Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Aracelys Bedevia

Látigo y cascabel

¿Payasos?

Si una profesión merece toda la consideración y respeto posibles es la de payaso. De pequeña solía gustarme verlos llegar con sus narices rojas y redondas, repartiendo la alegría entre los niños de mi pueblo: Cárdenas. A la carpa íbamos todos tras ellos, a divertirnos de lo lindo y quedar boquiabiertos ante los malabares y piruetas circenses que luego intentábamos repetir inútilmente.

No fueron pocas las veces que estos artistas de zapatos grandísimos y ropa colorida y holgada, nos hicieron reír con sus chistes y mímicas. Con el tiempo dejaron de gustarme, hasta que la pasión de mi hijo Jorgito por estos personajes despertó el interés que les tenía, y juntos hemos ido a disfrutarlos en cumpleaños, parques y actividades culturales.

A una supuesta mala suerte en la elección de las funciones (porque de seguro los hay muy buenos) atribuí al principio el hecho de que muchos de los payasos que están en activo no logran hacer reír a los niños y niñas. La reciente celebración del Festival Internacional Erdwin Fernández In Memóriam echó por tierra toda esperanza relacionada con la capacidad de los actuales clowns para arrebatar con dulzura una sonrisa.

De los payasos que subieron al escenario del teatro Lázaro Peña, donde aconteció el importante concurso, pocos consiguieron que brillaran los ojos de los infantes. Los números presentados durante los cinco días que duró el evento casi siempre fueron los mismos, por lo que este resultó aburrido, incluso, para mi Jorgito, quien cuando lo invité a la segunda función preguntó: ¿payasos otra vez?

Todo en la vida hay que hacerlo desde el respeto. La imprescindible comunicación con el público que tanto se mide en certámenes de esta índole, no se logra involucrando, casi a la fuerza, a niños y adultos en el espectáculo y convirtiéndolos en hazmerreír. Tampoco usando como recurso el empleo de máscaras espantosas que terminan por asustar a los más pequeños; o la narración de cuentos prácticamente a gritos, como si el auditorio estuviera sordo.

Ser payaso es algo muy serio. Esa difícil profesión requiere de una alta profesionalidad y conocimiento del público. Sobre todo si se trata del infantil, que suele ser muy exigente con propuestas de este tipo.

Cuando se trata a los infantes como a tontos, estos dejan de interesarse en lo que están viendo y actúan como lo hizo Daniel, quien con apenas tres años de edad le dijo a la madre a mitad de la función: «vámonos que esto no me gusta porque aquí los payasos se convierten en bobos».

Hacer reír es un arte difícil, que hay que dignificar. Porque reír resulta una necesidad biológica que, además, regala salud y amor. La risa mantiene el bienestar físico y mental, dado que libera endorfinas, disminuye el estrés y fortalece el sistema inmunológico.

Sería tan provechoso que estos artistas se transformaran en verdaderos creadores, que se equipararan con abundante imaginación, de una seria búsqueda escénica y dramatúrgica; que fueran capaces de despertar emociones, y de conectar con la empatía de quienes los observan.

Sería también provechoso que su mismísima presencia, por su profesionalidad y pulcritud en el hacer, ya fuera una promesa de buen arte, que nunca dejaran de mostrar esa capacidad artística que cada clown debe poseer para que sus espectáculos teatrales sean siempre un reflejo fehaciente de sus verdaderos talentos.

Con esos atributos, sin dudas conseguirán conquistar esa risa vital, esas carcajadas o risas alegres y repetitivas que, según afirman los científicos, reducen los niveles de colesterol en sangre y regulan la presión sanguínea, al tiempo que permiten liberar el temor y la angustia, mejoran el insomnio, incrementan el ritmo cardíaco y el pulso, mantienen la elasticidad de las arterias coronarias...

Sin embargo, sucede que cada vez se llora más y se ríe menos. Por eso es tan importante defender este derecho que nos ha dado la vida.

Si no fuera porque he visto a mi hijo divertirse con payasos como Darwing, quien deleitó a grandes y chicos con su excelente presentación en la Editorial Gente Nueva, hace más de un mes, diría que algunos payasos de hoy han extraviado el modo de hacer felices a los niños.

Tal vez porque pocos son los que siguen las enseñanzas de los grandes maestros. Puede que dominen la técnica, pero a una parte significativa de ellos les falta gracia y arte.

Les falta, sobre todo, como diría el catedrático Jesús Martín Barbero, aprender a pensar la comunicación desde la cultura.

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