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Regreso a la tierra perdida (+ Galería de fotos)

Esclavos cubanos y libertos descendientes de estos tuvieron la oportunidad de volver al África de sus sueños, aunque no siempre se aceptara la evidencia. Un estudioso criollo pudo seguir el rastro de esa vuelta a los orígenes, que no siempre terminó feliz

Autor:

Luis Hernández Serrano

Un día visitaba una fábrica que envasaba cemento importado en el puerto de Lagos, la capital nigeriana (hoy la capital es Abuja, se pronuncia Abuya). Estaba allí en función diplomática en unión del representante de Cuba Industria. Esperaban al propietario, pero no llegaba. Entonces abordó a un viejito sentado en el despacho. Había trabajado como técnico en esa instalación. Lo menos que imaginaba es que ese señor se convertiría en la clave para descubrir el rastro de los esclavos cubanos que tuvieron la oportunidad de volver al África de sus sueños.

Rodolfo Sarracino Magriñat, ex diplomático de la Isla y hoy estudioso del Centro de Estudios Martianos, no puede ocultar el entusiasmo a tantos años de aquel descubrimiento, que echaba por tierra la creencia de que ningún esclavo de la Isla había regresado al continente de sus orígenes.

Se abría el primer capítulo que reafirmaría lo que tantas veces había escuchado en los más diversos diálogos con prominentes personalidades cubanas, además de otros estimulantes signos sobre esa partida.

«Aquel hombre me dio la dirección exacta de una casa de cubanos, de descendientes de antiguos esclavos, de segunda, tercera y cuarta generación, que habían regresado de Cuba. Inclusive una ancianita que era hija de un ex esclavo que había regresado de nuestra patria, de apellido Campos. Sus fotos están en mi libro. Hilario Campos era uno de los ancestros originales. Era el cubano cuya dirección me dio aquel técnico, el viejito.

«Estábamos en la tierra firme, no en la isla, porque Nigeria está formada por la tierra firme, y la capital incluía tres islitas, una de estas denominada Victoria, muy pobladas las tres, donde estaban las instituciones de Gobierno. Hilario estaba en Victoria precisamente, tan pequeña que puede recorrerse a pie.

«Nos fuimos a Lagos. Mi embajada estaba allí también. Y, efectivamente, en la Plaza Campos había una calle que se llamaba igualmente Campos. Y en una esquina de la Plaza había una casa muy parecida a algunas viviendas de las más antiguas del Vedado, de fines del siglo XIX en apariencia, con el nombre The Cuban Lodge o El albergue cubano, donde vivían los descendientes de la familia Campos.

«Allí había muerto Hilario Campos, uno de los hombres negros que habían salido de Cuba. No había sido esclavo, porque nació libre en La Habana. Pero el padre se lo llevó de niño para Lagos. Hilario se había formado en Cuba. Era constructor y había construido en Lagos varias edificaciones, incluso un edificio de cuatro pisos, frente a su casa. Entonces pude hablar con todos los descendientes de aquella familia. Y establecí una estrecha relación con ellos. Me llevaron a conocer a otras familias. Eso está en mi libro, con fotos originales de todos ellos».

—¿Le sorprendió algo más en Lagos?

—Sí, que ellos mantenían contacto por carta con su familia en Cuba, radicada en la ciudad de Matanzas: con los Campos, los Muñiz y los Fernández, todos de piel negra o mestizos, por la lógica mezcla posterior con blancos.

«Me prestaron algunas cartas que recibían de Cuba, claro que en inglés, traducidas por una persona que era profesor de este idioma allí en Matanzas en aquella época. Los que radicaban en Cuba las recibían y las respondían en inglés por la ayuda de aquel profesor. Yo sabía quiénes eran, cómo vivían, qué negocios tenían y dónde trabajaban aquí esos familiares de los descendientes de allá de Nigeria».

—¿Qué más le sorprendió?

