Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

José Alejandro Rodríguez: Los espacios de problematización deben estar en el periodismo cubano

Las historias de José Alejandro Rodríguez Martínez son proverbiales, con la pasión de sus diálogos recurrentes, con esa mezcla de urgencia y sensibilidad que imprime a la crítica o la interpelación, ya sea dicha con la palabra hablada o escrita

Autor:

Flor de Paz

Las historias de José Alejandro Rodríguez Martínez son proverbiales. Sin desdeñar aquellas de su cotidianidad, que muchas veces lo sitúan en circunstancias verdaderamente humorísticas, las de sus viajes superan a las de casa, pues según dice «parece que no tengo don de enviado especial». Pepe ignora las razones de esa impericia suya que en instantes lo transforma en un «elefante en una locería» como le sucedió en China. Formaba parte de una delegación oficial y la juventud del país asiático distinguía a los visitantes con un desayuno protocolar. El té estaba servido en jarras muy antiguas y Pepe tropezó con una de ellas. La cerámica se hizo añicos y de inmediato, el líquido hirviente corrió hasta el regazo del anfitrión. 

Lo cuenta con la pasión de sus diálogos recurrentes, con esa mezcla de urgencia y sensibilidad que imprime a la crítica o la interpelación, ya sea dicha con la palabra hablada o escrita. Así mismo añade que su esposa Mercedes López (Merci) y su hija Laura (abogada) han sido como una especie de ordenador de su vida. «Ellas tienen el sentido común que a mí a veces me falta. Todo se lo debo a ellas».

—Laura aprendió el oficio de cuidarme precipitadamente, es como mi institutriz, y eso es muy grande, porque el periodista no puede pensar como un hombre común, pero tiene que sentir como un hombre común, no puede dejarse llevar solamente por impulsos hormonales. Después de estos, viene la mirada reflexiva y profunda.

José Alejandro con su hija Laura. Foto: Archivo familiar.

Se autodefine como un buen tipo, una persona que siempre está tratando de ser mejor y se empeña en cumplir su misión en su paso por la vida de la forma más decorosa posible, también cometiendo errores, a veces disculpándose con la gente, tomando lecciones, pero tratando de ser consecuente y de estar tranquilo consigo mismo.

—Estoy obligado a ser una buena persona hasta el final de mi vida, que es lo más importante para un periodista; a mirar con limpieza la vida, la realidad. Lo creo así porque mucho talento con poca virtud puede ser terrible cuando se tiene el poder de estar ante un micrófono, contar con una conexión o tener una cuartilla en blanco delante.

José Alejandro Rodríguez de bebé, su mamá y sus hermanos. Foto: Archivo familiar

Nació el 8 de marzo de 1953, en un pueblo de Matanzas, Jovellanos, más conocido por Bemba. Fue un niño feliz. Las imágenes primigenias que recuerda son de un patio de Jovellanos, «parafraseando a Antonio Machado, de una casa colonial con piso de losas catalanas». Su origen es pequeñoburgués. El padre, José Alberto, tenía un colegio privado: «vengo de una familia, vamos a decirlo así, ilustrada». Ambos, también la madre, Mireya (igual que sus tíos de las dos partes), eran profesores de la escuela, que abarcaba desde la enseñanza primaria hasta bachillerato.

— «Yo no podía separar familia y escuela. Detrás del traspatio, en aquella construcción inmensa que abrigaba el centro educacional, estaba mi casa. Por las noches tenía mucho miedo, porque necesariamente atravesaba por el museo, donde había una calavera, un tiburón y otros animales disecados. Bueno, allí estaba además un cuadro de Martí, de la pintura de Jorge Arche, y las imágenes de todos los patricios de la independencia.

—Crecí con demasiadas referencias y estímulos, pero el mayor fue las conversaciones que escuchaba de mis padres y en las tertulias que había en mi casa. Él hablaba con sus amigos de política, de cultura, de literatura. No tengo casi ningún mérito. Lo menos que podía hacer era cultivar mi inteligencia, porque crecí en un hogar con todas las condiciones materiales y espirituales para hacerlo. Ellos me enseñaron a pensar, a mirar siempre a mi alrededor.

