Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡A pie!

¿Sabía usted que las aceras de la calle San Rafael, en La Habana, fueron famosas en el mundo? ¿Recuerda cuántos de los llamados «aires libres» existieron en el Paseo del Prado y dónde se ubicaban?  ¿Recuerda acaso cuántos y cuales eran los juegos de luces que adornaban la llamada fuente luminosa de la Ciudad Deportiva y cuántas las copas que se adosaban a su columna central? ¿A que no sabe cuántos mosaicos que reproducen obras de famosos pintores cubanos se empotraron en La Rampa y cuándo? ¿Cuáles son sus conocimientos acerca de la Virgen del Camino? Mi esposa y yo nos enfrascamos en largas caminatas por La Habana. Es la forma mejor de conocer la ciudad. Esta semana nos fuimos a San Miguel del Padrón y verán lo que les cuento sobre esa localidad.

 Tratará el escribidor, espacio mediante, de abordar hasta donde pueda esas propuestas. Antes quiere hacer un llamado de atención. La Rampa se deteriora a ojos vista sin que las autoridades correspondientes hagan nada por evitarlo. Aceras sucias, rotas o hundidas ponen en peligro el llamado museo a cielo abierto del que aún nos enorgullecemos los habaneros. Edificios como el Ministerio de Comercio Exterior, el Centro de Prensa Internacional y  entidades burocráticas y bancarias instaladas en la zona parecen haberse parapetado para siempre detrás de unas cortinas metálicas que son válidas en caso de contingencias como un huracán, pero no para que se mantengan cerradas de por vida, restando belleza y animación a la acera. Por otra parte, espacios como el Pabellón Cuba, entregado a los jóvenes creadores,  y el Centro de Prensa, debían dejar de ser espacios muertos y abrirse a la vida y a la cultura;  el Centro con una programación abierta al público que incluya presentaciones de exposiciones y conferencias, y bailes y mucho ruido para que  el Pabellón suene.  Que no se diga que en La Habana no hay a dónde ir. Eso por no hablar del parqueo que acomodaron en 23 y M, una de las mejores esquinas de La Habana. Hemos hecho este reclamo otras veces y lo volveremos hacer. ¡Salvemos La Rampa!, la cara más visible de la ciudad.

Granito blanco y granito verde

Para quienes gustan de datos como estos, dirá el escribidor enseguida que a comienzos del siglo XIX la calle San Rafael, llamada también De los Amigos o Del Presidio, por la prisión que funcionó donde se construyó el Gran Teatro, llegaba hasta Industria. En 1830 el gobernador Joaquín Solís, que vivía en esa esquina, la extendió hacia el oeste y por ese rumbo llegó hasta los predios actuales de la Universidad de La Habana.

San Rafael era una calle elegante, con vistosas vidrieras y un ir y venir de gente que permitía tomarle el pulso a la ciudad. Sus aceras, desde Prado hasta más allá de Galiano, eran únicas. Las confeccionaron de granito blanco con franjas sinuosas de granito verde. De ellas solo quedan algunas fotografías y el recuerdo de habaneros nostálgicos.

Fue en octubre de 1963, coincidiendo con la inauguración del Pabellón Cuba, en 23 y N, cuando se empotraron en las aceras de La Rampa los mosaicos que reproducen obras de artistas plásticos del patio. Se celebraba en La Habana el 7mo. Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos, que reunió a más de 2 000 profesionales, técnicos y estudiantes procedentes de 80 países, que discutirían problemas de la arquitectura en el Tercer Mundo.

Artistas como Wifredo Lam, René Portocarrero, Hugo Consuegra, Mariano Rodríguez, Cundo Bermúdez y otros más, hasta completar 15, aportaron sus obras originales que fueron reproducidas en granito integral por la empresa cubana Ornacen, con la intervención de los arquitectos Fernando Salinas y Eduardo Rodríguez. Quince diseños que se van repitiendo a lo largo de varias cuadras hasta alcanzar la cifra de 180 mosaicos.

La imagen de los mosaicos se obtuvo con cemento coloreado con gravilla fina de mármol triturada y polvo de mármol sometido luego a pulimento. Láminas de bronce delimitaban los mosaicos empotrados. Un excelente y cuidadoso trabajo.

