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Lydia y Clodomira: dos almas de una misma estirpe

A 58 años de su cruel asesinato a manos de la dictadura, la historia de las mensajeras de la Sierra Maestra resurge del mar donde fueron sepultadas para rendirles el merecido homenaje del pueblo

Autor:

Aileen Infante Vigil-Escalera

Cuando la mañana del 12 de septiembre de 1958 Lydia no acudió a su cita, Teodoro supo que algo había sucedido. «Al dejarla el día anterior en la Jata –su escondite capitalino– aun estaba seria, habíamos discutido por cuestiones de su propia seguridad y parecía no entender mi preocupación. En el tiempo que compartimos nunca estuvo tan callada como esa tarde, llegué a pensar que no se despediría, pero cuando faltaban unos pasos para la casa regresó, me dio un beso en la mejilla y me dedicó una sonrisa», rememora.

Han pasado 58 años desde aquella tarde, pero aún el combatiente de la clandestinidad Gaspar Andrés González-Lanuza Rodríguez –Teodoro– recuerda cada detalle de los pocos días que compartieron. «Parece que fue ayer que me encomendaron garantizar la protección y el cumplimiento de las misiones que traía de la Sierra Maestra la mensajera Lydia Esther Doce Sánchez, quien, con 43 años recién cumplidos por esos días, trabajaba directamente a las órdenes de Che desde los seis meses de iniciada la gesta».

Nunca podré olvidar –dice– nuestro encuentro frente a la Cervecería Modelo del Cotorro ni su valentía y compromiso con la causa. «Pasábamos largas horas conversando de cuánto extrañaba a sus compañeros en la Sierra, de la eminente victoria de los rebeldes, de su admiración por Fidel y Che».

«Yo sé que en lo que estamos no vamos a durar eternamente, que puede pasar lo peor», le confesó un día, sin que en ningún momento el temor aflorara a sus soñadores ojos, ni el deber y el compromiso con la Revolución flaquearan ante las atrocidades de las que fue víctima solo unas horas después de la despedida de ambos en la Jata. Sin saberlo ninguno, aquella había sido la última tarde que pasarían juntos.

El peligro acecha

Clodomira Acosta Ferrales solo tenía 22 años cuando se reunió en La Habana con Lydia. La también mensajera de la Sierra venía a cumplir importantes misiones encomendadas directamente por el Comandante en Jefe y Celia, y Teodoro fue, una vez más, el encargado de su recibimiento y traslado hacia el sitio donde debía quedarse hasta nuevo aviso.

El encuentro se produjo el día 11 por la mañana en la calle Amistad entre San Rafael y San José, y según recuerda González-Lanuza fue muy alegre, ambas combatientes se abrazaron con fuerza en el saludo. «Ante aquel abrazo estábamos muy lejos de pensar o imaginar siquiera que pronto, demasiado, ambas heroinas abrazadas por la muerte entrarían en la historia de la patria y el corazón del pueblo».

«Particularmente me impresionó mucho la personalidad de aquella muchacha. Su figura, delgada, correspondía a la evidente sencillez de su carácter. Introvertida, nerviosa, denotaba, sin embargo, inteligencia y valor. En sus gestos había decisión y energía, y aparentaba ser muy observadora, era como si callara para escuchar y ver mejor».

Luego de almorzar se dirigieron al apartamento del reparto Juanelo donde Clodomira se debía quedar. Eran más de las cuatro de la tarde cuando llegaron a la vivienda de un solo cuarto, cocina y baño pequeño que tenía como único mobiliario un escaparate chico, una mesa, varias sillas, dos catres de campaña, una cama personal, una pequeña coqueta y una cocina de luz brillante.

«Un reducido recinto que nos puso en guardia porque no había posiblilidad de escapar en caso de un asalto de la policía y existía la agravante de que cerca de ahí hacía poco tiempo se habían realizado registros y tiroteos. Estaban creadas todas las condiciones para que el lugar se convirtiera en una trampa infernal para Clodomira y el resto de los compañeros que también se encontraban ahí».

Gaspar inmediatamente alertó de la situación e insistió en que Clodomira no debía permanecer allí, más, luego de escuchar sus argumentos esta no acaptó la propuesta de irse a otro lugar. «Había dado la dirección del reparto de Juanelo para localizarla y de eso dependía el cumplimiento de su misión en la capital. Su sentido de la responsabilidad estuvo siempre por encima de su sentido del peligro, del instinto de conservación. No sin preocupación visible me despedí de ella aquella tarde».

Refiere además, que desde el primer momento Lydia había insistido en quedarse para acompañar a Clodomira, motivo por el cual tuvieron la primera y última discusión después de tantos días de trabajo. «Al final, molesta, accedió a regresar conmigo a la Jata, donde se quedaba en casa de una hermana. Allí la vi por última vez con vida».

