Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

De a Pepe

Juan Pérez Rivas (San Juan de Dios No. 861, entre Salud y Tenería, Cárdenas, provincia de Matanzas) escribe porque no puede más. O porque sus vecinos no pueden más, a consecuencia de algo que les han impuesto y les ha violentado la paz y la tranquilidad.

Refiere el lector que en su cuadra han habilitado un albergue para los choferes de los ómnibus que conducen a los trabajadores de distintas dependencias en Varadero. Estos parquean las guaguas allí, y al echar a andar los mismos el ruido es de tal alcance que agobia a los vecinos.

A ello se suma la creación de una oficina que atiende a los cocheros y a los titulares de bicitaxis. Los domingos, desde temprano en la noche y en la madrugada, ello genera el bullicio, las frases obscenas, los pies puestos en las paredes exteriores, las personas sentadas al pie de las puertas de las casas, los caballos amarrados por doquier, orinando y defecando, a más del hedor.

«¿Qué necesidad hay de afectar la tranquilidad de tantas personas? ¿Por qué no trasladan esos trámites para la base de transporte que está en las afueras de la ciudad?», señala en su carta, que está firmada además por otros 30 vecinos.

Compañera paradoja

Antonio Telmo (Avenida Acosta No. 310, entre Cortina y Figueroa, municipio Diez de Octubre, Ciudad de La Habana) tiene un mal recuerdo del hotel El Mirador, de la cadena Islazul, en San Diego de los Baños, en la provincia de Pinar del Río.

Cuenta el lector que, como ingeniero en Telecomunicaciones de la empresa mixta cubano-china Gran Kaiman Teleco S.A., la cual suministra equipamiento y proyectos para las telecomunicaciones en Cuba, se encontraba trabajando recientemente con un grupo de representantes de ETECSA en esa provincia.

Antonio se hospedó en dicho hotel el pasado 13 de mayo, y debía permanecer allí hasta el 22. Pero cuando entró a la instalación solo le garantizaban hospedaje confirmado hasta el 19, aunque explicó desde un principio que trabajaba de conjunto con los compañeros de ETECSA, que estaban alojados en ese sitio.

No obstante, Antonio desde un principio solicitó prórroga. Aun así, el 19 en la mañana inició el proceso de entrega de la habitación. Y en medio del mismo, el jefe de carpeta detecta que le habían cobrado un día de más, por lo cual procedió a devolver el dinero sobre la tarjeta magnética con que, a nombre de la entidad, él pagó el hospedaje.

Antonio todavía insistió por la prórroga, y se la denegaron. Sin embargo, por una demora con la impresión de la factura comercial, él presencia cuando un «señor», con acento extranjero, pregunta al jefe de carpeta si había sido aprobada su prórroga, a lo cual este respondió muy cortésmente: «No hay problema, señor; puede permanecer en nuestro hotel».

Refiere Antonio que, ante tal contraste, le preguntó al jefe de carpeta: ¿Cuál es la diferencia entre este huésped y yo, pues ambos pagamos los servicios en CUC, con la única diferencia de que él lo hace al «cash» y yo uso tarjeta magnética? Ambos somos huéspedes y tenemos los mismos derechos.

Y el interpelado le respondió que sí eran diferentes, pues «yo era un compañero, y el huésped un señor. Pero, además, ese “señor” era un viejo huésped del hotel y llevaba muchos días hospedado.

«Me molestó bastante, confiesa Antonio. Generó en mí las más disímiles dudas y preguntas, pues independientemente de que sea cierto lo argumentado debió primar un respeto profesional, pues soy cliente de Islazul de la misma forma que cualquier huésped. Si Islazul es una cadena del Estado cubano, que debe responder por encima de todo a los intereses del país, ¿por qué tenemos que soportar acciones y procederes como esos?».

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