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Mientras más cerca, ¿más lejos?

La relación entre la familia y la escuela en el país se cubrió de formalismos. El hogar depositó en manos del centro escolar mucho de lo que debía hacerse en casa, mientras que este no aprovechaba todo lo que la sociedad podía aportar a la formación y a la docencia. Un proyecto que se implementa en casi 500 escuelas intenta corregir ese divorcio

Autores:

Margarita Barrios
Roberto Díaz Martorell
Hugo García

La secundaria Juan Manuel Quijano, de Ceiba Mocha, en Matanzas, se encuentra rodeada por una llanura inmensa. Son unas extensiones de tierra que pueden parecer interminables, de color rojo, fértiles, buenas para la siembra y donde, en tiempo de frío, sus habitantes deben envolverse en abrigos y caminar con las manos apretadas, soplándoselas para aliviar los rigores de las bajas temperaturas.

María Candelaria Sixto Hernández lo sabe bien. Conoce lo que implica vivir en esos terrenos, que a veces parecen inabarcables para la vista de los viajeros. Por eso sus afirmaciones resultan tan categóricas cuando los periodistas llegan al centro, en el cual ella se desempeña como subdirectora.

«Esta es una escuela atípica —dice—. De urbana a veces tiene poco. Casi la mitad de sus alumnos viven lejos: el 48 por ciento de la matrícula, para ser más exactos. Para venir a clases tienen que hacerlo en bicicleta o viajar montados en camiones. Muchos viven en lugares intrincados. Imagínense lo que pasa con los padres. No vienen todos los días; únicamente lo hacen en las reuniones de padres y eso es solo una vez al mes. Por ahí empiezan los dolores de cabeza».

Si lo sabrá ella. Por ese problema de la distancia y el pobre vínculo que se establecía entre la familia y la escuela, comenzaban a fraguarse las deserciones escolares. Como el muchacho no avanzaba en el aprendizaje, muchos padres —los de menores ingresos y asentados en los lugares más alejados— optaban por aceptar la deserción escolar del hijo.

Si usted no aprende, quédese en la casa, ayude a trabajar en el campo y gane dinero para mantenerse, les decían a los muchachos. Y eso es lo que los mismos progenitores repetían ante los profesores y directivos de la escuela Juan Manuel Quijano, quienes veían sumarse otras dificultades, como los embarazos precoces, otra de las causas mayores del abandono de los estudios por las alumnas.

«Aquello era angustiante —relata María Candelaria—. Es verdad que existían muchas dificultades, pero la mayor era que los padres no estaban vinculados con la escuela. No había ese contacto directo entre ellos y los maestros. No se podía establecer esa cooperación para ayudar. Si la familia no se acercaba a la escuela, ¿cómo el niño podía sentirse estimulado a permanecer en ella? Es verdad que hay muchas dificultades: la distancia, los problemas de vivienda, la economía... pero ¿cómo hacíamos para que los padres se acercaran a la escuela? Teníamos ese problema y no sabíamos cómo resolverlo».

Un traje para cada medida

Ese conflicto no era exclusivo de esa ESBU matancera. Durante los últimos años, investigaciones del Instituto Central de Ciencias Pedagógicas (ICCP) demuestran que en Cuba el vínculo entre el Consejo de Escuela y la familia se había deteriorado e, incluso, se habían tergiversado las esencias del que era uno de los proyectos más fructíferos del sistema educacional.

A criterio de los investigadores, con el paso del tiempo esa relación se cubrió de formalismos, y en no pocos casos, el hogar depositó en manos de la escuela mucho de lo que debía hacerse en la casa, mientras que el centro escolar no aprovechaba todo lo que otros factores de la sociedad podían aportar a la docencia.

La alerta se encendió en el año 2010, durante las sesiones del IV Congreso de la Asociación de Pedagogos de Cuba (APC). En ese momento, y a partir de los elementos aportados por la propia experiencia, los participantes en el cónclave reclamaron la necesidad de una mayor articulación entre la escuela, la familia y la comunidad, y se enfatizó en que los Consejos de Escuela no jugaban el rol que les estaba planteado en la Resolución No. 216 del Ministerio de Educación. En respuesta a la situación, nació el proyecto educativo Transformar para Educar, que hoy llega a 494 centros de todo el país, pertenecientes a los niveles de Círculo infantil, Primaria y Secundaria Básica.