—La familiaridad con que se trataban en las cartas, sin haberse conocido personalmente nunca. Conocían por la tradición oral de la familia los sacrificios que pasaron, el sufrimiento que los hizo sudar, sangrar y llorar. Si no fuera por esos descendientes no hubiera yo podido confirmarlo todo y hacer un libro en torno a ese tema. Supongo que en Cuba hay miles de esos descendientes de esclavos y libertos nigerianos que volvieron al África.

—¿Cómo fue el arribo de los africanos a la tierra de sus padres?

—En Cuba habían podido reunir lo suficiente como para comprar su libertad. Todos al regresar eran ya libertos. Se habían liberado por sí mismos. Se fueron en 1844, durante la etapa de la Conspiración de La Escalera. Por esa fecha partió un barco hacia Lagos con cien de estas personas. Lo sé por un documento que encontré aquí en el Archivo Nacional. Ese barco después resultó interceptado por un crucero de la Marina inglesa, llevado a Sierra Leona y allí ellos fueron “reeducados”. Nigeria era en ese momento una colonia británica, de ahí que hablaran inglés.

«Hubo migraciones de regreso en 1850, en 1860, en 1880 y hasta en 1895. En la prensa en Matanzas se decía que estaban huyendo de la “quema” de la guerra. Y en realidad había mucho de protesta en ese regreso al África, y de rechazo a la racista sociedad cubana de aquella época. Era un objetivo de sus vidas volver al país de su infancia, de su sangre, de su corazón».

—¿Se casaban luego de llegar?

—Sí. Inclusive con muchos de origen brasileño, ex esclavos y libertos de Brasil, país donde también los esclavos pudieron comprar su libertad, como los de Cuba. Muchos de ellos eran yorubas. También los había en Benin, adonde yo iba con frecuencia.

«Haberlos encontrado fue un descubrimiento. Y detrás de ese regreso africano, está otra idea muy importante y de la que enseguida me hice eco: la existencia de una comunidad atlántica. Eso para mí era relevante y novedoso. Es decir, el hecho de que, independientemente de gobiernos y de políticas, un pueblo mantenía relaciones con otro. Se escribían cartas, querían conocer a Cuba, admiraban a Cuba, sin ningún tipo de contacto directo nuestro, sino a través de las familias. Uno de los cubanos en nuestro país, que tenía su familia en Nigeria y que yo visité en Matanzas, había sido internacionalista en África».

—¿En qué lugar de Matanzas?

—En la capital matancera. Ahí tengo la dirección puesta en el libro. Yo lo visité bastante. Se escribían con unas familias de Nigeria. Cuando llegué y les hablé por primera vez, me preguntaron de dónde venía. “¿De Mozambique?, ¿de Angola?”, porque en esos países habían sido internacionalistas civiles. Y cuando les dije: “No, vengo de Nigeria de hablar con familiares de ustedes, les traigo unas cartas de ellos”, se volvieron locos de contento.

«Uno me decía que en Angola se preguntaba si sería posible darse un “saltico” hasta Nigeria. Y a mí me parecía que eso era imposible entonces, por la dificultad propia de la guerra. Pensé que era más fácil ir primero a Cuba que ir a Nigeria. En realidad Nigeria es el país más grande en extensión territorial de África».

—¿Esa fue su principal experiencia allí?

—Todo me dio material abundante para muchas cosas. No solo para un libro. Pude aprovechar estancias en Londres y acceder a los servicios del Archivo Nacional de Gran Bretaña e investigaba. Me abrieron las puertas. Yo trabajaba en las computadoras. En esa época ya las tenían allí, en 1980.

«Me refiero a los Archivos de Kew Garden. Tenían varias sedes esos archivos de Londres y pertenecían a The Public Record Office. Hice otro libro. Me puse a investigar sobre el regreso de los africanos, pero me di cuenta de que había material sobre otro aspecto que a mí me interesaba mucho: el rol de Inglaterra ante la lucha cubana por la abolición de la esclavitud. Había realmente una Conspiración de la Escalera. Mucho se discutió y se escribió en Cuba si había existido o no tal conspiración. Pues bien, existió y fue promovida por Inglaterra».

