Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Breviario dominical

La calzada de Ayestarán —no Ayesterán, como se escucha con frecuencia— es una de las vías habaneras más transitadas.

Nace en Carlos III —Avenida Salvador Allende— e Infanta y se interna en lo que se llamó Ensanche de La Habana para desembocar en la calzada de Boyeros. La cortan importantes avenidas. Hay en ella centros de producción y servicios, oficinas diversas, laboratorios farmacéuticos, establecimientos comerciales y de recreo, sucursales bancarias y lugares de culto. En dicha calle y sus alrededores se asentó, entre las décadas de 1940 y 1950, el llamado distrito cinematográfico de La Habana, con empresas como el Circuito Carrerá, propietaria de los cines Acapulco, Trianón, Auditórium y San Francisco, entre otros; Cine Periódico S. A., productora de noticieros y documentales, Centro Fílmico y Noticuba, productora de materiales informativos. No puede eludirse en este recuento, forzosamente incompleto, las célebres «casitas de Ayestarán», que los amantes alquilaban por horas —generalmente tres—. En las inmediaciones de esta calzada se ubicó, en los años 20, Social, la importante revista de Conrado W. Massaguer, y el busto de Allan Kardec, padre del espiritismo que, desplazado del parque donde se le situó en 1957, en ocasión del centenario de su natalicio, trajo mala suerte a cuantos tuvieron que ver con su retiro, hasta que se colocó de nuevo, esta vez al fondo de la Estación Central de Ferrocarriles.

En Ayestarán esquina a 20 de Mayo ocurrieron en 1949 los dos atentados que Policarpo Soler perpetró contra Luis Felipe Salazar Callicó (Wichy), caballeros ambos del gatillo alegre aunque de tendencias rivales. El cadáver de Noel, hermano de Wichy y jefe de la policía del Ministerio de Educación, apareció acribillado a balazos y literalmente cosido a puñaladas. Convencido Wichy de que Policarpo había sido el asesino, se dedicó a buscarlo para ajustarle cuentas, pero Policarpo le cazó la pelea y le cogió la delantera.

Del primero de los dos atentados, Wichy salió gravemente herido. Se repuso al fin, pero a partir de ahí vivió, se dice, como un condenado a muerte sin fecha fija. Llegó así el 1ro. de septiembre. Ese día temprano en la mañana acudió al cementerio a gestionar el traslado de los restos de su hermano. Lo acompañaban un amigo de confianza y su hermana Efigenia. Regresó a su casa y al descender del automóvil una ráfaga de ametralladora disparada desde un auto en marcha, al estilo de los pistoleros de Chicago, los abatió a los tres. La mujer cayó cerca de la calle y los dos hombres esgrimieron sus armas sin que pudieran repeler la agresión. Otro automóvil se acercó a la escena y uno de sus tripulantes descargó su ametralladora contra los tres cuerpos todavía tendidos en el piso. Efigenia, que quedó viva para contar la historia, declaró que vio bajar del segundo automóvil a un hombre grueso, de pelo negro y espejuelos oscuros que, ametralladora en mano, remató con saña a Wichy Salazar y a su amigo. Lo reconoció sin vacilación alguna. Era Policarpo Soler y, entre otros, lo acompañaba El Colora’o.

Muy llamativo es en esta calzada el monumental grupo escultórico conocido como El legado hispánico. Se erige en el parquecito triangular que queda al fondo del edificio de la Biblioteca Nacional y es obra de la escultora norteamericana Anna Huntington, quien es asimismo la autora de la única escultura ecuestre que existe de José Martí y se halla en el Parque Central de Nueva York. Una réplica de ese Martí a caballo fue traída a Cuba, gracias a las gestiones del historiador Eusebio Leal y el apoyo financiero de cubanos radicados en el exterior. Se emplazó frente al Museo de la Revolución, antiguo Palacio Presidencial. El legado hispánico fue donado a Cuba, en 1956, por el esposo de la escultora. 

Moriré como he vivido

Ahora. ¿Por qué Ayestarán? ¿Quién es el patriota que desde 1904 da nombre a esta calzada?

Nació en La Habana, el 16 de abril de 1846, e hizo estudios en Nueva York y en el colegio El Salvador, de José de la Luz y Caballero. Matriculó luego en la Universidad de La Habana, donde sobresalió por la frescura de su talento y lo sólido de sus conocimientos. Graduado de abogado, encontró empleo en el bufete del reputado jurisconsulto José Morales Lemus, y allí estuvo hasta que estalló la Guerra de los Diez Años. No demoró en sumarse a la lucha.

Los que lo conocieron hablaron en su momento acerca de un hombre imbuido por la idea de la independencia, y compenetrado con ella. La rectitud de intenciones y la nobleza de su carácter marcharon en paralelo al servicio de Cuba. Dicen que se distinguía por su generosidad y la nobleza de sus actos. Era juicioso, valiente y decidido y caminó directamente hacia el sacrificio, sin importarle la muerte.