—Mi padre decía: “no hagas esto, haces esto”. Y como era un niño muy observador, una especie de ratoncito curioso, me fijaba en todo lo que él hacía. Cuando íbamos por la calle saludaba a muchas personas. Son normas que se aprenden silenciosamente. No hace falta una cátedra de educación formal, una cátedra para cultivar el corazón, simplemente sucede cuando los padres facilitan la posibilidad de fomentar la sensibilidad, la capacidad de pensar en los demás, de sentir por los demás.

En prescolar, en la escuela «Luz y Caballero», propiedad de su padre. Foto: Archivo familiar

—Así fue mi infancia, preciosa, la edad dorada; nunca me dieron golpes, y sentía mucho respeto por mis padres. ¿Cómo imponer respeto sin violencia? Bueno, mi padre tenía fórmulas: primero se daba a respetar y era muy exigente, pero a la vez era muy cariñoso, muy pródigo. Mi madre también. Él me mostraba cómo debía comportarse un ser humano, sin imponérmelo y sin connotarlo. Si íbamos por la calle y comíamos algo, me decía: «Cuando termines me das el papelito». Andábamos cuadras, cuadras, y él con los papeles en la mano. No los tiraba al piso.

—Tenía unos ojos azules preciosos, ninguno de los tres hijos los sacamos, unos ojos muy expresivos. Cuando los abría mucho yo sentía que estaba pasando la frontera del bien y del mal, y que él trataba de rescatarme. Mis padres siempre me hacían meditar.

Fue un estudiante de preuniversitario que se debatió entre dos carreras: el periodismo y la psicología. Sentía la necesidad de socializar ideas, de expresarse, al punto que en una época escribió poemas («terribles»). Porque —dice— he sido toda la vida un animal público, una persona que necesita conectarse, muy gregaria, expansiva, expresiva, y a veces explosiva.

—Por su función, el periodismo me sedujo. Matriculé en la Facultad (en aquella época no había que hacer examen de ingreso) y tuve profesores memorables como Miriam Rodríguez Betancourt (cuando se jubiló le hice una crónica que salió en Juventud Rebelde, «La Infinita»), Guillermo Rodríguez Rivera, Adolfo Martí, Eduardo Heras León, Pedro Pablo Rodríguez (que era muy joven entonces y cuando terminaban las clases se iba con nosotros a tomar cerveza y a mirar muchachas bonitas). Todos ellos nos enamoraron de la profesión, que desde el punto de vista egoísta es una de las más enriquecedoras del ser humano.

Con Fidel en un congreso de la UPEC. Foto: Archivo familiar.

—Como periodista he podido conocer a todo tipo de personas, desde las más elevadas hasta las más anónimas y humildes; he podido conversar con gente de todo tipo de pensamiento, de credos; he podido estar cerca de dramas humanos y de momentos de dicha. El periodismo es una gran oportunidad desde el punto de vista humano para prodigarte de los demás.

Y la psicología, por la que se inclinó en el afán de explicarse las conductas humanas, la ha perpetuado en su práctica periodística, «porque en esta profesión siempre hay que estar decodificando señales; también ser capaz de reconstruir una historia a través de la observación y tener en guardia el filtro analítico y sensorial».

Radio Cadena Agramonte, de Camagüey, fue el primer medio de comunicación donde Pepe ejerció el periodismo. Llegó con veintiún años queriendo asaltar el cielo, como todo recién graduado. «En la universidad uno está como en una nube de sueños, y después la realidad del país te coloca los pies en la tierra».

Piensa que la radio es una buena experiencia para el joven periodista, pues la infinita demanda de información que impone este medio obliga a ser disciplinado. En los dos años que Pepe estuvo en Radio Cadena Agramonte hizo las coberturas habituales, pero también dio riendas sueltas a su creatividad con reportajes de su propia iniciativa que enriquecía con sonidos ambientales.