«Esta propuesta implica cambiar de verdad los estilos de trabajo, las mentalidades; librarnos de todos los tabúes que tenemos en la labor educativa y formativa; y hacer realidad ese eslogan, tan repetido, que dice que la educación es una tarea de todos», enfatiza el Doctor Mariano Isla Guerra, miembro de la Directiva Nacional de la APC y quien encabezó la investigación y la puesta en práctica del proyecto.

Al recibirnos en su oficina para conversar de los orígenes y objetivos de Transformar para Educar, el profesor Isla insiste en la flexibilidad para solucionar las dificultades. En el diálogo, varias ideas se reiteran: análisis colectivo en el Consejo de Escuela, responsabilidad de todas las partes involucradas, y el diseño de un traje a la medida de cada realidad. Solo así puede mejorarse la función educativa de la escuela, con la ayuda activa de la familia y la comunidad.

—¿Cómo se organizó la investigación que dio origen al proyecto?

—El encargo inicial recayó en la Sección Científica de Educación Popular y Trabajo Comunitario de la APC. A ella se le encargó realizar un estudio, y el diagnóstico arrojó que el Consejo de Escuela, que es donde se concreta la relación padre-alumno-escuela, se concentraba en los días festivos y en la solicitud de necesidades materiales. En la mayoría de los casos, la propia dirección del centro escolar asumía su conducción, lo cual viola la propia Resolución Ministerial No. 216, que establece que debe estar en manos de los familiares de los estudiantes.

—¿Qué se hizo entonces?

—El proyecto se concibió en dos etapas. Una de pilotaje, porque era la primera experiencia de ese tipo en el país; y otra de generalización o extensión gradual. La primera se realizó en el curso 2010-2011, en tres escuelas: una de Sagua la Grande, otra de Villa Clara y una del municipio cabecera de Matanzas.

Luego de un año de trabajo se presentaron los resultados en la Asamblea de Miembros de la Asociación de Pedagogos. Allí se reconoció que había un camino positivo y que podíamos pasar a una segunda fase: la extensión del proyecto a escala nacional, y en el curso escolar 2011-2012 se generalizó en 180 centros del país.

Isla destacó que la entrada al proyecto es voluntaria, pues implica enfrentar el reto de un proceso de investigación de la realidad del centro, la familia y la comunidad, y todo el mundo no está dispuesto a ello.

«Al terminar esta fase hicimos talleres regionales de sistematización en Occidente, Centro y Oriente, y luego uno nacional, donde abordamos el proyecto desde el punto de vista teórico-metodológico y vimos críticamente logros, dificultades y aprendizajes. Mucho más dotados de herramientas para llevarlo adelante, en el curso escolar 2012-2013 comenzamos la tercera fase en más de 300 escuelas.

«El teólogo brasileño Frei Betto, autor del libro Fidel y la religión, entre otras obras, y un amplio conocedor de todo lo referido a la Educación Popular, participó en una sesión metodológica del proyecto. Fue muy importante para nosotros esa experiencia. Nos hizo muchas indicaciones, insistió en que el papel educativo de la familia es insustituible y destacó que para que el Consejo de Escuela sea representativo, tienen que estar en él los estudiantes.

«Así incluimos a presidentes de colectivos pioneriles y de la FEEM. Los muchachos no tienen “pelos en la lengua y viven la realidad”, se incorporaron de manera natural y sus criterios han sido fundamentales para la búsqueda de soluciones».

—¿Cómo calificaría el momento actual del proyecto?

—Estamos en una etapa de maduración, aplicándolo en 494 escuelas. Para nosotros no es una preocupación la cantidad de centros, sino la calidad. Estamos en la etapa de generalización, pero mantenemos el principio de que debe ser progresivo, de acuerdo con las condiciones de cada lugar.

«Un aprendizaje que hemos sacado de su aplicación es utilizar el Consejo Popular, pues nos permite realizar la labor de manera más armónica. La inclusión de representaciones de las organizaciones de masas en los Consejos es a veces lo más difícil, pero hemos ido más allá, sumando a representantes de instituciones culturales y empresariales cercanas al centro escolar. Debo señalar que si bien empezamos en la Primaria, lo hemos llevado a la Secundaria Básica, porque el muchacho se gradúa y la familia quiere continuar. Ahora bien, nosotros no queremos ser los dueños del proyecto. Todo lo contrario. Los padres y las organizaciones implicadas con la escuela y los muchachos deben sentirlo como algo propio. Eso es muy importante».

Responsabilidad compartida

La aplicación de Transformar para Educar debió ser un respiro en la ESBU Juan Manuel Quijano. Gracias a sus ideas, el Consejo de Escuela empezó a laborar y estableció una relación de trabajo entre psicólogos y ginecólogos para actuar con la familia y solucionar los problemas de embarazo precoz. Hoy se reconoce que la situación no es como antes.

