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Aumentan hombres que usan atributos femeninos

Cuba no escapa a la llamada metrosexualidad. Las causas han sido diversas pero, ¿es el hombre cubano más liberal? ¿Es menos machista?

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Bellos y no bellos, en Cuba y más allá, todos caben en este mundo. Quien sabe si por una trampa de los diccionarios, o por una broma del sentido común, los hombres «bellos», sin embargo, se sienten muy bien. Agradecidos de haber llegado a la vida en acuerdo tácito con los cánones de las culturas dominantes, estas personas, generalmente, están más complacidas con su físico que otros a su alrededor.

El mercado ha estado vendiendo algunas novedades lingüísticas: metrosexual, tecnosexual, ubersexual, retrosexual, y hasta hombre alfa. La Real Academia de la Lengua Española no les abrió las puertas, y por el momento siguen volando en el éter de la oralidad humana. Sin embargo, los medios de comunicación del mundo occidental las han catapultado al espacio público, para beneplácito de los intereses del mercado.

Esas clasificaciones con prefijos múltiples, que parecen denotar a la larga una conducta «sexual», son, por el contrario, denominaciones que no suelen indicar un comportamiento, orientación o preferencia alguna, sino que nombran actitudes que algunos hombres tienen hacia su apariencia física, y que simulan abrir la puerta a una supuesta «liberación masculina».

Puede ser que, mirando atrás en el tiempo, todo el asunto de ser bello o no serlo, no sea otra cosa que el afán humano de lograr aceptación dentro del grupo, de otorgarse a sí mismo un cierto reconocimiento social, o de llegar al clímax de la notoriedad pública.

En el mundo antiguo muchos hombres se preocupaban conscientemente por su apariencia, aunque casi siempre este comportamiento se vinculaba con su estatus de clase, con su ser público. Hoy está claro que los productos y servicios en función de la belleza se venden más después que los medios han legitimado el surgimiento de un «nuevo hombre» —que no es un hombre nuevo— al que no le importa violar los límites acuñados por la cultura falocéntrica.

Los medios internacionales aseguran que estos hombres asisten a salones de belleza, son más selectos en el vestir, y utilizan joyas que unas décadas atrás las normas sociales concebían exclusivamente para mujeres. El enfoque queda solo en lo superficial. Nadie habla de su dimensión humana, de las transformaciones de su alma, de su ser político.

Arreglarse las cejas ya no es exclusivo de las féminas. Podría especularse que cualquier tendencia de este tipo en nuestro país se vería minimizada por los efectos del período especial. Sin embargo, con solo desandar unas cuadras de La Habana, la imagen de hombres con piernas y brazos afeitados, con esmalte en las uñas, con cejas arregladas, con aretes u otros atributos —hasta ahora solo femeninos— penetra como una bala en el centro de la retina pública.

Sea o no una estrategia de mercado afirmar que existen los metrosexuales, lo cierto es que algunos hombres en Cuba lucen hoy diferentes.

Dime, espejo mágico...

«Es la crisis del mexicano “macho”», afirma sobre la metrosexualidad Roberto Labaut, estudiante universitario. Ciertos jóvenes cubanos conciben este fenómeno como la renuncia a la masculinidad tradicional, como darle la espalda a esa apariencia que Humphrey Bogart implantó hace décadas en el gusto occidental.

Pero, ¿qué se ha entendido por metrosexualidad? Fue el periodista inglés Mark Simpson, en 1994, quien la definió como la actitud de aquel hombre joven, habitante de una metrópoli, que gusta de una vida sofisticada, cuida su cuerpo, no tiene prejuicio para hacerse la manicura, y viste ropa de diseñador. Según Simpson, el metrosexual está enamorado de sí mismo y se obsesiona por estar siempre a la moda. El diario estadounidense The New York Times describiría poco después: «Son hombres urbanos impacientes, uniformes, dispuestos a abrazar sus lados femeninos».

Al borde del narcisismo, ser metrosexual no implica una orientación sexual específica. Homosexuales, heterosexuales y bisexuales comparten la afición hedonista de la imagen.

El Dr. Julio César González Pajés, profesor de la Universidad de La Habana y coordinador de la Red Iberoamericana de Masculinidades, considera que «hoy día el hombre es mucho más andrógeno, más “femenino”, no afeminado, sino femenino en la concepción femenina de la socialización».

