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Guardianes anónimos

Los alumnos del Instituto Preuniversitario (IPU) Santiago Peña forman juntos una gran «brigada azul» que barren con frecuencia las playas de la localidad pinareña de Puerto Esperanza en busca de cualquier indicio de «juego sucio»

Autor:

Enio Echezábal Acosta

Dunielvis, Alejandro y Layda son tres jóvenes cederistas que dedican parte de su tiempo a intentar garantizar que las costas de la Isla sigan permaneciendo seguras, y como miembros de los Destacamentos Mirando al Mar han asumido la responsabilidad de velar tanto por la seguridad del medio ambiente como por la de aquellas personas que allí deciden arriesgar sus vidas.

En la espirituana ciudad de Trinidad vive Dunielvis Socarrás Zamora. Hijo y nieto de pescadores, ha pasado buena parte de sus 35 años a bordo de una embarcación desandando la costa sur de la región central de Cuba, y conoce el mar como si se tratara de un pariente mayor, al que se le tiene cariño y respeto en partes iguales.

En diciembre pasado, a poco menos de un mes de haberse unido a los Destacamentos, tuvo lugar un hecho que lo marcó definitivamente, según nos cuenta.

«A finales de 2016 me tocó por primera vez intervenir en una operación de rescate, pues debimos asistir a un grupo de personas que se habían adentrado más de 12 kilómetros en el mangle, en una embarcación improvisada. Estaban en malas condiciones cuando los hallamos. Lo que me dejó más impactado fue que iba una mujer embarazada, que por poco pierde la barriga, con un niño de 12 años que estaba casi deshidratado. Cuando los encontramos, los montamos en el barco y los entregamos a las Tropas Guardafronteras, que se encargaron de llevarlos para Casilda», relató a JR.

Más allá del mal rato y las impresiones vividas, Dunielvis se siente satisfecho por haber podido ayudar a personas que, irresponsablemente, se enfrentan a los peligros del mar, y dice sentirse muy motivado a seguir en esta labor.

Por cuenta propia

Trabaja en un restaurante de Varadero, uno de los principales polos turísticos de todo el país. Su imagen nos lleva a pensar en un joven que practica deportes, y que no descarta las pautas de la moda a la hora de vestir.

A sus 30 años Alejandro Marcoleta Sosa dedica también tiempo de sus ratos libres a proteger la flora y la fauna. Él dirige uno de los Destacamentos Mirando al Mar en la Atenas de Cuba y, junto a más de 20 compañeros, ayuda a contrarrestar las acciones de aquellos que maltratan el ecosistema de la Punta de Hicacos.

«Estoy al frente desde hace poco y debo decir que es una gran responsabilidad. Aunque nuestra zona ha tenido varias salidas ilegales en los últimos tiempos, las violaciones más frecuentes han estado relacionadas con el medioambiente, pues mediante la pesca indebida se capturan especies prohibidas», explica.

Alejandro y otros miembros de su Destacamento han logrado retirar algunos «paños» de pesca, y han detenido a pescadores submarinos que actúan sin chapilla y persiguen especies como la caguama y la langosta.

Este joven matancero, que pertenece a una familia llena de activistas de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), continúa el ejemplo que ha visto crecer en casa y se dispone a seguir entregando su esfuerzo para salvaguardar la naturaleza cubana en sus fronteras.

Motivada por la labor que realiza

Los alumnos del Instituto Preuniversitario (IPU) Santiago Peña forman juntos una gran «brigada azul» que barren con frecuencia las playas de la localidad pinareña de Puerto Esperanza en busca de cualquier indicio de «juego sucio».

A Layda Martínez Reyes, una joven que vive en este paraje vueltabajero, parecen quedarle pequeños sus recién cumplidos 16 años. De hablar pausado y sonrisa fácil, ella resalta por la seriedad que transmite cuando habla de su trabajo en el Destacamento Mirando al Mar, en el municipio de Viñales.

Hace poco tiempo, Layda y otros estudiantes del IPU Santiago Peña encontraron enterrados en la arena un paquete de langosta y otro con caguama. Luego descubrieron a los dos hombres que los habían escondido allí, quienes poco después fueron detenidos por las autoridades competentes.

«En Puerto Esperanza lo que más tenemos son recalos de droga y pesca ilegal. Como parte del trabajo del Destacamento nos reunimos dos veces a la semana y hacemos recorridos a lo largo de los cinco kilómetros de costa que quedan más cerca de donde yo vivo», relata.

Su padre es pescador y su abuelo, retirado de Tropas Guardafronteras. Quizá por llevar consigo la inspiración de esa herencia familiar, Layda confiesa sentirse motivada por la labor voluntaria que realiza. Nos comenta su aspiración de llegar a la universidad y estudiar la carrera de Derecho, para luego dedicarse a la vida militar.

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