Como resultado de esa integración con los padres se logró crear un huerto de autoconsumo y un área de educación física, antes inexistente porque los terrenos estaban sembrados de plátanos.

En otros lugares de Cuba el proyecto se ha ido abriendo paso gradualmente. Y eso se percibe en los intercambios que sostuvo JR con familiares, maestros y miembros de la comunidad de varios lugares del país, como es el caso de la Isla de la Juventud.

En ese territorio, los profesores debían enfrentar una situación particular. Así lo reconoce la máster en Ciencias Arminda Peña Pérez, miembro del ejecutivo de la APC y subdirectora municipal de Educación en el Municipio Especial. Ella cuenta que los pedagogos habían diagnosticado que una de las causas del deterioro de la relación familia-escuela estaba en el régimen becario que existió allí por más de 35 años en las enseñanzas Media, Media Superior y Politécnica.

«En ese sistema —explica— los padres “entregaban” sus hijos al sistema educacional para que los instruyera y educara, mientras que la lejanía de las instituciones limitaba la concurrencia de la familia al entorno escolar, y viceversa. Los padres actuales fueron los becarios de ayer, y ese modo de relacionarse con la escuela que ellos vivieron lo trasladaron a su descendencia, hecho que el proyecto intenta remediar».

Entre otras deficiencias que incidían en el deterioro de esa relación, la directiva mencionó las plantillas incompletas, el desconocimiento de los documentos normativos, la falta de integración entre la escuela y los factores de la comunidad, la carencia de métodos para el trabajo con la familia y el Consejo de Escuela, el irrespeto al reglamento escolar y el desinterés de algunas familias por la educación de los hijos.

Sin embargo, a los tres años de aplicarse Transformar para Educar en la Isla de la Juventud, ya se observan resultados: en las 25 escuelas involucradas se completaron las estructuras y se utilizan métodos novedosos y participativos. Yaniela Fornaris y Glen Betancourt son pioneras de tercer y cuarto grados, respectivamente, de la escuela primaria Manuel Alcolea. Ellas sienten que sus madres las ayudan con las tareas y están más pendientes de la vida escolar desde que llegó este proyecto a su centro.

«Mi mamá viene a la escuela para conocer mejor a los maestros, cómo voy en las asignaturas, si me porto bien, me ayuda cuando tengo que participar en las actividades, en los concursos, y me acompaña siempre», refiere Glen, en tanto Yaniela destaca la participación de su mamá en las actividades que realizan en la comunidad.

Zenisbel Molina, psicóloga y madre de una niña de cuarto grado, reconoce: «Desde que participo en los talleres me siento más capacitada para identificar los problemas de mi hija y contribuir a su solución». Jorge Luis Viamonte, máster en Ciencias de la Educación y director de la escuela, asevera: «Tenemos instaurada una dirección colectiva y participativa, y se utiliza el potencial profesional de los maestros y de los familiares, en aras de aportar al componente educativo.

«Hemos logrado involucrar a instituciones culturales y de salud, sus especialistas apoyan la labor transformadora y educativa de los pioneros y sus familias mediante una estrategia diseñada con un cronograma de ejecución por etapas.

«Una de las acciones positivas es la selección de la Familia del Siglo XXI, que son aquellas en las que sus hijos cumplen los requisitos de asistencia, respeto al reglamento escolar, cooperación y rendimiento académico. El avance es notable; sin embargo, todavía necesitamos mayor integración de las organizaciones de masas y políticas del barrio, solo así podríamos acelerar el ritmo e involucrar a los padres que aún no se insertan».

No solo a recibir quejas

La advertencia del profesor Isla de que Transformar para Educar implica también un cambio en los criterios de trabajo es algo que, desde afuera, algunos pudieran obviar, y sin embargo, a cada minuto la realidad insiste en su importancia.

Ismary Lara Espina, presidenta de los delegados de padres en el nivel de Primaria en la escuela vocacional de arte Alfonso Pérez Issac, de Matanzas, señala que antes de comenzar el proyecto, cuando se convocaba a los padres era para decirles las indisciplinas y los problemas, no las potencialidades y qué se iba a hacer.

Eso cambió, y ahora su temor es que «a veces se empieza con mucho amor y cuando llevan un tiempo se dejan las cosas; tiene que haber gente perseverante, que no lo sigan como meta». Y agrega: «Lo ideal es que los delegados preparados continúen en la enseñanza siguiente».

