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Cubano de otros matices (+ Video)

Quisiera ir como voluntario a trabajar en el IPK, subraya Juan Ramón, un paciente siquiátrico que durante muchos años fue microbiólogo

Autor:

Hugo García

Hay locuras para la esperanza,

hay locuras también del dolor.

Y hay locuras de allá,

donde el cuerdo no alcanza,

locuras de otro color.

Silvio Rodríguez

 

Guanábana. Matanzas.— Juan Ramón Martín Martínez camina lentamente. Usa cómodas chancletas y piyama a rayas moradas. Su piel es blanca; sus ojos pardos. Lleva su cabeza casi rapada y sus uñas recortadas.

Su mente no olvida dos fechas: su nacimiento, el 5 de marzo de 1954, y su ingreso, el 9 de abril de 2012, en este Hospital Siquiátrico Docente Provincial Antonio Guiteras Holmes.

Tampoco olvida los nombres de sus padres ni el de la calle Espíritu Santo, donde está su casa, en esta ciudad; casa vacía que espera la inunden con el aroma del café recién colado, como sus libros aguardan por las manos que los volverán a abrir.

Pero esas manos acarician hoy el libro Manuel = Manuel mientras su dueño camina lentamente por los pasillos del Siquiátrico.

Juan Ramón se licenció en 1980 en Ciencias Biológicas, en la especialidad de Microbiología e Inmunología en la Universidad de La Habana, y ejerció como microbiólogo e inmunólogo en esta provincia, primero en el hospital provincial José López Tabranes, luego en los centros provinciales de Higiene y Epidemiología de aquí y de la capital, y finalmente como microbiólogo de medicamentos en el hospital pediátrico provincial Eliseo Noel Caamaño.

Por sus lecturas conoce bien la llamada gripe española, que en 1918 causó tantos muertos en el mundo como la Primera Guerra Mundial; y ha lidiado de cerca con el dengue, el zika, el cólera, la tuberculosis…

En sus relatos se puede remontar mucho más atrás y hablar de la viruela y la peste negra. Es como una enciclopedia médica que reposa en un armario hasta que alguien la desempolva.

Juan Ramón ya no ejerce su profesión. Padece de depresión nerviosa desde 1984. Hace ocho años permanece ingresado en la sala de larga estadía por una patología de curso prolongado. Desde allí, su olfato entrenado reconoce los olores de los químicos del laboratorio del hospital. Observa lo que falta en la sala. Lleva estadísticas. Ayuda en todo lo que puede.

Al principio sus días en esa institución eran eternos, pero con el paso de los años se ha habituado a la rutina de caminar lentamente por los pasillos, mirar el jardín y disfrutar del empecinado colibrí que sin falta viene cada mañana a libar en el jardín.

Pocos destellos le esperan en su día a día. Sentarse un rato en una silla. Dormir en su cama. Hablar con algún paciente o con el personal médico.

Dice que lo tratan bien y siente que ha recuperado un poco su salud mental: «Con la medicación adecuada he salido a flote».

Juan Ramón no es un hombre abandonado a su destino, solo un cubano de otros matices, que desde un paradójico lugar profundiza en su charla sobre una pandemia que sigue sin fecha de cura, pero que bien vale la pena curar.

Juan Ramón no solo recibe, sino también aporta a la vida del hospital en que está residiendo. Fotos: Hugo García

—¿En su trabajo ensayó con algún tipo de coronavirus?

—Nunca los enfrenté directamente, pero sí los estudié porque me interesaba esa familia de virus y siempre me mantuve informado sobre el tema. Cuando el virus de la influenza H1N1 entró a Cuba se tomaron medidas, aunque no fue tan grave como este nuevo, tan violento.

«No solo he trabajado en los laboratorios, sino que voluntariamente he ofrecido charlas y consejería a grupos de riesgo de contraer el VIH y otras enfermedades, y a lo largo de mi vida profesional participé en innumerables posgrados, talleres, diplomados, cursos, adiestramientos, sin dejar de enseñar a estudiantes y a otros investigadores».

—¿Cuánto puede aportar usted como paciente?

—Apoyo a todos para que se cumplan las medidas higiénico-sanitarias dentro de las salas y áreas comunes, veo si hay pacientes con síntomas respiratorios agudos, porque como muchos de ellos rompen con la realidad, si me doy cuenta que alguien tiene síntomas respiratorios lo informo al personal médico y ellos les avisan a los familiares.

