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Al aplicar la ciencia, campesino mejora rendimientos agrícolas

A tierras con historias fantásticas ha llegado la ciencia. Hijos de campesinos son protagonistas del cambio en las montañas

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El Mocho se acercó a la ciencia para lograr mejores rendimientos en sus cultivos. CANALETE, Pinar del Río.— Cuentan que cuentan las lenguas, sobre todo las más veteranas, que en la laguna de Naranjo salen de noche dos perros que se ponen grandísimos.

Historias fantásticas de aparecidos corren de boca en boca por aquellos sitios, como en cualquier rincón de Latinoamérica, paridora de leyendas y personajes fantásticos que han asaltado la literatura, desde los libros de García Márquez. ¡Quién le viera viviendo una temporada por estos parajes!

Un cirquero de los años 50 puso de moda una frase que se convirtió en vaticinio: eres graduado de la universidad de Canalete. Se trataba de una mofa acerca de aquel lugar de la geografía montañosa de La Palma, donde aún hoy viven personas que no han visto jamás el mar, como Ángela, con 83 años de edad.

Las anécdotas crecen allí por montones, más rápido que algunos cultivos que hace algún tiempo comenzaron a ir de mal en peor, pues el agua arrastró la materia orgánica de numerosas vegas, que quedaron medio pelonas…

EL MOCHO

La tierra de Mario García, alias el Mocho, campesino de la zona, empezó a perder nutrientes, y el tabaco, el tomate, la yuca, el maíz y otros cultivos comenzaron a rendir menos.

Él había sido presidente de la cooperativa de crédito y servicios Jesús Suárez Soca. Su olfato le dijo que tenía que bajar de su loma y acercarse a la ciencia. Así lo hizo, y fue a la Facultad de Canalete —creada en 1990 para formar ingenieros de montaña— a pedir asesoramiento.

Un profesor de ese centro fue a su vega con un grupo de estudiantes recién graduados. Los muchachos aplicaron allí lo aprendido en varias clases de la asignatura Práctica Agrícola 1.

Los jóvenes enseñaron al montuno a trazar curvas de nivel en el terreno, qué plantas sembrar que sirvan como barreras vivas para evitar la erosión, como las de pasto vetiver y kingrass, entre otras.

Algunos lugareños apodaron entonces al Mocho como el Loco, porque aplicaba en su suelo los experimentos de la universidad. Así fue como sembró papa, un cultivo que jamás se había plantado en La Palma, y que se le dio de manera excelente.

El profesor Ricardo José Valdés, jefe de departamento en la Facultad, explicó a los reporteros que todo ello fue como parte de un proyecto de fitomejoramiento participativo, liderado por el Instituto Nacional de Ciencias Agrícolas, que comenzó sus experimentos en La Palma y Batabanó, pero que se ha extendido a Villa Clara y Holguín.

Ese proyecto forma parte de un programa coordinado por un grupo regional de investigación, que incluye la participación de especialistas de Nicaragua, Honduras, México, Costa Rica y Cuba, y al cual se sumará El Salvador.

El Mocho fue el primer campesino en incorporarse, pero ya suman unos 60 en La Palma. Su vecino le preguntaba: «¿Por qué tú tienes frijoles y los míos apenas paren?». Y él le respondía: «Porque yo tengo sembrado kingrass y tú no». Y así, se fue corriendo la voz.

El Mocho tiene sembradas 80 variedades de papa, que forman parte del experimento. Después de cosecharlas, conserva el producto en un bohío, amarrado como ristras sobre la tierra, lo que se llama hacer pilón.

Otros productores incorporados al proyecto las conservan en cuevas de la zona, y también en aserrín, arena y en tendales dentro de las casas de tabaco de guano, para que las temperaturas no sean altas.

La integración entre la Facultad de Montaña y los campesinos ha sido tal, que el centro de estudios trabaja con 200 variedades de frijol en tierras de los labriegos.

Según el profesor de 30 años Ricardo José Valdés, un mantuano que se hizo médico veterinario en el Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias de La Habana (ISCAH) y era allí reserva científica, este proyecto lleva seis años, y será a los 14 cuando se pueda hablar de su plena validación científica.

UN PRODUCTO DE CANALETE

Dianelis y Alexis nacieron y crecieron viendo las montañas de La Palma. Hoy la carrera universitaria les da herramientas para mejorar la vida en esos sitios. Dianelis Fleita García será la primera universitaria en su familia campesina, que vive a unos 800 metros de la Facultad de Montaña.

«Me gusta esta tranquilidad, este paisaje que parece una pintura… Aquí nací y aquí me crié. Tenía 12 años cuando vi por vez primera el mar, en el campismo de San Pedro; pero prefiero la montaña.

«En esta facultad hemos aprendido sobre plantas y árboles, y las plagas y enfermedades que los atacan, y lo mismo nos han enseñado acerca de animales.

«Encuentro belleza en una cría de cerdos; los hay de todos colores: rojos, blancos, negros… Me gusta ver cómo la madre los amamanta».

Dianelis participa en las Brigadas Estudiantiles de Trabajo durante su período vacacional, y por ello pudimos entrevistarla. En septiembre comenzará su quinto año.

Ya es prácticamente ingeniera, y tiene bien pensado lo que hará con su vida: se quedará a trabajar en la montaña, el sitio que le ha transmitido una gran paz interior y le ha enseñado a disfrutar la salida del sol y cómo este se bebe el rocío.

Alexis González Pérez terminó su tercer año. En él confluyen dos caudales: la imaginería campesina, con sus creencias que pasan de voz en voz, y la ciencia que se abre paso desde el laboratorio de computación, en el que todos tienen su cuenta de correo electrónico y pueden navegar por el mundo mediante Internet.

Va a comenzar su cuarto año y ya ha aprendido algo de programación. Un ingeniero de montaña se forma en un perfil amplio e integral. Jamás su tío Valentín soñó con tener un sobrino tan aventajado.

Alexis dice orgulloso que en la práctica su padre Horacio —experimentado campesino— le aventaja, pero no en la teoría. El joven le ha enseñado cómo crear barreras vivas y otras técnicas para la conservación de los suelos, y Horacio, igual que el Mocho, también recibe el cambio que llega con los estudios universitarios hasta el corazón de la montaña.

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