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Solo primeras y claras intenciones

Desde el 5 de diciembre de 2006, la historia de Yolanda González anda por esta sección. Ese día, reflejé la queja de la señora, quien vive en Carretera a Gibara número 55-A, poblado de Floro Pérez, municipio holguinero de Gibara.

Entonces Yolanda denunciaba el daño causado a su vivienda al demolerse la edificación colindante, para la ejecución de una terminal de ómnibus. Precisaba las chapucerías cuando dieron por terminados los trabajos: boquetes, filtraciones, desconchado de paredes, fachada y pisos abombados, puertas y ventanas podridas, vigas destruidas...

Refería que ante sus reclamaciones con las autoridades locales, comenzaron las visitas, los contactos... pero transcurrían los meses y la familia seguía con los problemas. Nuevos plazos... pero todo promesas.

El 9 de febrero pasado reflejé la respuesta de Archy F. Lam, director provincial de Vivienda de Holguín, quien refería que se había personado en el sitio junto a otros funcionarios, y ya estaban allí los recursos para acometer la reparación, así como la brigada que haría los trabajos. Aseguraba que al caso se le daría seguimiento.

Entonces agradecí la carta y la voluntad de resolver el problema. Solo señalé, con el debido respeto, el hecho de que la respuesta era muy escueta y poco autocrítica ante las molestias ocasionadas a esa familia, y no profundizaba en las causas de tantos desatinos en esa obra.

Después, Yolanda volvió a escribirme. Y reflejé el 10 de abril pasado su nuevo relato: a raíz de lo publicado, fueron muchos funcionarios, comisiones... y al fin comenzaron los trabajos, aseguraba, y elogiaba la calidad de los mismos. Solo señalaba la lentitud y su preocupación por algunas dificultades de recursos que se iban presentando. Y recalcaba este redactor la necesidad de cumplir con rigor.

Ahora responde Lam de nuevo, y aclara que esa provincia tiene un gran desafío con los programas constructivos, cuyas prioridades son las viviendas para médicos, planes por la CTC y afectaciones climatológicas, entre otros. Y recalca que «la vivienda de Yolanda no se encuentra en ninguno de los casos nombrados», pero aun así se le da prioridad: ya la casa tiene todas las paredes reconstruidas y revestidas, se sustituyeron las ventanas por otras de aluminio, se le cambió el techo por uno de mayor calidad. «Todo por encima del daño que fue ocasionado realmente».

Sí reconoce esta vez la morosidad con que se actuó, primero por la Empresa de Transporte, quien inició la reparación de las afectaciones, y posteriormente por la Microservi de Vivienda y la ECOP de Gibara».

Pero considera que «la posición adoptada por el periodista José Alejandro Rodríguez no es la más propicia», y aduce que no existe una verdad absoluta, como que también son muchos los problemas acumulados del fondo habitacional y otras razones.

Y luego de remarcar que Yolanda es la madre de un reportero del periódico local ¡Ahora!, se cuestiona: «¿Por qué la insistencia en querer centrar la atención, a través de un medio masivo de comunicación nacional, de una sola persona? ¿Por qué tan corto período de tiempo de una publicación a otra? ¿Mediará algún interés personal, oculto tras un interés social? ¿Por qué no tramitar directamente la última correspondencia, como ha pasado en otros casos? La respuesta a nuestras preguntas —sugiere en la carta dirigida a JR— la dejamos en sus manos, pues argumentos sobran para una valoración».

A Lam solo puedo decirle que no es «insistencia», sino lo que en periodismo se llama seguimiento, como suelo hacer en esta columna. Una sola persona, si está afectada, es tan importante como un colectivo. Si la primera carta de Yolanda fue publicada, toda la correspondencia posterior debe pasar por el mismo tamiz público. Ni conozco al hijo de Yolanda, sea periodista, plomero o prestidigitador. Y como Lam tampoco me conoce, le aclaro que jamás me mueve ningún «interés personal» en esta sección de servicio público, ni soy tan subjetivo y tendencioso como se ha mostrado él para con mi persona. Puedo errar, como cualquier mortal, pero nunca habrá segundas intenciones. No sé cuáles argumentos sobran, como no sea la evidencia de que la chapucería de los constructores afectó la vivienda de una familia cubana, que bastante tuvo que esperar y desgastarse para que deshicieran el entuerto causado. Lo demás son palabras, hojarasca, reacciones emotivas...

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