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Paciencia a prueba de 30 años

«Desde 1978; sí, 1978». El énfasis de Blanca Núñez es solo una tímida señal de lo que ha sufrido esta mujer sin ver una solución, allí en su casa sita en Heredia 257, entre Milagros y Santa Catalina, en Santos Suárez, municipio capitalino de 10 de Octubre. Desde entonces, en su patio hay un foco de aguas albañales que llegan por debajo del muro que lo separa del edificio colindante, el 259. Asegura la lectora en su carta que el problema es de pleno conocimiento del Gobierno municipal, Higiene y Epidemiología, Edificios múltiples, Aguas de La Habana y la Campaña contra el Aedes aegypti, entre otros.

«Todo el que viene promete y promete, sin que hayamos logrado solución al respecto». En la primera quincena de diciembre de 2007, estuvo allí un inspector de Aguas de La Habana y prometió que al día siguiente enviarían una brigada. Aún la están esperando. En abril de 2008, en el Consejo Popular Santos Suárez le prometieron que la visitarían. Todavía los está esperando.

Ya los cimientos de su casa han cedido, la cisterna está contaminada, tiene el piso del cuarto hundido, y las ratas andan como Pedro por su casa. Pero el problema se extiende: ya se hundió el piso de la cocina de la vivienda del otro lado, la marcada con el número 255. Un verdadero récord en esta columna. 30 años. Qué vergüenza.

A corazón abierto: Así fue la intervención quirúrgica que le hicieron a la niña de cinco años Jennifer Acosta Reyes, en el cardiocentro Ernesto Che Guevara, de la ciudad de Santa Clara. Me lo cuenta la madre de la pequeña, Arelys Reyes, desde Maceo 64, en Palmira, provincia de Cienfuegos. Asegura la mujer que en el Diccionario de la Lengua Española no habría términos con que transmitir los sentimientos de agradecimiento que le animan a escribir y revelar el amor, el apoyo y la excelencia profesional del equipo que realizó exitosamente la compleja operación, y a todos los trabajadores del cardiocentro. A corazón abierto también reacciona esta madre cubana.

Día de madre: «Daba pena ver, en el Día de las Madres, a tantas madres cargando cubos de agua hacia sus apartamentos escaleras arriba, solo porque a alguien se le ocurrió, no sé con cuál objetivo, clausurar la llave que distribuye agua a la única cisterna de estos cinco edificios biplantas, dejando sin el líquido a 40 apartamentos». El testimonio lo ofrece en su carta Emilia Díaz Ibáñez, en nombre de los vecinos de la sección H de los cinco edificios Sandino del reparto Frank País, en el municipio capitalino de Arroyo Naranjo. En los alrededores no falta el agua, y solo estos edificios permanecen ignorados de tal servicio. Cansados están de quejarse a la Dirección de Acueducto y en las asambleas de rendición de cuentas, sin que se avizore una solución.

La luz del esmero: Julio César García lo cuenta en una carta, desde Maloja 10, entre Águila y Ángeles, en la capital: el 5 de junio, pasadas las nueve de la noche, intentó comer con su familia en el restaurante La Luz, sito en Obispo 159, entre San Ignacio y Mercaderes, en La Habana Vieja, cuyo servicio es en moneda nacional. Pero se toparon con que había poca agua para la elaboración de la comida y era muy probable que no pudieran alcanzar un turno. Se acercaron al capitán, llamado Carlos, con esa mezcla de timidez y prejuicio a la cual nos han acostumbrado muchas personas que laboran en la gastronomía. Y cuando sondearon la posibilidad de quedarse a esperar por si era posible, aquel empleado, con suma amabilidad, se interesó por ellos y otros comensales que esperaban. Los exhortó a que no desesperaran; solo haría falta un poco de paciencia y todo saldría bien. Así fue que a las 10 y 30 de la noche pudieron cenar, y muy bien. Por 21,60 pesos per cápita, degustaron una deliciosa combinación de arroz blanco, frijoles negros, bistec de cerdo que podía sustituirse por carne frita o pollo frito. Y como si fuera poco, una torreja como postre y café. El sitio, acogedor y climatizado. No, este redactor no hace publicidad, sino que remarca la satisfacción de Julio César por hallar un sitio que, sin exigir divisas y con precios módicos, derrocha amabilidad y deseos de servir por encima de cualquier contratiempo, con magnífico trato y agradable ambiente. Juan Carlos promete que volverá por allí, y este redactor hace votos porque permanezca encendida, sin «apagones», la «luz» de la excelencia que resplandece en el restaurante La Luz.

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