—Allí aprendí que hay una autenticidad, una sinceridad, que es preciso lograr en el entrevistado. En el sentido de pedirle que no hable con frases hechas, con cumplidos, con consignas, sino que lo haga como cuando no le están grabando, momentos en los que suele explayarse en exquisiteces, variedades, matices.  Que diga: estoy aquí a pesar de que tengo tremendas ganas de estar en La Habana a esta hora, estoy aterrillado en un albergue, pero fíjate, estoy aprendiendo cosas… Entonces la radio me dio esa posibilidad.

En octubre de 1976, al finalizar su servicio social, Pepe comenzó su trabajo en la prensa escrita, en el periódico Trabajadores, donde estuvo diez años. Juventud Rebelde lo acogió luego en sus páginas hasta que en 1996 se trasladó a la revista Bohemia. Cuatro años después ya estaba de vuelta en Juventud Rebelde.

José Alejandro Rodríguez, haciendo un reportaje. Foto: Archivo familiar.

—Has dicho que no te considerabas un periodista tradicional ¿Por qué?

—Un periodista tiene que ser una persona culta, tiene que hacer (y haber hecho) muchas lecturas en su vida; tiene que ser un activo espectador de audiovisuales, sin abandonar los libros, porque leer sigue siendo el solitario acto de fijar conceptos, de cultivarse.

—El periodista tiene que ser una persona con responsabilidad pública, no puede lanzar dardos al aire: hay quienes hacen noticia de un show, de un espectáculo morboso; el periodista tiene que ser ético, tiene que aferrarse a la verdad y a la justicia, y a veces la verdad y la justicia cuestan; el periodista tiene que tener talento para poder seducir, aun en medio de todas esas condicionantes. Porque pueden tenerse todas las facilidades, pero si el producto de su trabajo no estremece, no preocupa, no inquieta, no conmueve, no logró nada, por muy profundo, sensible y ético que sea, por mucha responsabilidad pública y cultura que tenga. Se precisa gracia, garbo, una palabra que ya casi nadie usa y hay que desempolvar.

Ante el protagonismo de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, Pepe Alejandro no cuelga los guantes: está convencido de que la prensa escrita, su preferida, no va a desaparecer.

—Aunque ha sido muy vapuleada y amenazada por el desarrollo tecnológico. Primero por la radio, después por la televisión, ahora por internet y su simultaneidad e inmediatez. La prensa escrita se está desdoblando, tiene una especie de travestismo hacia la multimedialidad, que está muy bien, sin abandonar su sitio, su probidad, su razón de ser. Pero ha sido obligada prácticamente al análisis, al desmontaje, a la visión diferente. Es lo que ha quedado para ella.

—Ya ningún voceador de periódicos dice nada nuevo. La gente se entera de todo en el momento. Entonces la prensa escrita sigue siendo ese rescoldo, esa esquina para dar otra visión de las cosas, lo que nadie abordó, el análisis, la crónica del acontecimiento, el sedimento de los hechos; la cal que queda en el fondo cuando el agua hierve.

Otra singularidad contemporánea —subraya— son las interrelaciones que hay entre los medios, entre la prensa escrita, la radial, la televisiva y la digital. Todas interactúan e influyen sobre los estilos de la escrita.

Con Teófilo Stevenson en un encuentro casual. Foto: Archivo familiar.

—Entonces un periodista debe probarse en todos los medios que pueda. Ya el lector no soporta demasiados prolegómenos ni demasiadas elaboraciones; la intertextualidad obliga a cambiar estilos, a ser más concisos y directos. No por eso menos atractivos.

Un momento importante para el reportero —acota— es aquel en que se establece contacto con los portadores de información. El lector, el televidente, el radioyente, el internauta, te cree cuando no prefabricas ni manipulas. Al trabajo siempre hay que darle forma, claro está. Pero es creíble en la medida que las mediaciones entre el periodista y el entrevistado no sean tan manifiestas, no tengan las costuras fuera. Siempre pongo el ejemplo de las crónicas de Julio Acanda, que es muy talentoso. Posiblemente él se pase tres y cuatro horas haciendo el trabajo de pre filmación y otras tantas en conversaciones previas. O sea, que la autenticidad se fabrica también, pero se fabrica con sinceridad, no con manipulación.

