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Sala de armas

Un triunfo resonante se anotó la esgrima cubana en 1922, cuando en una competencia internacional que tuvo lugar en el Atletic Club de Nueva York, el equipo del patio, que contendió en las tres armas —florete, espada y sable—, derrotó en toda la línea a los esgrimistas norteamericanos.

Formaban parte de la delegación cubana Ramón Fonts, Silvio de Cárdenas, David Aizcorbe y Eduardo Héctor Alonso, entre otros, y como capitán iba Manuel Dionisio Díaz, deportista de técnica impresionante. Buena parte del éxito correspondió al maestro José María Rivas, que trabajó con tesón en el entrenamiento de nuestros compatriotas. La preparación del equipo se llevó a cabo en la sala de armas de la Asociación de Dependientes del Comercio de La Habana, ubicada en su edificio social de Prado y Trocadero, donde radica desde hace unos años la Escuela Nacional de Ballet. Fue en ese mismo lugar, en el propio año 1922, donde, bajo la dirección del maestro Pío Alonso, se fundó la Federación de Esgrima de Cuba.

No finalizaron en el Atletic Club los triunfos cubanos. Se repitieron en Washington y en Boston y, en esa misma ciudad, volvieron a imponerse en los encuentros que sostuvieron en la Universidad de Harvard. Tal cadena de victorias tuvo un resultado inmediato: hizo que se desbordara el entusiasmo en las salas de armas que existían en la Isla.

El primer gimnasio

La esgrima como deporte organizado parece haber surgido en Cuba en 1867-1868. Fue entonces cuando se inauguró, en San Rafael e Industria, la sala de armas del Casino Español. Por aquellos días se instalaban salas similares en el Círculo Militar, en Prado y Trocadero, donde después estuvo el Centro de Dependientes, y en el Unión Club, sito todavía en Zulueta y Neptuno, en los altos del Café Alemán, y no como hoy, en el bello edificio de las cariátides de Malecón 17.

El primer director de la sala de armas del Casino Español fue el italiano Juan Galletti, que permaneció al frente de la instalación hasta 1874. El francés Pedro Cherembau, que lo sustituyó, la dirigió por poco tiempo; falleció cuatro años más tarde. Ocupó su lugar, hasta 1907, su hijo Julio. Mientras eso sucedía, el Casino Español, con su sala de armas a cuestas, cambiaba de domicilio una y otra vez. Pasó, de San Rafael e Industria, a San Rafael entre Zulueta y Monserrate, donde estuvo después el teatro Albizu y luego el Centro Asturiano, espacio que ocupan hoy las salas europeas del Museo Nacional. De ahí se trasladó para el antiguo palacio de Villalba, en Egido entre Monte y Dragones, sede del efímero Senado de la colonia en los días del régimen autonómico de 1898. Otro nuevo desplazamiento hacia Prado y Neptuno y otro más, en 1901, hacia Prado y Trocadero, hasta que seis años después inauguró su bello edificio de Prado y Ánimas, actual Palacio de los Matrimonios.

Se conserva una foto de la apertura de la sala de armas en el último de los edificios mencionados. En esta aparece, ya muy anciano, el maestro Julio Cherembau. Lo rodea un grupo numeroso de discípulos. Entre ellos, un hombre que luce una abundante cabellera negra peinada con una raya al medio. Es el doctor Ramón Grau San Martín, un joven médico, entonces sin aspiraciones políticas, que ocuparía sin embargo la presidencia de la República en dos ocasiones.

Otra sala de armas de aquellos días fue la del Club Gimnástico, en Prado 86, por la numeración antigua. Su apertura el 30 de mayo de 1891 fue un sonado acontecimiento esgrimístico y una fiesta lucidísima. Sala y gimnasio fueron punto de reunión de hombres muy notables y valiosos. Un grupo muy heterogéneo en el que sobresalían Enrique Hernández Miyares, el poeta del célebre soneto La más fermosa, el periodista Héctor de Saavedra, el millonario Juan Pedro Baró, el patriota Manuel Sanguily... Con todo, las figuras más notables, en lo referido estrictamente a la esgrima, que en aquella sala tomaron lecciones con el maestro Aurelio P. Granados, fueron Filiberto Fonts, hombre de fuerza hercúlea y deportista consumado, padre de Ramón, y Francisco Varona Murias, que legaría un libro en el que relata los más de cien lances de honor en los que tomó parte. Su récord nadie lo superó. Fue el hombre que más veces se batió en duelo en Cuba. Se tomaba como propias las ofensas aunque no le tocaran. Bastaba que un amigo suyo fuera agraviado y allí estaba Varona Murias para sacar la cara en su nombre.

El gimnasio de Prado 86 no es el más antiguo de Cuba. Ese lugar corresponde al que estuvo emplazado en la esquina de Consulado y Virtudes, espacio que ocuparían sucesivamente el teatro Alhambra y el cine Alkázar.

Aparece Ramón Fonts

El triunfo de Ramón Fonts en París trae un aire favorable para la esgrima cubana. Apenas tiene 16 años de edad, pero logra imponerse ante esgrimistas de reconocida fortaleza. Sorprende por su forma de manejar la espada y las victorias se las anota una tras otra ante el asombro de todos.

Es de elevada estatura, sus piernas son largas y ágiles y con su mano izquierda asesta golpes de arresto sin reparar en los ataques del contrario. Su velocidad impone pavor al adversario.

Fonts revoluciona los cánones espadísticos imperantes, dice David Aizcorbe, cronista de esgrima del periódico El País y campeón centroamericano. Hasta entonces, se afirma, la espada se practicaba casi como el florete y los tiradores clásicos, en su mayoría, iban a la parada. El cubano se apropió de la lección de los grandes maestros en cuanto a que la esgrima es el arte de tocar sin ser tocado y sorprendía en sus ataques a los rivales al meter su punta por dondequiera que encontrara un espacio, por estrecho que fuera. Esa técnica le dio renombre mudial.