Luces

La Fuente Luminosa de la Ciudad Deportiva tiene —o tuvo—  juegos de luces amarillas, azules, verdes y rojas y su agua descendía por las cuatro copas que de menor a mayor se adosaban a la esbelta columna central. Existió antes —y existe aún— otra fuente luminosa. La llamada Fuente de las Américas, en la entrada de la Quinta Avenida, en Miramar, que en sus comienzos (1916) se llamó Avenida de las Américas. Es obra del arquitecto norteamericano John F. Duncan, autor en su país del monumento al general Grant, junto al notable arquitecto cubano Leonardo Morales, graduado de la Universidad de Columbia. Por eso se dice que Miramar, con sus manzanas rectangulares de 100x200 metros se parece tanto a Manhattan.

Por cierto, a comienzos de los años 80, ante la proximidad del bicentenario de natalicio de Simón Bolívar —julio de 1783— se habló acerca de erigir en esa zona, a la salida del túnel, un monumento que honrara la memoria de El Libertador. Todo quedó ahí, imagina el escribidor porque en la calle G, en El Vedado, se emplazó la réplica del que en Caracas movió páginas memorables de José Martí que a su llegada a la capital venezolana lo visitó sin haberse sacudido el polvo del camino.

Fueron tres los aires libres que, en los años 40 y 50 del siglo pasado existieron en el Paseo del Prado; terrazas que se abrían en los portales y las aceras de los hoteles Saratoga y Pasaje y el café El Dorado, sitios preferidos por cubanos y visitantes. De ellos, el más gustado y recurrido se ubicaba bajo la marquesina del Saratoga y allí sobresalieron las orquestas femeninas Ensoñación y Anacaona.

En los años 60, los aires libres fueron sustituidos por los llamados paragüitas.

Virgen del camino

Esa escultura, obra de la notable artista Rita Longa, es un punto de referencia en el entramado urbano de La Habana. Se emplaza en un parque donde confluyen las calzadas de Luyanó y San Miguel del Padrón y la Carretera Central. Se trata de una estatua de bronce de 180x200 centímetros de una mujer que tiene en la mano una rosa náutica y cuya ropa y velo batidos por el viento dan idea de movimiento e invita a seguir su andar, convencidos de que nos llevará por senderos seguros. Rita no se limitó a esculpirla, sino que una vez terminada, solicitó al Tribunal de Ritos de la Iglesia Católica que declarara legítima la devoción de los creyentes por esa imagen y logró que el cardenal Manuel Arteaga Betancourt la coronara como «madre protectora del viajero peregrino».

Historia de esta historia

Hay toda una historia detrás de esa imagen. A la salida del puente Alcoy, que separa los municipios de Diez de Octubre y San Miguel del Padrón, pasa sobre el río Luyanó y une las calzadas de Luyanó y Güines, existían hasta los años 40 dos bodegas. Una se llamaba La Sorpresa, que daba nombre a la zona. La otra, La Virgen del Camino, propiedad de un español de la provincia de León, que quiso con ese nombre honrar a la patrona de su región natal. Había también allí un paradero de ómnibus donde se colocó una urna con una imagen de la Caridad del Cobre que empezó a ser conocida como Virgen del Camino. El pujante plan de obras públicas del presidente Grau San Martín (1944-48) impuso la demolición de todo aquello, y Pepe San Martín, el ministro del ramo, prometió a los vecinos de la zona que la imagen de la Caridad sería colocada en la pérgola del parque como guía y amparo de todos los viajeros, pues desde su mirador seria lo último y lo primero que se divisaría al salir o al entrar a la capital. Pidió el Ministro una imagen distinta, una virgen para los caminos de Cuba.

El monumento se inauguró el 20 de mayo de 1945, con una gran misa de campaña. En el Banco Continental Cubano se abrió una cuenta para depositar las donaciones tributadas a la virgen y que se destinarían a la Casa de Maternidad de Beneficencia.       

Lo recaudado arrojaba un promedio de 60 000 pesos diarios para una virgen que fue dejando de ser la Caridad del Cobre para reafirmarse como Virgen del Camino.

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