En otros colectivos, como el de la escuela primaria Eduardo R. Chibás, de Colón, Matanzas, o la EIDE Luis Augusto Turcios Lima, se ha enfatizado en el rescate de valores y el uso correcto del uniforme, aspectos que generaron debates. Ahora padres y maestros utilizan un lenguaje común.

La máster Xiomara Santos Lago, presidenta de la APC en Matanzas, argumenta que el valor del proyecto radica en el cambio de la labor del Consejo de Escuela, que antes era muy burocrático. Reconoce que se ha logrado mayor comunicación entre la dirección de la escuela, la familia y la comunidad.

«Se han mejorado —explica— indicadores como asistencia, cumplimiento de los deberes escolares, incorporación de la familia a las actividades, pero quedan insatisfacciones. Hay que continuar capacitando al personal pedagógico y adecuar más el proyecto a cada centro, enamorar a otros directores, porque algunos ven la iniciativa como algo más que tienen que hacer».

Indisoluble unión

Investigadores del Instituto Central de Ciencias Pedagógicas aseguran que, desde la década del 70 del pasado siglo, en la educación cubana se habla del Consejo de Escuela como el vínculo de la escuela con la familia y la comunidad.

«A veces se creó una relación un poco formal, pero siempre se aspiró a que fuera armoniosa, que la familia estuviera informada de los problemas de la escuela, y tomara decisiones con el acompañamiento del director del centro, que identificara cuáles son las principales dificultades educativas», exponen los doctores Silvia Castillo Suárez y Pedro Luis Castro, investigadores del ICCP.

«La familia no va a sustituir al docente, porque tiene sus propias responsabilidades, pero debe existir unidad de influencias. En la escuela se da la clase, pero tiene que haber un reforzamiento en el hogar, y los padres pueden cooperar para organizar las casas de estudio, así como son claves para lograr la buena asistencia y puntualidad de los estudiantes, incluso pueden propiciar actividades culturales y deportivas que complementen la labor educativa».

En este sentido, el Doctor en Ciencias Pedro Luis Castro, investigador del ICCP, destaca que la familia aporta a la escuela, y viceversa, y ello es fundamental, pues ambos, escuela y padres, tienen un mismo objetivo: formar a los más jóvenes.

«A algunos directivos escolares “les asusta” que los progenitores estén “metidos” en la escuela, y el centro escolar no tiene por qué estar cerrado. Claro, a veces resulta “trabajoso” atender a los padres, y así con el tiempo se fueron alejando de su responsabilidad. Decir que el maestro es el segundo padre es un error. No se puede sustituir el rol de los tutores».

—¿Cuál sería, en el criterio de ustedes, el vínculo idóneo entre la familia y la escuela?

—Debe partir de un padre que sepa que tiene una importante misión en la educación de sus hijos, que nadie puede soslayar su responsabilidad —asegura Silvia—. Tiene que haber una relación de respeto, interés por saber cuáles son los problemas del hijo, preocuparse e ir a la escuela.

En opinión de Castro, «la escuela tiene que motivar al padre, otorgarle el derecho de tener toda la información y crear las condiciones para que se involucre de manera objetiva. El proyecto Transformar para Educar es sin duda una buena herramienta, un eslabón importante para lograr esa unión escuela-familia-comunidad, indispensable para formar integralmente a las nuevas generaciones de cubanos. Pero, para que tenga éxito, todos deben involucrarse en él».

Tomar en cuenta a los padres

«Los Consejos de Escuela no son para resolver problemas materiales, sino que deben nuclear alrededor del centro escolar a las organizaciones de la comunidad y a la familia, para que puedan intervenir en los problemas, intercambiar con el director, decir lo que piensan, lo que ocurre, eso favorece el proceso escolar», expresó Ena Elsa Velázquez Cobiella, ministra de Educación.

«Los Consejos de Escuela tienen mucha importancia, y donde logramos que se reúnan, que ayuden a la dirección, que alerten, son importantes».

Más adelante explicó que se ha elaborado un folleto que está en todos los centros escolares y que ayuda a la realización de la Escuela de Padres.

«No es la reunión para decir cómo está el hijo, sino para tratar un tema de interés para la familia, vinculado con el proceso docente-educativo. Es importante también que haya una retroalimentación, que los padres propongan también temas que les preocupan, y buscar respuestas con especialistas de la escuela o de la propia comunidad. Esos son espacios que tenemos que aprovechar para que la familia aporte y tenga esa relación franca y abierta con la dirección de la escuela».

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