Rodolfo Sarracino Magriñat trabajó en el MINREX durante 42 años, y de estos 20 en el servicio exterior como diplomático en varios países, algunos en tierras africanas, y por eso tuvo la oportunidad de ahondar en este revelador aspecto de la esclavitud en Cuba.

Buena parte del arsenal de sus vivencias tras el rastro de antiguos esclavos que no quisieron morir en Cuba, nos lo ha contado este acucioso interlocutor que ahora labora junto a Pedro Pablo Rodríguez en la Edición Crítica de las Obras Completas de José Martí.

Sarracino nació el 9 de septiembre de 1934 y lo marca fuertemente el desvelo por ese tema histórico de los esclavos africanos que se empeñaron en ir en pos de su tierra natal y lo lograron.

«El regreso de aquellas personas es un tema muy poco conocido, al menos de forma masiva. Se trata de los que se cansaron de permanecer lejos y atravesaron de nuevo el mar en busca de sus ancestros».

—¿Cómo llegó usted a Nigeria?

—Un día me designaron jefe de misión en esa nación africana, en 1978 o 1979. No era embajador, porque el nivel de relaciones no lo sustentaba aún, pero fui allí encargado de Negocios. Ya era licenciado en Historia y tenía el germen de investigador que adquirí en mis frecuentes visitas a la Biblioteca Nacional, con Zoila Lapique Becali, Manuel Moreno Fraginals y el historiador Pedro Deschamps Chapeaux, cuando Julio Le Riverend era el director de ese centro vital de nuestra cultura.

«Nos reuníamos a menudo y escuchaba y aprendía mucho de las discusiones de hombres como Moreno Fraginals. Yo sabía que Nigeria era importante en nuestra formación como nación, no solo por el abultado número de esclavos que de ese país vinieron a la fuerza hacia Cuba, sino por el hecho de que fue la más reciente de las migraciones forzadas con destino a la Isla».

—¿Qué tiempo estuvo en Nigeria? ¿Solo fue a ese país?

—En Nigeria, dos años y pico solamente, pero después fui diplomático en Uganda, Brasil, Zimbabwe, Bostwana y Mauricio, es decir, que conocí las tierras africanas no solo por lecturas, sino por haber estado allí. En Nigeria particularmente tuve muchos contactos con la intelectualidad, con los universitarios de esa nación, sobre todo para indagar sobre el tema de las migraciones esclavas al revés, ¡de Cuba hacia África!

—¿Hablaba de eso con los nigerianos?

—Sí, hablaba con los intelectuales y estudiantes universitarios nigerianos del regreso de coterráneos suyos a Nigeria, la tierra de donde los arrancaron a la fuerza y los separaron bruscamente de sus familias.

«Sobre el tema yo había hablado aquí en Cuba con personas como Pedro Deschamps Chapeaux, por ejemplo. Él me decía que había tenido amigos íntimos en su juventud, ex esclavos, es decir, “libertos” africanos que habían regresado a ese continente y que le hablaban constantemente del sueño, del anhelo, de la oportunidad de aquel regreso.

«A mí siempre me interesó mucho ese aspecto, porque además, de ello no se hablaba ni se escribía mucho. Tan así es que algunos renombrados historiadores y estudiosos llegaron a decir en sus libros que ningún esclavo había regresado “jamás” a África».

—¿Qué le contó al respecto Deschamps Chapeaux?

—Él me decía: «Yo no puedo creer que esos hombres amigos míos, tan sinceros conmigo, me estuvieran mintiendo».

—Y Deschamps hablaba con esos amigos en África?