¡Adiós a los pelos! Algunos entrevistados coinciden en que sin ellos se ven mejor. Los íconos de la metrosexualidad en el mundo tienen nombres de éxito: David Beckham, nuevo astro del club estadounidense Los Ángeles Galaxy, impone distintos estilos y modas que lo convierten en el paradigma global de la metrosexualidad. Beckham ha declarado que gusta de pintarse las uñas y arreglarse las cejas, porque lo hace sentirse mejor. Sus cortes de cabello —uno distinto cada temporada—, así como sus brazos y piernas afeitados, son imitados por los fanáticos del capitán de la selección inglesa. La gran campaña mediática en torno al astro futbolístico ha servido para exportar el sello metrosexual a todos los rincones del mundo. Otras imágenes tan «masculinas», como la del charro mexicano, han sucumbido a la influencia. El cantante Alejandro Fernández, popularmente conocido como «El Potrillo», se ha declarado a sí mismo como un «charro metrosexual».

Nuestro país, aun cuando intenta alejarse de la maquinaria publicitaria, no escapa tampoco a esta tendencia de la globalización. Es por eso que hay hombres que reproducen los patrones metrosexuales sin saber, en la mayoría de los casos, que están dentro de esa clasificación.

La «cola de caballo» se hizo habitual entre los jóvenes desde hace bastante tiempo. El equipo de investigaciones sociales de este diario entrevistó a 60 personas entre los 14 y los 30 años, a lo largo de todo el país, con el objetivo de indagar cómo se percibe en Cuba esta nueva inclinación al «hombre estilizado». Los entrevistados notaron el aumento de atributos tradicionalmente femeninos en varones, entre ellos: pantalones ajustados y a la cadera, cejas arregladas, pelo largo y teñido, cuerpo rasurado o depilado, camisetas de tirantes, uñas arregladas, labios pintados, limpieza facial, peinados de estilo, cintillos, piercing en el ombligo, entre otros.

Diversas son las apreciaciones sobre la manifestación de la metrosexualidad en la Mayor de las Antillas. Para muchos interrogados se debe al seguimiento de la moda, o como síntoma de rebeldía y protesta de los adolescentes. Otros culpan a la influencia de culturas externas importadas por diferentes vías. Algunos creen que es una receta de los hombres para aumentar la autoestima modificando el patrón estético, y así expresar su desprejuicio en la manera de asumir la masculinidad.

Julio César González Pajés refiere: «hoy en día los límites entre lo heterosexual, lo homosexual y lo bisexual se rompieron, y Cuba forma parte de eso. Hay una estética más ambigua sobre el hecho de ser hombre, que no indica tampoco exactamente una opción sexual».

Miguel Vargas, chofer de un taxi de turismo internacional en Varadero, de 47 años, considera que la metrosexualidad «tiene que ver con la pérdida de valores, se están perdiendo, no hay ética. Hay falta de principios. Y eso es desde la niñez». Carlos Lugo, estudiante habanero de Ingeniería Nuclear, de 24 años, asevera que «se está resquebrajando la cultura nacional en la juventud, se confunde cultura con libertad, y se rompe la imagen masculina de nuestra sociedad». Guillermo González Lezcano, profesor de belleza y miembro del proyecto Pelarte, percibe que la metrosexualidad en Cuba es expresión de la crisis que ha atravesado el país: «hay pérdida de la identidad cosmética porque todo se degradó, todo se desvalorizó con el período especial».

Por otra parte, un sector de la población lo relaciona con la moda, con la influencia de las industrias culturales extranjeras y el consumo. «El mercado influye en estas personas —afirma Zuleika Andrés, estomatóloga del municipio Plaza de la Revolución, de 30 años—. La influencia puede estar en las revistas, en cierto tipo de películas que exaltan los valores a través de la imagen física, el galán, el superhéroe, el deportista; todos con el patrón de éxito le siguen el ritmo al consumismo». Gretel Téllez, de 18 años, prefiere verlo como «una evolución del pensamiento y la influencia de la moda europea».

Julio César González Pajés es todavía más terminante: «En lo que sí podemos estar de acuerdo es que Cuba está influenciada por ese movimiento mundial y que los jóvenes cubanos cada día se quieren parecer más en la estética a los jóvenes de otros países».

Otros, simplemente, lo atribuyen a un verdadero cambio en concepciones estéticas y hasta de comportamiento. «Más que una copia es algo propio de la evolución de las especies, la mentalidad del hombre cambia, los tabúes se han ido resquebrajando, el desarrollo social y tecnológico va a la par con el desarrollo del ser humano». Así piensa Filiberto de la Cruz, estudiante de Ingeniería Nuclear. Danny de los Santos, alumno de la Escuela Nacional de Arte, lo ve como «el cambio y el deseo de hacer cosas diferentes, una transformación estética».

