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En la vanguardia junto al Che

Nunca estuvo entre «los de atrás». Pero esa temeridad de Manuel Hernández se conjugaba con bromas y muchas picardías

Autor:

Osviel Castro Medel

Aquella tarde del 26 de septiembre el Guerrillero Heroico sintió, en medio de las montañas bolivianas, una tremenda punzada en el alma: tres de los mejores y más queridos hombres de la tropa —Mario Gutiérrez Ardaya, «Julio», Roberto Peredo Leigue, «Coco» y Manuel Hernández Osorio, «Miguel»— habían muerto en la Quebrada del Batán.

Este último era nada más y nada menos que el jefe de la vanguardia y una suerte de hermano del Guerrillero Heroico desde los días de la Sierra Maestra. Sus anécdotas están fertilizadas de humanismo, humor criollo y mucho amor.

Manuel había edificado sus primeros sueños románticos en el pequeño poblado de El Diamante, Santa Rita (actual municipio de Jiguaní). Allí, donde nació el 17 de marzo de 1931, todavía lo recuerdan como un isleño ocurrente, simpático y superbromista.

Su madre, Juana Osorio, «Mita», fallecida hace cuatro años, sonreía al evocarlo en una entrevista hace más de una década: «Nené, como nosotros siempre le decimos, era lo más bellaco que había en gente; para él todas las maldades eran buenas. Por su carácter chivador vivían buscándolo en el barrio, todos lo querían mucho».

Según ella, en la escuelita local estuvo hasta el quinto grado; después, a los 11 años, se vio obligado a arar la tierra para ayudar a la familia, «porque era el mayor de los seis varones».

Desde la infancia gustaba de las canciones mexicanas y los gallos. Contó la progenitora que el Isleño (como también lo llamaban) tenía un vallín, y «ahí seguro empezó a conspirar, porque cuando yo lo veía salir creía que andaba en cuestiones de gallos y no: era otra cosa».

De los 18 a los 22 años Nené trabajó como machetero en la colonia Andreíta (en el antiguo central San Germán) y luego como carretillero en las minas de manganeso —ya extintas— de Charco Redondo.

En esa época —rememora su hermana Nilda, de 66 años— «llegaba cansado a la casa y mi trabajo era restregarle la espalda con un cepillo grande. Era muy pulcro y muy cuidadoso de su apariencia personal. Cada vez que cobraba me traía un regalo. Y no se sabe a cuántas gentes del barrio les regaló pesetas».

En esos tiempos Manuel deviene uno de los fundadores del 26 de Julio en Charco Redondo, poblado también perteneciente al actual municipio de Jiguaní.

«Nunca me dijo nada —recordó su madre en aquel diálogo. La tarde en que salió para la Sierra, después del Día de las Madres, estaba lloviznando. Él fue a cobrar, cogió la capa y no volvió. Después nos enteramos de que se había ido con 16 muchachos del pueblo de Santa Rita».

Agobiados por las lomas y zarzales, todos esos jóvenes que partieron con el Isleño retornaron, mas él siguió ¡solo! hasta que el 2 de junio de 1957 contactó con los rebeldes.

Guerrillero atrevido

En la Sierra, Hernández se convirtió en un destacado guerrillero. Intervino en varios combates decisivos y resultó un león en el rechazo a la ofensiva de la tiranía.

Su historial contribuyó a que el Che lo seleccionara para participar en la invasión a Occidente. Luego recibió el grado de capitán y el nombramiento de jefe de la vanguardia.

El triunfo revolucionario lo sorprendió en un hospital de Las Villas, pues días antes había sido herido en la toma de Fomento. Sin embargo, los pormenores de estas páginas los conocieron sus familiares muchas fechas después, el día en que retornó victorioso a El Diamante con una larga melena. Allí lo esperaban los padres y su novia, Elvira Victoria Sol, con quien tuvo tres hijos.

A partir de ese momento visitó muy poco su hogar. Trabajó en la construcción de la ciudad escolar Camilo Cienfuegos, prestó servicios en el Ministerio del Interior, estudió en la Escuela Básica Superior de Guerra… Pero esas enormes responsabilidades no le menguaron el carácter chistoso.

«Una de las veces que estuvo por acá —relató su madre— traía un yipi y le dijo al padre: “Viejo, mira qué carro más lindo traigo; ve y móntalo”. Y cuando su papá fue a montarlo, le dio un corrientazo; así cogió a unos cuantos».

Bolivia

Al partir a tierras bolivianas Manuel tampoco dio pistas. «Él me dijo que iba a hacer un viaje de unos seis a nueve meses», refirió Juana. Claro, no podía contar sus próximas aventuras, iba a una misión arriesgada y secreta.

El 27 de noviembre de 1966 llegó a la guerrilla boliviana como uno de los primeros. Allí fue, casi siempre, Miguel. Durante gran parte de la contienda en aquella nación volvió a fungir como el jefe de la vanguardia.

No por gusto es el nombre más mencionado en el Diario del Che (123 veces). En varias oportunidades lo señala como uno de los macheteros que abre el camino. También reconoce, antes, su labor titánica: «Desde las 6:30 hasta las 12 estuvimos montados en farallas infernales, siguiendo el camino hecho por Miguel en un trabajo ciclópeo».

Es imposible narrar cuánto más hizo el Isleño en aquellos parajes inhóspitos, especialmente en los meses finales de la guerrilla. Su muerte resultó un duro golpe para la tropa, que ya se resentía de otras pérdidas. Los dos bolivianos que cayeron junto a él tenían extraordinarias cualidades: Coco, de 29 años, y Julio, de 28, un médico graduado en Cuba. Miguel tenía 36.

Las palabras del Guerrillero Heroico, plasmadas en su Diario el 27 de septiembre de 1967, dicen cuánto valían estos hombres, a quienes el Che calificó como magníficos luchadores.

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