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Maltratos, engaños…

Pueden aparecer los recursos e incluso aliviarse ciertos problemas materiales. Pero si anda deformada la armazón mental de quienes prestan un servicio, y no se logra imponer el respeto a los derechos de los ciudadanos, entonces seguiremos sufriendo maltratos por doquier.

Rosalina Tamayo me cuenta en su carta una de esas historias de arbitrariedad que pueden encontrarse los pasajeros en una que otra terminal de ómnibus. La lectora, quien reside en calle 17 número 352, entre 13 de Marzo y Nueva, reparto La Ceiba, en Palma Soriano, provincia de Santiago de Cuba, narra que el pasado 6 de octubre, ella y otros pasajeros aguardaban en la Terminal Intermunicipal de esa localidad, para trasladarse a la ciudad de Santiago de Cuba.

A las 3 y 40 p.m., arribó un ómnibus Yutong, con el número 3355, procedente de Ciego de Ávila. Rosalina y otros viajeros se dirigieron directamente a la taquilla, a esperar cuántos pasajes se iban a vender para Santiago. «Con asombro —precisa—, vimos cómo subían a la guagua, casi vacía, personas que no estaban en la cola. Los choferes no solicitaron pasajeros en la taquilla y muy dispuestos iban a seguir su viaje».

Rosalina les preguntó si no iban a cargar pasajeros de la cola, «a lo cual me dijeron muy despreocupados: dile a la taquillera que mande cinco». Rosalina clasificó entre los cinco y bien pudiera haber soslayado el asunto, pues ella había resuelto su problema. Pero cuando subió al ómnibus, comprobó que tenía muchos asientos vacíos y, sin embargo, no pocas personas quedaban abandonadas en la terminal.

La mujer, que tiene sangre en las venas y no horchata, se indignó cuando, más adelante, antes de salir de Palma, los conductores pararon y montaron personas por un precio inferior al oficial. «Por supuesto —asegura—, eso iría a sus bolsillos. Y todo esto sucedió sin la más mínima discreción por parte de los choferes, lo que demuestra que es una conducta habitual».

El ómnibus tenía un cartel que decía: Transportación, «lo que indica que ya estaba pagado de antemano el servicio», deduce ella. Rosalina reflexiona:

«¿Son los choferes los dueños del transporte y son los que deciden si montan o no pasajeros en las terminales? ¿Allí nadie se cerciora de cuántos asientos pueden ser ocupados por otros pasajeros? ¿Dónde quedó el sentido común y el respeto al pueblo de esos choferes, que a la cara de todos se embolsillan el dinero, aprovechándose de la necesidad de sus conciudadanos? ¿Qué hacen los inspectores?».

No menos airada debe estar Norka Lidia Rodríguez, residente en Fe del Valle sin número, en Buey Arriba, territorio de la Sierra Maestra en la provincia de Granma. Su denuncia ya llueve sobre mojado acerca de tropelías que se registran con los bultos postales que los ciudadanos envían, con muchos sacrificios, y confiando en Correos de Cuba.

Cuenta Norka Lidia que envió tres bultos postales desde el correos de Buey Arriba, con destino a Magalis Arias, vecina de Tercera número 387, La Rosa, en la localidad habanera de Bauta: el número 3032544689 lo impuso el 27 de septiembre, el 032544321 el 29, y el 032544193 el 1ro. de octubre.

En el correos de Buey Arriba se revisó el contenido de los tres paquetes, los cuales fueron sellados. Los tres llegaron a su destino, pero dos de ellos solo tenían dentro libros viejos y papeles y el otro dos paqueticos de sal.

«¿Hasta cuándo Correos de Cuba continuará permitiendo estos hechos, que hacen perder el prestigio de esa entidad ante el pueblo, y la confianza en sus servicios?», cuestiona con todo fundamento Norka Lidia, y exige un esclarecimiento de los hechos por parte de esa empresa.

Maltratos, «inventos», trampas constantes al ciudadano, por donde se escapan el respeto y el honor. ¿Se estará extraviando la ética, así como esos bultos postales? Si cada quien sigue resolviendo «por la izquierda», engañando a las personas y al propio Estado que somos todos, ¿adónde vamos a parar?

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