Modelos de la casa de modas La Maison, que optaron por el anonimato en sus entrevistas para este reportaje, son algunos de los hombres que en Cuba trabajan en su imagen. Ellos no se ciñen al título de «metrosexuales». Simplemente creen que «el hombre tiene que cuidarse y el que no lo hace, no se valora a sí mismo como debiera». Ellos aceptan sin prejuicios que en su rama laboral «cada cual cuida su imagen, vive encima del cuidado de su cuerpo, el ejercicio, el rasurado, las cremas, las dietas...». Reconocen que, en un inicio, la sociedad no los recibió bien: «Siempre la primera imagen que tienen de nosotros es que somos homosexuales». Y aún peor fue en su ámbito familiar: «Muchos padres no estuvieron de acuerdo en un momento inicial, porque cuando te ven afeitado, con las cejas limpias (arregladas), algún color diferente y otro corte en el cabello, les resulta difícil».

Mariana Pérez y Katia Suárez, sociólogas, de 23 y 24 años respectivamente, dijeron que la metrosexualidad en Cuba «se manifiesta porque los varones han tomado más conciencia de la importancia de la imagen y la salud» y «porque se están rompiendo las barreras del machismo».

Pero, ¿es la metrosexualidad una expresión de ruptura con los cánones de las sociedades machistas? ¿Se trata, como algunos lo han querido denominar, de una «liberación masculina»?

Mercado, mercado: ¿quién es el más bello entre los bellos?

No es fortuito que un nuevo patrón de belleza masculina haya surgido tan ligado a los intereses de venta. Una búsqueda simple sobre el tema en Internet, nos devela al metrosexual como «el nuevo hombre que nos encanta».

La banalidad de algunos, permeados casi siempre por la publicidad, los ha llevado al extremo de pensar que serán más bellos según el producto que consuman: Gillete, Palmolive, L’Oreal, Loewe, Bvlgari, Biotherm Homme, Vichy Homme, Lancome, Channel... También en Cuba hay hombres que son capaces de multiplicar panes y peces para lucir un poco mejor, aun cuando los precios de estos productos harían quebrar el bolsillo medio.

La Dra. Lourdes Fernández, vicedecana de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, apunta que «la cultura ha privilegiado un patrón de masculinidad donde la fuerza física, la fuerza psicológica y la virilidad son el eje promovido». Sin embargo, el sitio web argentino SentidoG, uno de los promotores del tema, pone en primera plana el asunto del hombre actual que «comparte con las mujeres la aspiración de una piel suave y en muchas ocasiones, un look más femenino y delicado».

Julio César González Pajés asegura que «si los hombres se integran a la industria de la cosmética, hay más ventas, hay más hombres consumiendo tintes de pelo, depilándose las cejas, las piernas. Entran, por tanto, en el mercado mundial de venta de productos cosméticos, donde nuestro país también participa, porque somos parte de la sociedad global».

Hace una década, llevar aretes era mal visto. Hoy, la moda se impuso y ya se usan hasta de tarro de buey, como el de la imagen. A propósito del caso cubano, Guillermo González Lezcano considera que en la Isla «hay una libertad estética invadida por el mercado, y el mercado de la belleza es importante para mantener los valores de belleza de un país». Así, opina el también estilista, «estamos a merced del mercado, porque en Cuba no hay una cátedra de belleza que dicte los parámetros de los ideales estéticos del criollo. Siendo todas las escuelas y no siendo ninguna. El país tiene que estudiar todas las escuelas para encontrar la suya propia. Creo que Cuba se ha sumado inconsciente o conscientemente a este cambio de imagen del hombre».

Es también el mercado quien está imponiendo los límites entre lo masculino y lo femenino, según el estilista. Para él, el propósito de las ventas es «convencer a este hombre de que, aun cuando sea ancho de caderas, o de caderas muy estrechas, o sea muy delgado, o grueso, o bajito, o largo... todos se ponen los mismos pantalones. Es decir, que no hay correspondencia entre morfología y necesidad de hacer para esa gente un diseño especial». Para decirlo de otro modo, que la metrosexualidad ha sido construida también desde el mercado a través de los medios de comunicación.

Sin embargo, no todos piensan que los hombres se esmeran en el lucir únicamente por inducción de la sociedad. «Los productos del cabello son unisex», afirma Sarah, de 35 años, dependienta de una tienda del Hotel Habana Libre, en la capital del país. «Es que la cosmética del cabello es general, y todo tiene su edad y su etapa. No solo tenemos jóvenes que vienen a comprar tintes para hacerse iluminaciones en el cabello, hombres de mayor edad buscan tratamientos anti-canas y anti-caída».

Bajo otros ángulos de apreciación, es evidente que el patrón metrosexual ha encontrado un espacio en esta isla del Caribe, y también el mercado se ha valido de estos nuevos cánones para incrementar sus ganancias. Sarah encuentra una justificación: «la cosmética es la esencia del ser humano».

