karlson y el entomólogo suizo Martin Lüscher.

Esas partículas son un recurso del reino animal para garantizar el apareamiento y por ende la conservación del ADN. Aunque no tienen un olor perceptible, son señales olfativas secretadas involuntariamente que se transportan en el aire. Su nivel de intensidad depende de la fase del ciclo biológico de cada individuo. Se recepcionan en el órgano vomeronasal, una estructura sensorial doble situada en la parte más interna de la nariz, cuya función es independiente del sentido del olfato, porque se conecta por vías diferentes al sistema nervioso central.

Como esta información pasa directamente al hipotálamo (centro del cerebro donde se asientan los instintos y las emociones primarias) no es detectada por el centinela lógico de la corteza cerebral y no somos conscientes de su efecto en nuestra conducta.

Aun así las reacciones dependen del momento, la cercanía, las condiciones del lugar y sobre todo de la predisposición de cada individuo: unos tienen sus instintos básicos más agudizados y los dejan fluir naturalmente, mientras otros los tienen adormecidos por rígidos filtros culturales o por un exceso de perfumes y cosméticos que literalmente ahogan su capacidad de recibir estímulos ajenos.

Perder por una nariz

La atracción química es clave para desatar los impulsos sexuales y orientar la búsqueda de pareja, pero los humanos no debemos dejar todo al azar biológico ni obedecer cada vez que la nariz empuje en una dirección. El cortejo siempre genera consecuencias, voluntarias o no, que van más allá del apareamiento o el placer sexual.

En ese interjuego de emisor-receptor debemos desempeñar un rol activo y poner atención a otras señales extraverbales antes de lanzarnos a la conquista, para no frustrarnos si no recibimos la respuesta deseada.

Esas señales a veces son muy obvias, pero otras son tan sutiles como las mismas feromonas: la frecuencia de las miradas, la sonrisa, la predisposición a la charla, la intención física de lograr más proximidad... Antes de actuar es preciso identificar e interpretar las reacciones emocionales y conductuales de ambos lados, y estimar los riesgos y posible éxito en el avance hacia esa persona que nos atrae misteriosamente.

Como todo en la vida, el secreto está en el equilibrio: nuestro cerebro es el más evolucionado y hemos desarrollado una cultura de la sexualidad más refinada y multifuncional, pero no se pueden racionalizar todas las emociones ni tiene sentido asumir cada rechazo como una falla que se debe corregir.

Si son infructuosos tus intentos de acercarte a posibles parejas puede que estés siendo demasiado intenso, con lo cual das a entender que vas muy rápido y despiertas en esas personas ciertos mecanismos instintivos de protección que les ayudan a evitar las secuelas físicas y psicológicas propias de una relación inmadura.

Pero puede también que alguien aprecie tu compañía, admire tus talentos, reconozca tu buena voluntad para halagarle y hasta coquetee un poco porque es agradable, pero en la vida real no acepta tus requiebros amorosos porque no hay nada de «química» entre ustedes, y eso no se puede forzar.

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