El deporte lo había atraído siempre. Su padre no solo sobresalía en la esgrima, sino también en el tiro con pistola, y el hijo quería ser como él. Sus condiciones físicas lo ayudaban. Vivían en Francia entonces y eso decidió que el muchacho empezara a entrenarse con el francés Juan Ayat y el italiano Antonio Conte, ídolos de la esgrima en París en aquellos días. Pocos años después sería el cubano quien conquistara a Francia con sus éxitos sobre los más reputados ases de la espada mundial.

Recorrió Fonts, luego del triunfo de París, las principales salas de armas europeas, y en Madrid, esgrimistas de la talla de Carbonell y Sanz se maravillaron con el juego dificilísimo que el genial cubano había implantado con la espada.

Todas esas noticias llegaban a Cuba y estimulaban la práctica de la esgrima entre nosotros. Pero nadie había visto aquí batirse a Ramón Fonts. Había verdadera expectativa por verlo, y Fonts vino, cargado de laureles, en compañía de su padre, el hombre que había hecho al campeón obligándolo al ejercicio metódico y bien dirigido de las armas.

Cruce de maestros

Sucedió entonces algo interesante. Tal era la fama internacional de Fonts que muchos maestros de la esgrima pensaron que en cada cubano había un as de la espada en potencia. Eso resultó positivo por ingenuo que pueda parecer. Porque destacados esgrimistas de otros países se instalaron en La Habana, que se convirtió en un verdadero cruce de maestros y campeones. Cobraban sumas exorbitantes por sus lecciones. Hasta el conde Athos de San Malato, autor de uno de los códigos que regían los duelos, estuvo por aquí.

Se multiplicaron entonces las salas de armas. Eduardo Alesson, llegado de España, abrió la suya en los entresuelos del teatro Payret. Y Jules Loustalot, otra en Monserrate entre Empedrado y Tejadillo. Pío Alonso se consolidó en el Centro de Dependientes. El cubano Desiderio Ferreira, que en los años 40 moriría baleado ante la puerta de su casa en el apacible reparto San Miguel —un pase de cuenta por su pasado machadista— instaló su sala en el local que fue del Unión Club, en Zulueta y Neptuno, un espacio al que dio un tono rojo, que lo hacía atractivo y original.

Hubo asimismo salas de armas en el Miramar Yacht Club y en el Colegio de Arquitectos. En la sede de la Cruz Roja, en el Instituto y en la Universidad de La Habana. Las hubo también en el Ejército y en la Marina de Guerra. Los políticos que en un momento se entrenaron y practicaron preferiblemente con Loustalot, contaron con la sala de armas del Capitolio, una de las más bellas de la ciudad, a cargo del ya aludido José María Rivas. Los periodistas dispusieron de la suya en la sede de la Asociación de Reporters.

No todos los que acudían a las prácticas de esgrima lo hacían por amor al deporte o por el honor de poder representar algún día los colores del país. Todavía en los años 40 del siglo pasado bastaba con que alguien se sintiera ofendido para que planteara la llamada cuestión de honor. Designaba entonces a sus representantes, que visitaban al ofensor, y este a su vez designaba los suyos. Los padrinos de una y otra parte se reunían para pactar las condiciones del lance: lugar y fecha del encuentro, el arma con que se dirimiría el asunto y la forma en que transcurriría el enfrentamiento.

El arma escogida podía ser la espada o la espada francesa, el sable con punta o sin ella, o con filo, contrafilo y punta... Una vez decidida el arma establecían los padrinos a cuántas reprisses sería el combate, lo que duraría cada una de estas y el tiempo de descanso entre una y otra. Si seleccionaban la pistola —el revólver estaba terminantemente prohibido— se fijaba cuántos disparos harían los contendientes y a cuántos pasos y si dispararían a discreción o a una voz de mando. La cosa se ponía fea cuando se acordaba que el duelo fuera con todas las consecuencias o a todo juego, como se decía, pero aun así los duelistas debían obedecer las órdenes del juez de campo y acatar sin chistar su determinación de dar por finalizado el lance.

Periodistas y políticos

Periodistas y políticos eran de los más retados a duelo y figuraban entre los que más se batían. Entre los primeros, por nuestra cuenta, Wifredo Fernández se batió cinco veces; Santiago Claret, ocho; Muzaurrieta, nueve, y Antonio Iraizoz, 16. No existe constancia de que Grau San Martín se haya batido nunca, aunque sí llegó a retar a duelo al director de Bohemia por una información que apareció en la sección En Cuba. Famoso fue el duelo de Ricardo Núñez Portuondo, político liberal y médico de cabecera del tirano Machado, en que propinó a su rival, ante la curiosidad morbosa de 200 espectadores, una herida de 15 centímetros que lo tajó desde la frente hasta el pecho. El maestro Rivas se especializó en los lances de honor y fueron muchos en los que intervino como juez de campo. Puede decirse que no hubo político sobresaliente que no utilizara sus servicios. Entre ellos Eduardo Chibás, que se batió nueve veces con figuras tales como Tony Varona, Alberto Inocente Álvarez y Francisco y Carlos Prío Socarrás. En ocasión del duelo de Chibás con el senador José Manuel Casanova, el zar del Azúcar, advirtió Rivas al primero que no bastaba el coraje, sino que se requería de un poco de técnica. Es preciso, arguyó, seguir con la vista la punta del arma del rival.

—Mire, Rivas, esa será la preocupación del contrario porque yo no veo ni la punta de la mía —respondió Chibás, que padecía de una miopía bárbara y salió herido de casi todos sus duelos.

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