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Alertas guardafronteras contra las drogas en costas cubanas

Autor:

Juventud Rebelde

Una lancha de narcotraficantes vio nuevamente frustrado un trasbordo frente a costas de Ciego de Ávila a finales de 2008

CAYO COCO, Ciego de Ávila.— Los cañones quedaron al descubierto. Los marinos doblaron la lona y la pieza de artillería en proa quedó en posición de fuego. Para ese minuto, en el muelle se escucharon las últimas órdenes y la Griffin se apartó de tierra con un bramido de los motores.

«Informaron de una lancha por el rumbo de Cayo Confites. Había salido de la ruta internacional y se encontraba violando las aguas cubanas», contó el primer teniente Yuliesky Rojas Gómez, comandante de una unidad del Destacamento Naval de las Tropas Guardafronteras (TGF) en Cayo Coco, provincia de Ciego de Ávila.

El reporte coincidía con el avistamiento de una avioneta, que volaba en dirección norte por el sur de la provincia de Granma. Por el tipo de medios, por la coincidencia de aparecer al mismo tiempo y sobre todo por ser finales del 2008, los indicios indicaban una operación de narcotráfico.

La Griffin aceleró y el casco se pegó aún más a las aguas. Bajo cubierta el jefe de máquinas, subteniente Alexander Luis Marrero, y su segundo, el teniente Yudiel Riquenes, vigilaban los parámetros de los motores. De darse una orden de persecución y captura, la nave tensaría al máximo su maquinaria en las maniobras de envolvimiento.

El ruido entonces sería bestial y Alexander y Yudiel tendrían que informar casi por minutos de cómo se comportaban los motores. Su mundo serían únicamente los hierros y ese recinto con olor a lubricantes. Nada más.

Una orden llegó de cubierta: «Bajen revoluciones». Cayo Confites apareció con su silueta alargada y la Griffin se balanceó como si durmiera ronroneando. Los guardafronteras empezaron a revisar el horizonte con los binoculares.

Soplaba una brisa húmeda, era una invitación a bañarse en el mar, cuando se escuchó: «Ahí está». Bien lejos, convertida en un puntico, apareció la lancha. Por los anteojos la vieron mejor: era larga, de un blanco plateado y con líneas azules.

El ojo de mangle

El capitán José Raúl García Bordón tiene las huellas del monte. En ese rostro enseguida se aprecia la piel áspera por las picadas de los mosquitos y el frío de la costa. Cuando se le pregunta cómo se descubre una embarcación con drogas, medita unos segundos y luego respira hondo.

«Es una labor de análisis —dice—. Constantemente hay que recopilar información y procesarla. Los fines de año son complejos, sobre todo en navidad. El consumo de drogas se dispara en Estados Unidos y los narcotraficantes incrementan su comercio. Se le llama Operaciones Brisas de Navidad».

El comportamiento en la frontera indica que los narcotraficantes han alejado su ruta de las costas cubanas, incluso con golpes que les hicieron abortar los trasbordos en alta mar. De ahí la permanente atención sobre los recalos.

«Cuando están a punto de ser apresados, los narcotraficantes lanzan los paquetes de droga al mar. Ahí comienza la amenaza de que recalen en la costa. Por eso hay que atender al comportamiento de los vientos y las corrientes marinas», afirma García Bordón.

Durante el 2008, en Ciego de Ávila se reportaron 31 recalos de drogas, que totalizaron 204,88 kilogramos. El 2009 muestra un signo diferente. Entre enero y marzo solo se detectó un paquete con 3,26 kilogramos de marihuana. Apareció después de retirarse la marea dentro de un bosquecito de mangles, próximo al puerto de Casasa, en Cayo Coco.

«Habíamos recorrido más de un kilómetro en el servicio de patrulla —cuenta el primer suboficial Marcos Manuel Riquenes Blanco—. No había información de recalos en otros puntos del país ni de alguna operación abortada; pero por el estudio del frente de operaciones, sabemos qué sitios de la playa están propensos a recibir los paquetes por la acción de la marea y los vientos».

Marcos Manuel revisaba pegado a la carretera junto con el soldado David Expósito Maya. En cada caso tenían las indicaciones en mente: de aparecer un recalo, este no podía tocarse. Primero revisaban los alrededores en busca de otros alijos. Después un combatiente quedaba en custodia mientras el otro avisaba a la unidad. Solo los peritos podían manipular el arribo y certificar el estupefaciente.

Ya habían chequeado dentro de algunos brazos de mangles. Hasta que apareció una apertura, una especie de ojo entre la muralla arisca que forman las ramas al entrelazarse.

«Caminamos unos metros agachados —recuerda David Expósito—. La marea había acabado de retirarse y todo estaba enfangado. Lo vimos enseguida. Era un paquetico de color oscuro y del tamaño de un ladrillo. Estaba pegado a las raíces de un mangle y bien húmedo, como acabado de llegar».

El fracaso

Sin embargo en el caso de los marinos la incertidumbre no radicaba en lo imprevisto. Estaba a unas millas delante, en la lancha que ya se movía dentro de las aguas de Cuba, pero bien cerca del Canal de las Bahamas. En la Griffin esperaban la orden de maniobra.

«Hace unos años perseguimos una por la zona de Antón Grande —cuenta el segundo comandante, subteniente Yoandy Rodríguez Hernández—. La persecución no siempre es en línea recta, hay que hacer giros y maniobras, tratar de cortarle el paso o empujarla hacia donde tú quieres. Es mucha tensión y no da tiempo a sentir miedo».

De acuerdo con los guardafronteras, las lanchas rápidas conocidas por «cigarretas» están pasando de moda y ahora los narcos prefieren otro modelo, llamado «Eduardoño». Se construye bajo las exigencias del comprador, es tan potente y silenciosa como sus primas hermanas, pero con una mayor capacidad de carga y recursos para vencer los grandes oleajes. La que estaba frente a Cayo Confites, a juzgar por las líneas del casco, era una Eduardoño.

No obstante, pese a su fuerza, las nuevas embarcaciones tienen límites. Y uno de ellos era el helicóptero de la Fuerza Área Revolucionaria, que empezaba a sobrevolar la zona ante la activación de la Operación Aché, el plan con que el gobierno de Cuba enfrenta el narcotráfico internacional.

«Por parte de nuestra unidad, teníamos dos medios de superficie más el helicóptero de las FAR. Lo que quedaba era esperar el rumbo de la avioneta avistada por Granma», señala el mayor Arturo Miranda Domínguez, jefe del Destacamento Naval de Cayo Coco.

Apareció a las dos de la tarde. Era una aeronave con los colores de la lancha: el mismo blanco y las líneas azules a todo lo largo del fuselaje. La embarcación giró la proa y se mantuvo a la expectativa. En la Griffin el primer teniente Yuliesky Rojas alertó a sus hombres y pidió el reporte del cuarto de máquinas.

La avioneta dio unos giros y divisó el helicóptero. Por un momento Yuliesky pensó que darían la orden de ataque. Pero de pronto el avión dio un pase y se alejó con su mortífera carga. Los narcos habían fracasado.

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