Ya en la manigua fue electo miembro de la Cámara de Representantes, aunque fue, se dice, más soldado que político. Participó en una veintena de combates, a veces bajo las órdenes de Ignacio Agramonte. Llevaba alrededor de un año en esa tarea cuando se le confió una misión en el exterior. Debía trasladarse a Estados Unidos. Lo hizo. Cumplió el encargo y se dio prisa en regresar a Cuba vía Nassau a bordo del velero Guanahaní. Tras no pocos contratiempos arribó a Cayo Romano el 14 de septiembre de 1870, pero las contrariedades no habían cesado. Vagó perdido, sin comer ni beber durante días hasta que cayó en manos de los españoles. A bordo del guardacostas Centinela lo trasladaron a La Habana. Llegó a ese puerto el 23 de septiembre y el mismo día, un consejo de guerra sumarísimo lo condenó a muerte, sentencia que se cumplió en el Castillo del Príncipe al día siguiente.

Ese día escribió a su madre una carta conmovedora. No conocía en ese momento la sentencia que le había impuesto el tribunal militar, pero estaba seguro de la severidad extrema de la pena. Es así que expresó:

«Moriré como he vivido, con conciencia de haber cumplido con mi deber, de no haber hecho mal a nadie y sí mucho bien a infinidad de personas». Luis Ayestarán Moliner fue el primer habanero en incorporarse a las filas del Ejército Libertador.

Alma Máter

El amigo Remy Martínez, agudo y enterado colega, me dice en relación con la página Esculturas habaneras, publicada en este espacio de lectura el pasado 5 de abril, que es checo el artista que esculpió el Alma Máter, y no yugoslavo. El escribidor no estaba ni está seguro de la nacionalidad de Mario Korbel, el artista en cuestión, pues en algunas fuentes sitúan su nacimiento en un país y otras, en otro. Por eso aludió al «artista checo (o yugoslavo) …»

Lo que sí está fuera de toda duda es que dos modelos posaron en esa ocasión para Korbel. La faz corresponde a una muchacha de unos 15 años de edad, Feliciana Villalón y Wilson, que nunca antes ni después se prestó a otro artista para esos menesteres. Era hija del ingeniero José Ramón Villalón, coronel de la Guerra Necesaria (1895-1898) y ministro de Obras Públicas en tiempos del presidente Menocal. Fue el proyectista, entre 1934 y 1940, de los cuatro edificios que flanquean la escalinata. El cuerpo, en cambio, de formas rotundas, corresponde a una mujer en pleno desarrollo anatómico, pero se desconoce su nombre.

Mario Korbel comenzó a esculpirla en 1919 y envió luego el prototipo a Nueva York, donde lo llevaron al bronce. Ya en La Habana, se colocó primero en un terreno yermo, dentro del recinto universitario, cerca del Rectorado, y años más tarde, en lo alto de la escalinata monumental.

Digamos de paso que dicha escalinata, de 88 escalones, se construyó en cuatro meses, en 1928, con vistas a la Conferencia Panamericana que tendría lugar en La Habana. En esos días, un cartel informaba que se trataba de una obra del presidente Machado ejecutada por Carlos Miguel de Céspedes, su secretario (ministro) de Obras Públicas.

Sucedía lo siguiente. Cada noche, los estudiantes que eran unos fastidiadores y ya antimachadistas, aunque no tanto como lo serían después, destruían el cartel hasta que Machado decidió sustituirlo por una tarja de bronce atornillada al muro que los estudiantes arrancaron y desaparecieron cuando cayó la dictadura.

Aula magna

Y ya que por la Universidad andamos, asomémonos al Aula Magna.

Se construyó entre 1906 y 1911 y es obra del arquitecto Emilio Heredia. No se destaca por su belleza. Es sobrio su exterior, pero puertas adentro conserva extraordinarios valores artísticos sin contar sus valores históricos, pues ha sido escenario de actos muy importantes y solemnes, algunos de los cuales desbordaron el recinto universitario.

Sobresalen allí, en la pared que sirve de fondo al estrado de la presidencia, los paneles en los que el pintor cubano Armando Menocal representó el universo de los conocimientos que en ese tiempo se explicaban en la Universidad. También los frescos del techo, los medallones que rematan la pared principal y los latinajos con los que se da solución de continuidad a la Universidad de San Gerónimo, universidad primada habanera, de la que se conserva la campana menor, utilizada para llamar al claustro de profesores. Allí, en un pequeño mausoleo, dentro de una urna de mármol blanco, se conservan los restos del padre Félix Varela, muerto en San Agustín de la Florida, y depositados aquí el 22 de agosto de 1912.

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