— ¿La crónica? Mi género más recurrente.  Es como una opinión a través de la sensorialidad y de los sentimientos para afianzar juicios de la vida, porque al final siempre tiene una idea detrás.  Recuerdo a una señora, cuando el ciclón Ike y Gustav, que lloraba frente a lo que fue su casa, se le había derrumbado. Yo escribí: «no tenía ni donde recostarse para llorar».

Pepe piensa que los géneros de opinión son géneros terminales. «Después que se ha descrito e interpretado mucho, se han cubierto muchas contingencias cotidianas; con esa acumulación, empieza a establecer categorías de la realidad y a encontrar con los juicios el sentido de ciertas cosas que antes reflejaba».

Y asegura, ayudado por el movimiento de sus brazos y la expresión de sus ojos, que ese es un periodismo del cual estamos muy necesitados, aunque no de sus distorsiones.

—No se trata de imponer una opinión, de absolutizar con una opinión. Es deslizarla elegantemente, de manera que haga pensar, que el lector se haga su propio juicio.  Estos son los géneros que más dejan la huella de uno mismo. Porque el reportaje, a pesar de las subjetividades implícitas, como en toda obra humana, tiene cierta objetividad, y el artículo de fondo es un desmontaje analítico. Pero el comentario y la crónica son los géneros que más retratan a un periodista.

Conversando con un campesino en la Quebrada del Yuro, Bolivia.

Acuse de recibo fue un azar. Me escogió el entonces director de Juventud Rebelde Rogelio Polanco. Y ha sido la gran oportunidad de mi vida para tender puentes con la realidad. Todos los días leo las cartas y me asomo a los rincones más insólitos del país, a los problemas más candentes, a las frustraciones, a las alegrías, a los sueños de la gente. Es una interactividad muy grande con los lectores que casi ningún periodista tiene. También me ha servido para comprender la naturaleza humana y para entender casi lo incomprensible, porque me he dado cuenta de cómo la gente a veces se eleva por encima de los tantos problemas que sufre. Y ha sido una ventana a la democracia que necesitamos, asegura mientras aclara que no podemos dejarnos quitar ese concepto.

—Profesionalmente, es lo más importante que he hecho.

Lo dice sin presunción, después de haber transitado por todos los géneros periodísticos, por muchos escenarios, por grandes salones, por lugares perdidos de la Sierra Maestra; después de estar al lado de gente sencilla y común, y de gente importante.

—Es un periodismo incómodo porque es difícil abrirse paso para acompañar al ciudadano. Porque Acuse de recibo no es un buzón de cartas, un buzón impersonal. Hay una persona que se implica, que escribe, que dialoga con el remitente de la carta y con quien responde; hay un periodista que también discrepa. Acuse de recibo es una ventana abierta de par en par a todos los problemas humanos. Podría estar cerca de lo que llaman periodismo ciudadano, porque a veces la gente te sube la parada.

Y esta sección se ha convertido en una obsesión para Pepe. Debe terminar el periodismo con Acuse de recibo —revela—, a no ser que un día me digan que ya no sirvo para ella.

—Al mismo tiempo, seguiré haciendo columnas, crónicas, comentarios. Estos últimos, también en la televisión, donde soy guionista y periodista del programa En Buen Cubano, de Cubavisión Internacional. Pero los problemas de salud no me permiten estar en el reporterismo constantemente.

—Pepe, ¿cómo recuerdas aquellos personajes arquetípicos del Juventud Rebelde de fines del siglo XX y principios del presente?: Manuel González Bello, Mary Ruiz de Zarate, Juan Moreno…

—Ese es mi Juventud Rebelde inolvidable, al que yo llegué, el que yo leía cuando no estaba aquí, el que de vez en cuando asoma su rostro. El periódico ha tenido sus alzas y sus bajas, se mueve zigzagueante. Hay personas inolvidables que son parte de su historia. Manuel González Bello entre ellos. Era un descomunal periodista, un todoterreno. Recuerdo cuando se descubrieron los restos del Che en Bolivia. Él había estado en ese país mucho tiempo antes, y desde esta redacción escribió lo mejor que se publicó en la prensa en ese momento sin estar allí, por todo el cúmulo de experiencias, sensaciones, que había tenido cuando estuvo en Valle Grande y en La Higuera. Escribió un reportaje exquisito, mejor que todos, incluidos los enviados especiales. Manuel fue el brillante «quedado especial» que no pudo ser superado por nadie.