—Que recuerde, Deschamps no estuvo nunca en África. Él conocía a esas personas, ex esclavos, viejos, aquí en Cuba, quienes le contaban y le aseguraban que a mediados del siglo XIX habían regresado numerosos ex esclavos a su continente. Cuando fui designado a Nigeria, viajé también con el objetivo de investigar acerca de esto.

«Yo tenía muchas amistades en los centros universitarios. Conversaba con muchos profesores. Y todo el mundo me hablaba de ese curioso fenómeno con una rotunda naturalidad. Tuve que conversar del tópico ese con los profesores universitarios, primero. Pero yo no podía resignarme a decir que era cierto sin tener otros testimonios. No estaba tranquilo, pues yo no podía conformarme, simplemente, quedarme satisfecho con lo que esos señores me estaban diciendo. Fui testarudo, porque sin testarudez no hay progreso en ninguna investigación. Nada en el mundo se ha logrado por iniciativa de los satisfechos.

«Los profesores me hablaban con absoluta naturalidad. Inclusive está en su propia literatura. Por cierto, poco consultada, muy desconocida. Pero necesitaba más que libros y personas hablándome del tema. Necesitaba ver a los descendientes, encontrarlos y conversar con ellos. Ver quiénes y cuántos eran, qué recordaban, qué pruebas podrían darme. En todos los lugares insistía en el suceso.

«En primer lugar busqué la guía telefónica, porque me decían que los descendientes de aquellos africanos que retornaron a su tierra, tenían nombres y apellidos “hispanos”. Y no digo “cubanos” para significar que no eran, por ejemplo, de apellido “Lópes”, con “s”, de origen brasileño, sino “López”, con la “z” española.

«Es decir, empecé a encontrarme nombres hispanos que me indicaban que habían sido antes esclavos cubanos. ¡Qué fenómeno: primero, africanos; después cubanos, y al final de nuevo africanos! Y enseguida traté de contactar con ellos. Muchos no sabían que eran descendientes de cubanos, pero un día encontré lo que tanto buscaba».

—¿Escribió después lo investigado allá?

—Claro. De las indagaciones que hice surgió mi libro Los que volvieron a África, publicado por la Editorial Ciencias Sociales, aunque no tuvo la repercusión nacional que merecía y pasó casi inadvertido. Lo presenté en Santiago de Cuba y en la Semana de la Cultura del Caribe. Fue adquirido con mucho interés en Santiago de Cuba por profesores norteamericanos.

«Entre lo más sorprendente que encontré en Nigeria estuvo haber comprobado personalmente que era cierto lo que los descendientes de los esclavos les habían dicho a Deschamps y a otros historiadores. Les contaron que de la calle San Nicolás, aquí en La Habana, había salido un grupo de negros ex esclavos “libertos” y, no obstante a eso, decían que eso era “imposible”.

«También escribí Inglaterra, su doble cara en la lucha cubana por la abolición. Fue Premio de Historia del Concurso 26 de Julio. Lo publicó la Editorial Letras Cubanas».

—¿A qué conclusión llega sobre el regreso de los africanos?

—Que fue una gran tragedia. Porque una buena parte de los grupos que regresaron, cuando llegaron al África no podían encontrar a su familia, a sus tribus, pues habían desaparecido. Y realmente se dieron cuenta, después de 30 o más años de vida en nuestra Isla —unos como esclavos y otros como libertos— de que ya eran más cubanos que africanos.

—¿Ha escrito otros textos?

—Sí, El Grupo de Rockefeller actúa, sobre el período de la República de 1935 a 1939 en Cuba, publicado en 1986 por Ciencias Sociales. También José Martí y el caso Cutting, un rufián que casi promueve una nueva intervención. Recuerde la expresión martiana de «Amo la tierra de Lincoln tanto como temo a la patria de Cutting». El texto ganó un premio de la Academia de Ciencias. Se publicó en 2004 o 2005 por la Editorial Guadalajara y el CEM. Martí habló de Cutting. Lo estudió y fue algo importante ese asunto en su vida.

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