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Olvidados

Hugo Negrín Pérez y María Justina Galán viven en Finca La Matilde, allá en San Pedro, Bauta. La casa donde residen hace 50 años es una especie de apéndice de la bodega del pueblo, según relata en carta la hija, Yrania Negrín Galán.

Hace dos años, la Dirección de Comercio decidió reparar la bodega, y asumió también la rehabilitación de la casa de Hugo y María Justina, quienes la debían costear a precios del Estado. Entonces, trasladaron la bodega para el consultorio del poblado.

Durante el período transcurrido, se recibieron allí visitas de Comercio y de la Vivienda en el municipio, y hubo encuentros con el delegado de la circunscripción, quien siempre planteó a ambas entidades la necesidad de reparar cuanto antes, por cuanto estaba ocupado el consultorio.

Hace un mes, ambas entidades retornaron pero sin acciones y respuestas efectivas. Dejaron allí un solo hombre, el cual trabajó seis días: desmontó el techo de la bodega y una parte del de la casa. Resultado: un hueco por el cual cabe una persona, y toda el agua del diluvio universal.

El 17 de agosto fueron de nuevo los de Vivienda y Comercio. Y ante vecinos y testigos, alegaron que no podían hacerse cargo de la obra ni continuar con la reparación, por falta de recursos. Que lo único que tienen son unas cuantas tejas de fibrocén y nada más. Dieron la espalda y se marcharon, con el constructor solitario, por supuesto. Desde entonces, nadie ha aparecido por allí.

Daños sin desagravio

Aunque Nurisleidy Martínez es la propietaria de la casa de Calle A No. 3, entre 5ta. y 6ta., reparto Brisas del Oeste, Santa Clara, allí viven su mamá y su padrastro, quienes sufren el agravio de un daño no resarcido.

El pasado 27 de abril, cuenta, dos operarios de una brigada de la ECOA 44 (Empresa Constructora de Obras de Arquitectura) de Villa Clara, quienes realizaban trabajos en el barrio, se subieron a la acera en un equipo e irrumpieron contra la cerca del frente de su casa, de bloques y de balaustres de hormigón, y la destruyeron en su totalidad. Lo peor fue que rápidamente abandonaron el lugar, sin asumir su responsabilidad.

Al llegar del trabajo la mamá de Nurisleidy, los vecinos la actualizaron, y ella fue a ver al jefe de la obra, y el que estaba era el jefe de la brigada, quien le dijo que lo transmitiría al primero.

Una semana después, como nadie iba por allí, la señora fue de nuevo a ver al jefe de obra, nombrado Chouza, quien alegó que ignoraba el caso, pero se resolvería enseguida. «Las palabras se las llevó el viento», sostiene Nurisleidy. Al cabo de varios días conversé con él y me dijo lo mismo. Envió a la casa al compañero que derribó la cerca, quien terminó de derribar los bloques, y se fue diciendo que iba a buscar cemento. Nunca más regresó».

Nurisleidy contactó con la secretaria del Director de la ECOA 44. Días después volvió a llamarla, y le dijo que todo estaba en manos de Isidoro, el jefe de Chouza, quien rogaba le diera unos días para resolver el problema, pues él no tenía conocimiento del asunto.

«¿Cómo es posible —cuestiona— que un jefe no tenga conocimiento de lo que hacen sus subordinados? ¿Para qué se reúnen todas las semanas, si problemas como el mío no salen a la luz?», manifiesta Nurisleidy.

Pasaron junio y julio, y ya en agosto ella contacta con Chouza, quien le dice que ellos no cuentan con los balaustres que se rompieron, para reponerlos. Nurisleidy le solicitó un cubo de cemento para mandarlos a hacer. Le respondió que sí, pero nunca le envió el cemento.

A mediados de agosto se comunicó con Vicky, la secretaria del delegado del Ministerio de la Construcción (Micons) en Villa Clara. Gracias a su esmerada atención, logra que un directivo de la Empresa se persone en la casa.

«Tanto tiempo dándole largas al problema —señala— y ahora, como quien dice, obligado por el delegado del Micons, (ese enviado) no se mostró de la mejor manera. Eran ellos los “afectados” y no yo; al punto de que Chouza me dijo que eso era mi responsabilidad, y lo que debía hacer era demandar a la persona que lo rompió».

Bebo, el enviado de la entidad, le afirmó que sin falta al día siguiente tendría un albañil para el trabajo; además, le harían el otro lado de la cerca, el cual estaba inconcluso. Solo pidió que hubiera alguien en la vivienda.

Al otro día, la madre de la joven dejó de trabajar para atender al albañil, quien levantó cuatro hileras de bloques. Bebo pasó por allí y dijo que, como era viernes, concluirían el lunes. El lunes 20 de agosto el esposo de la mamá de Nurisleidy dejó de trabajar. Pero el albañil no apareció, tampoco el martes ni el miércoles…

«Así sigue todo, señala la remitente. Ni siquiera han tenido la responsabilidad de ir y explicar las causas por las cuales nos dejaron esperando», concluye.

 

 

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