El día que empezó la tragedia

Además de todos los peligros antes descritos, Clodomira compartía el recinto de Juanelo con Alberto Álvarez Díaz, Leonardo Valdés Suárez, Onelio Dampiel Rodríguez y Reinaldo Cruz Romeo quienes esa noche planeaban ajusticiar a Manolo Sosa, el Relojero, uno de los principales chivatos del sanguinario coronel de la policía batistiana Esteban Ventura Novo.

Una vez acometida la acción y para celebrar la victoria del Movimiento 26 de Julio, los jóvenes y la mensajera recogieron a Lydia en la Jata. Esa noche, y para acompañarse mutuamente, ambas durmieron en Juanelo con el resto del grupo.

Ante el asesinato de la «niña de sus ojos», como conocía Ventura a su principal informante, la dictadura arremetió con fuerza contra todos los posibles sospechosos. Entre los detenidos durante las primeras horas estuvo José Piñón Veguilla –Popeye–, identificado por la esposa del Relojero por andar con uno de los implicados. No necesitó mucha persuación el prisionero para delatar el paradero de sus compañeros. El pequeño apartamento de Juanelo presenciaría en la madrugada del 12 de septiembre de 1958 una de las mayores masacres de la dictadura en la ciudad.

Conversaciones con vecinos del lugar tras el triunfo de la Revolución arrojaron que alrededor de las cuatro de la madrugada unos fuertes golpes en la puerta irrumpieron el silencio del edificio y ante la voz de un joven llamado Popeye que solicitaba entrar al recinto, los combatientes, aun dormidos, le abrieron la puerta a la muerte.

Después todo fue disparos, gritos y gemidos. Los soldados se ensañaron con los cuatro jóvenes, asesinados vilmente luego de crueles torturas. Lydia Y Clodomira, igulmente golpedas y casi desnudas por el forcejeo con los guardias –la primera incluso herida por un disparo a sedal en un glúteo por el que sangraba profusamente– fueron conducidas a la Oncena Estación.

Según las declaraciones de Eladio Caro, lugarteniente de Ventura Novo en enero de 1959, dos días antes de ser fusilado por los crímenes cometidos durante la dictadura, ambas jóvenes permanecieron prisioneras hasta que, una nueva delación de Popeye en la que aseguraba que eran enviadas de la Sierra Maestra, propició su traslado a la Novena Estación el día 13 de septiembre.

«Al bajarlas al sótano de allí y empujarla Ariel Lima, Lydia cayó de bruces y casi no podía levantarse, por lo cual Ariel le dio con un palo en la cabeza y ella se dio un golpe tan fuerte en el contén que casi se le saltaron los ojos. La mulata flaquita –Clodomira– se me soltó y le fue arriba, arrancándole la camisa mientras le clavaba las uñas en el rostro. Trató de quitársela y se viró saltando sobre mí, y en forma de horqueta se encajó sobre mi cintura y para que se soltara tuve que golpearla a palo limpio, hasta noquearla».

«Ventura vino después a interrogarla y se puso furioso al ver el estado en el que estaban. Lydia ya no hablaba, solo se quejaba, estaba muy mal, toda desmadejada. El día 14 por la noche Julio Laurent –oficial del Servicio de Inteligencia Naval (SIN)– llamó para preguntar si habían hablado y ante la explicación de que estaban en muy malas condiciones para hacerlo, solicitó que se las enviaran conmigo en el carro de la leche (vehículo en el que sacaban a los presos que iban a asesinar o a los ya asesinados)».

«Después de fracasar Laurent en sus torturas sin lograr sacarles ni una sola palabra, en la madrugada del 15 de septiembre, ya moribundas, las metieron en la lancha 4 de septiembre en la Puntilla, al fondo del Castillo de la Chorrera, y en sacos con piedras las sumergieron y sacaron del agua tantas veces sin resultado alguno que el propio Laurent las soltó».

Sobre las heroinas expresó Ché en una oportunidad: «Lydia y Clodomira están durmiendo su último sueño, sin dudas juntas, como juntas lucharon en los últimos días de la gran batalla por la libertad». Y así, unidas en el deber, la vida y la muerte, debe el pueblo recordar a quienes, ni las más terribles torturas, lograron mellar su compromiso eterno con la patria, con sus compañeros, con la Revolución.

Bibliografía: González-Lanuza Rodríguez, Gaspar Andrés. (2012). Clandestinos: héroes vivos y muertos. La Habana: Editorial Pueblo y Educación. ISBN: 978-959-13-2552-5

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