Con dos entrañables amigos de Juventud Rebelde ya fallecidos: Manuel González Bello y Franklin Reyes. Foto: Archivo familiar

—Fue aquella una etapa de refulgencia del periodismo, y todas esas personas que mencionaste formaron parte de ella. Mery Ruiz de Zárate con sus artículos históricos, y además Elio Menéndez, Jesús Bayolo, Ángel Tomás, Padura, y muchos otros que ahora involuntariamente se me quedan sin mencionar.

A pesar de sus desventuras en «algunas» de sus visitas a otros países, Pepe ha estado como enviado especial en la antigua URSS, Mongolia, México (en territorio zapatista), China y Vietnam, en España, Colombia y Bolivia (en este último como profesor), pero nunca la pasó tan mal como en Aranjuez.

La nota de El País que, además del testimonio del protagonista, da fe del insólito hecho, todavía ocupa bits en internet. Para estas páginas, una colega la halló hace poco. Sin embargo, no es preciso acudir a la red para conocer a Pepe, porque además de su larga estancia en la prensa y su condición de miembro de la presidencia de la Unión de Periodistas de Cuba, donde quiera que vaya siempre tiene la palabra.

—El periodismo revolucionario tiene un desafío muy grande, y nos toca a todos; una parte a todo el mundo; otra a los periodistas. Pero también depende del diseño que la sociedad haga del periodismo, de la comprensión que se tenga sobre su función. No puede ser un segundón, un repetidor al calco. El periodismo tiene que ser un contrapeso de la institucionalidad en el socialismo.

—En un proyecto unipartidista como el nuestro, tiene que ser palpitante, problémico, con ética, enseñanza y sentido constructivista y prospectivo. Pero no puede ser mimético, repetidor de palabras de instituciones, funcionarios y dirigentes. El periodismo tiene que ser como una especie de pelotón de reconocimiento. Y ese desafío es muy grande, porque hay un algo que se interpone en la mente de los periodistas, de los editores, de los funcionarios, y en la comprensión de que no se es más revolucionario por repetir, por hacer alabanzas.

Con Mercy y Laurita. Foto: Archivo familiar.

El periodismo cubano no se puede dejar quitar los espacios de problematización, alerta. «Hay otros periodismos que nos rodean y que están aquí adentro ya. El periodismo tradicional, los medios tradicionales cubanos, no pueden seguir dejándose arrebatar la agenda pública, y tiene que meterse en las luces pero también en las sombras, en los lugares ásperos de la realidad. Eso requiere mucha profesionalidad y valentía de los periodistas, de los editores, pero igual requiere comprensión de la institucionalidad. El periodista no es alguien que acompaña, tiene que ser gacela, moverse libremente, descubrir y revelar. Esa es mi concepción del periodismo».

«Y tenemos que dignificar al periodista. Aquí mucha gente le echa al periodista cubano, y no todo depende de nosotros. La sociedad cubana hizo un diseño de periodismo que también copiamos de aquellas tierras nevadas del socialismo real. Y se diseñó un periodismo que ya es inoperante para la Cuba de hoy, una Cuba diversa y compleja, una Cuba en la que hay que buscar consensos a favor de las cuestiones esenciales, de la soberanía, de la independencia, sin homogeneizar los mensajes».

«Y hay que respetar al periodismo como un contrapeso de la administración pública y de los poderes públicos, un contrapeso que no tiene que ser la oposición acérrima, no tenemos que copiar otros modelos. Cada uno tiene su papel en el avance de esta sociedad, y hay que abrirle los espacios para señalar, para alertar, para dar luz y enfocar todo lo que está entorpeciendo el avance de nuestra sociedad y el bienestar de nuestra gente».

Tomado de Cubaperiodista

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.