«A los pacientes hay que educarlos mucho, porque la mayoría son crónicos; todos han aceptado desinfectarse las manos con hipoclorito de sodio, si tienen tos o alguna expectoración se comunica, y contamos con enfermeras, médicos y auxiliares por cada sala, viendo si algún paciente tiene síntomas respiratorios. El uso del nasobuco es lo más complicado, porque muchos pacientes fuman, o si se lo quitan no saben cómo volvérselo a poner y hay que ayudarlos en eso. Pero todos están puestos para no darle entrada al nuevo coronavirus».

—¿En su condición de paciente y ex microbiólogo, lo escuchan en el hospital?

—Siempre, en la sala o en el laboratorio, lo mismo médicos, enfermeras como pacientes, me preguntan: «Juan Ramón, dime sobre esto, explícame sobre esto otro, por qué pasa tal cosa». Fueron 31 años de trabajo…

«Eso sí, a los enfermos les explico con palabras sencillas, que no sean técnicas, para que me entiendan y de esa manera me obedezcan. También hablo con las enfermeras y los pacientes, me fijo si hay alguien con tos, expectoración o si estornuda, si tiene algún estado de depresión o ansiedad u otra patología, para que enseguida sea investigado».

—¿Usted es como una mano derecha para el hospital?

—No tanto ni como antes, cuando trabajaba, pero me esfuerzo por ayudar. Si me he recuperado y doy lo mejor de mí a pesar de mis 66 años de edad, en todo lo que pueda ayudar lo hago con placer y pongo todos mis conocimientos en función de este centro.

—¿Cómo valora la prevención?

—Como siempre muy buena: en todo el país se activaron inmediatamente las medidas higiénico-sanitarias y epidemiológicas, y más en centros vulnerables como este hospital, para evitar la contaminación.

«Aún en camino a la normalidad, considero que esta pandemia nos deja muchas enseñanzas en cuanto a las medidas que debemos mantener, y en eso de darles seguimiento a las personas vulnerables mediante los médicos de la familia, aprovechando esa diferenciación con que cuenta el sistema de salud nuestro respecto a otros países.

«Mira, para el diagnóstico del coronavirus el kit cuesta muchos dólares y Cuba lo adquiere, y también ha puesto en marcha los protocolos de salud en el enfrentamiento a la COVID-19, interpretándolos para nuestro país. Muchos han pedido la colaboración de especialistas de la Isla, dada la experiencia en el combate con virus como el ébola, por ejemplo, y para eso tenemos la Brigada Henry Reeve, de mucho prestigio y competencia, como demostraron ahora en la región italiana de Lombardía.

«Espero que esa epidemia no se desate en nuestro país masivamente, ni ahora ni después, porque en otros momentos hemos vencido y esta vez será igual».

—¿Qué más sugeriría para evitar la expansión del virus?

—Hay que concebir un riguroso análisis de cada caso, tanto de sospechosos como de enfermos, porque realmente es una enfermedad nueva. Hay antecedentes de coronavirus en países de la cuenca del Mediterráneo que no fueron tan graves, porque en aquella ocasión no se trataba de una pandemia.

«En nuestro hospital los internos estamos entrenados en lo que debemos hacer día a día con la higiene, los familiares están informados, los médicos de guardia y los que pasan visitas todos los días nos revisan bien y están preparados… Antes de esta pandemia, aquí estaba todo organizado, así que, si sucede algo, todos están listos y serían rápidas las acciones».

—¿Cuánto extraña sus días de microbiólogo?

—¡No te imaginas! Es duro, pero así es la vida… Creo que estaré un tiempo más aquí y luego quisiera incorporarme al trabajo. ¡Ojalá pudiera ir como voluntario a trabajar en el IPK (Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí)!

«Leo la prensa, veo la televisión todos los días y, por supuesto, no me pierdo el parte diario del doctor Francisco Durán, a quien conocí en Santiago de Cuba hace muchos años. Recientemente, en una Mesa Redonda de la Televisión Cubana, vi a muchas de mis amistades de años atrás, cuando estaba activo, y me sentí… no diría que impotente, sino un poco triste, porque quisiera aportar mucho más mis conocimientos en esta batalla contra la COVID-19».

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