Nereida Pérez, manicura y depiladora del salón de belleza del mismo hotel, con 15 años de experiencia en esas especialidades, afirma que «hay que entender que los hombres son como las mujeres, tienen que lucir bonitos. La apariencia personal siempre es muy importante, sea en la mujer o en el hombre».

Cremas anti-arrugas, implantes para el cabello, pinturas de uñas, lápiz labial... toda una gama de productos creados para los hombres, que habrían sido un buen gancho literario para los hermanos Grimm al diseñar sus personajes masculinos, los cuales hubiesen hecho palidecer de celos a la madrastra de Blanca Nieves. La industria cosmética ha logrado que a diario los hombres se pregunten: ¿quién es el más bello entre los bellos? Ella —la industria— ya tiene la respuesta: «todos los hombres son bellos, pero los metrosexuales son los más bellos de todos».

Metrosexual... el espejismo de la «liberación masculina»

«Yo soy engrasador en un Servicentro, ¿no crees que cuando termino de trabajar estoy lleno de grasa?», cuenta uno de los modelos entrevistados. «En el pelo de mis manos y mi cuerpo toda esa grasa se queda pegada. Cuando termino de trabajar me limpio, siempre me visto correctamente, las personas no imaginan que yo sea engrasador, porque uso perfumes, cremas, siempre ando bien vestido. El cuidado de una persona requiere recursos, la mayoría caros, entonces tenemos otras profesiones y además trabajamos como modelos. Es la única forma de poder mantenerse, porque todos los productos cosméticos son costosos».

Otro de ellos hace una reflexión sobre el aparente cambio de roles que la metrosexualidad ha inducido: «A mi novia no le gusta que salga sin camisa para la calle, porque dice que me estoy exhibiendo. Es decir, ahora pasamos del “no quiero que salgas en licra” del hombre, al “no quiero que salgas en camisetica” de la mujer».

Lourdes Fernández está convencida de que no existe una «liberación masculina» «Yo creo que no hay indicadores de cambio, que no hay una “liberación”, solo que ciertos estereotipos se quieren mover de alguna manera, y que la gente joven los está tratando de mover, de un modo muy heterogéneo y muy diverso. Creo que hay emergencias de cambio, de apostar un poco más por la autonomía, con la belleza de los cuerpos. Porque no me queda muy claro si ese hombre que se afeita deja de ser machista. El hombre se afeita para ser bello, para conquistar muchas mujeres, empieza a “ranquear” entre esos hombres atractivos para el sector femenino, pero es más de lo mismo, no una “liberación”. Antes era la brillantina de Rodolfo Valentino, después dejarse las patillas, la mota de Elvis Presley, el cuadrado de Los Beatles... ha habido muchas modas. Parece que el hombre es más flexible, pero es más de lo mismo, porque es con el cuerpo», afirmó.

Guillermo González Lezcano piensa que no existe tal «liberación masculina» espontánea: «Al hombre lo han influenciado, porque en su interior sigue con los mismos prejuicios, sigue poniéndose bonito para ganar más mujeres... o para camuflarse. Porque hay un fenómeno con la sexualidad, y es que hay una apertura hacia las tendencias que no clasifiquen al hombre, sino que lo dejen más “libre”, y lo hagan más como Dios... más allá de lo andrógeno. El hombre sigue teniendo pensamientos machistas, y pensamientos homofóbicos».

Julio César González Pajés explica que en el debate social, «eso se ha llevado como el cambio a que se aspira de los hombres. Es decir, hombres que tienen otros “manierismos”. Lo cual no significa un cambio en la concepción machista, sino de la estética. Y este movimiento es sobre todo en núcleos urbanos, no creo que pase en zonas rurales».

Pajés reconoce que no se puede hablar de una «liberación masculina», como fue la femenina: «Las mujeres, cuando se liberaron de sus ataduras sociales, no solo se liberaron de prendas de vestir, de una estética, también se liberaron de un corpus ideológico, que le ha faltado a esa “liberación masculina”, a ese cambio de estética. ¿Hay nuevas concepciones dentro de los hombres? Sí, pero no han tenido el mismo peso que este movimiento con las mujeres. La “liberación masculina”, si se da, es mucho más superficial. No es un cambio que indique una reflexión. Aunque está claro que cuando hay cambios superficiales en los cánones, estos influyen luego en otro tipo de cambios».

¿Cambio en la esencia o en la superficie? La respuesta es aún incierta. Las claves están en la evolución de la sociedad... y en el mercado de cosméticos. Por el momento, Jorge Sotolongo, estudiante de noveno grado, pidió: «Cuando salga este trabajo por el periódico, me lo dan, para llevárselo a mi papá que no me deja hacerme los rayitos».

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