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Rastros de mentiras

El riesgo de estos atajos sentimentales es que el asunto emerja, tarde o temprano, y la persona se sienta humillada por quienes estuvieron al tanto y no se lo comentaron, aun con ánimos de protegerla

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Una mentira puede correr cien años; la verdad siempre la alcanza.

Proverbio

Las mentiras tienen matices que no dependen solo de quien las inventa, sino de a quién van dirigidas en cada oportunidad.

Todo el mundo ha usado alguna vez mentiras estratégicas, piadosas, mentirillas blancas... Aunque se nombren de muchas maneras su propósito es el mismo: esconder algo a un ser que apreciamos cuando asumimos que la verdad no le sería beneficiosa en ese momento.

El riesgo de esos atajos sentimentales es que el asunto emerja, tarde o temprano, y la persona se sienta humillada por quienes estuvieron al tanto y no se lo comentaron, aun con ánimos de protegerla.

La mayoría de los engaños dentro del matrimonio no son para esconder un desliz sexual, sino para justificar olvidos involuntarios, eludir responsabilidades o faltar a promesas a los seres queridos. Son falsedades que brotan por descuido u omisión. Para quien las profiere son apenas un grano de polvo, por eso no entienden que para la otra parte resulten toda una montaña de menoscabo y displacer.

Es perdonable si te ocurre un par de veces, pero cuando esconder sucesos es hábito reiterado deberías revisar tu filosofía de pareja: tal vez tu pecado mayor no es mentir, sino ignorar cuáles son las prioridades emocionales de esa persona o si tienen escalas de valor muy diferentes.

Sin embargo, hay gente que miente todo el tiempo porque no sabe vivir de otra manera: inventan historias innecesarias que no resisten ni dos minutos de análisis e insultan la inteligencia de los demás como si no pudieran evitarlo.

Esta compulsión se nombra mitomanía y uno de sus varios peligros es que es adictiva: cuanto más placer sienten al captar la atención ajena más detalles inventan, hasta que su propio cerebro cree en tales leyendas y habitan en él, como esas películas fantásticas que nos apasionan, aunque les falte objetividad.

Otro riesgo es que la consistencia del relato exige nuevas mentiras colaterales e involucra a cómplices, no siempre voluntarios, en una madeja asfixiante, apenas anclada a la realidad, que puede explotar en cualquier momento… Pero se aferran a ese universo fabuloso porque el de verdad no les estimula a vivir o es demasiado doloroso.

Socavar el vínculo

En las relaciones interpersonales este vicio es fatal: cuando la gente descubre tu tendencia a inventar empieza a cuestionarse todo lo que venga de ti, hasta lo más obvio, y te castiga con burlas, ofensas o ignorando tu conversación.

También tu pareja y familia, aunque te amen y traten de minimizar el defecto, empiezan a sentir vergüenza de tu conducta y necesitan puntualizar al resto de las personas que no comparten tu mal hábito, ni se hacen responsables de sus consecuencias, para no acabar como Idas, hermano del también argonauta Linceo, arquetipo de esos mentirosos que arrastran en la deshonra a sus seres amados. En uno de esos enredos ambos murieron en una pelea con otros gemelos mitológicos, Pólux y Castor.

La espiral de mentiras daña cualquier relación erótica y afectiva. Con tal de que no le avergüences, tu pareja empieza a evitar tu compañía en eventos sociales o es la primera en poner en duda tus palabras en el grupo y renegar hasta de lo que pase ante sus ojos, si te involucra.

También es quien está en mejores condiciones de ayudarte a salir de ese desenfreno o a controlarlo, pero es difícil si no aceptas que el proceso tendrá un alto costo emocional, y también monetario o de tiempo, porque no puedes convencerle de que has cambiado y reconquistar la confianza del resto de la gente si no empiezas por enmendar viejas mentiras y cumplir en tiempo récord las promesas eludidas.

Miénteme, que me gusta

Mientras más tiempo conoces a alguien, más fácil es saber cuando miente. Hay señales fisiológicas, como el rubor del rostro y el cuello, que indican un cambio de temperatura  propio de quien oculta o finge algo, además de otras expresiones y conductas reveladas en la serie televisiva  norteamericana Lie to me (Miénteme).

Según el sicólogo Paul Ekman, las más significativas son las expresiones faciales: Quien miente evita mirar a los ojos o mira con excesiva atención, y al fingir felicidad, ira, tristeza, dolor u otras emociones solo emplea la boca, dejando casi inmóviles otros músculos de la cara.

Hay gestos delatores del nerviosismo: tocar o tapar la boca, rascar la nariz, frotar o mover mucho las manos, poner rígido el cuerpo o tragar mucha saliva.

También te descubres si demoras en responder preguntas simples o repites la interrogante para ganar tiempo; si das explicaciones minuciosas, como coartadas que incitas a comprobar, pero dando a entender que te ofende su desconfianza; y para no parecer culpable usas el pronombre impersonal «se» (se rompió, se gastó…) o exageras expresiones (Si yo te quiero muchísimo… ¡Voy a la velocidad del rayo! ¡Estoy estupendamente!).

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