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Diversión de unos, tormento de otros

De vuelta de una batalla perdida allí en su municipio, cuando ya ha quemado todas sus naves y naufraga en el desasosiego, la señora Lydia Herrera García se aferra a esta columna al menos para llamar la atención de lo que está sufriendo.

Lydia reside en López Coloma No. 2, entre Daniel González y calle A, en la localidad matancera de Limonar. Y su familia es típica del envejecimiento demográfico que registra Cuba: Ella, con 64 años, el esposo con 68, y su tía con 87; todos con padecimientos de salud.

La vida se les complicó cuando se derrumbó un ranchón frente a su casa que ofertaba comidas criollas en un ambiente tranquilo. Entonces las autoridades municipales decidieron reconvertir el sitio en una discoteca al aire libre, con todo el andamiaje que lleva una instalación de su tipo: pantalla, luces y música a todo volumen.

Dicha discoteca, según refiere Lydia, pertenece a la Empresa de Comercio y Gastronomía de Limonar, y fue aprobada por el Gobierno municipal. Pero «el volumen de la música es descomunal en ese lugar, sobre todo los fines de semana, hasta altas horas de la madrugada —y algunos días desde horas vespertinas— sobrepasando los límites permisibles, incluso lo establecido por la ley sobre la contaminación sonora del medio ambiente».

Afirma la remitente que la situación es insoportable: no se puede dormir, ni siquiera escuchar lo que se ve en la televisión. Y cuando termina todo a altas horas de la madrugada (muchas veces a las 4:00 y a las 5:00 a.m.), las personas salen de allí con tragos de más, con gritería y escándalos. A veces se forman riñas y rompen botellas.

«Sabiendo de antemano de ese proyecto —refiere—, un mes antes de que abriera dicho establecimiento, escribí una carta al director de Comercio y Gastronomía, con copia a todas las organizaciones políticas y de masas del municipio, de la cual hicieron caso omiso».

Después de estar funcionando la discoteca, Lydia llamó a la Policía en dos ocasiones, en horas de la madrugada, para quejarse del alto volumen de la música, que no dejaba dormir. Y en ambas ocasiones le respondieron que ellos no podían hacer nada al respecto, pues el responsable era el Gobierno en el municipio, que fue el que autorizó ese proyecto desde el primer momento.

«Acudí finalmente al delegado de mi circunscripción, que además es el vicepresidente del Gobierno municipal —señala—. Y me respondió que mi petición no tenía lugar. Mi esposo fue también a la delegación provincial del Citma y le orientaron que debía poner la queja en Higiene y Epidemiología del municipio.

«Así lo hice. Y a los 39 días recibí la respuesta de que en la discoteca iban a tratar de bajar el volumen de la música. No estuve de acuerdo con esa respuesta, pues creo, y así les dije, que la solución sería construirle paredes y techo al sitio, y hacerlo una discoteca cerrada, para que la música, las luces, las sirenas y la voz del DJ no se sientan afuera del modo en que se escuchan ahora.

«En estos momentos, mis derechos a vivir en un medio ambiente sonoro equilibrado son violados, sin tener en cuenta siquiera que somos un núcleo familiar de la tercera edad».

La remitente recuerda que en respuesta a la sección Cartas a la Dirección del periódico Granma, el 3 de agosto pasado, Cecilia Sánchez Valdés, directora de Organización, Control, Información y Análisis del Citma, expuso que desde 2016 se creó en cada municipio un grupo de trabajo multidisciplinario, integrado por ese organismo, la PNR, el Minsap, Planificación Física y las direcciones de Supervisión subordinadas al Consejo de la Administración, para analizar mensualmente los casos de contaminación sonora.

«¿Esta comisión está funcionando adecuadamente en Limonar?», pregunta Lydia, y se responde: «No lo parece, pues hasta el momento los hechos dicen lo contrario».

Con esta y muchas otras historias relatadas aquí, se constata que anda al garete el respeto a la paz y los oídos ajenos. Se ha evidenciado en el actual proceso de análisis del proyecto de Constitución. Y los gobiernos locales deben ser abanderados de ese justo equilibrio en dar diversión y entretenimiento a la gente, sin lastimar la tranquilidad y la paz.

No se trata ahora de desaparecer los sitios recreativos, tan necesarios para la juventud, sino adecuarlos a las normas de convivencia. Cuando no hay recursos financieros y materiales para fundar discotecas insonorizadas y hermetizadas, con aislantes y climatización, y se tiene que recurrir al aire libre en un país tan caluroso, entonces hay que proyectar desde un principio la ubicación de estos centros alejados de las áreas residenciales. La diversión de unos no puede ser el tormento de otros.

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