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A orillas del Rubicón

Las medidas anunciadas el pasado 16 de julio despejan incertidumbres ante los efectos dejados por la COVID-19 sobre la economía y apuntan hacia un camino que no podrá transitarse sin la unidad de los cubanos

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Cuba regresa, una vez más, a vivir un nuevo Rubicón. Ese río de pequeño cauce y aguas rubicundas por la arcilla de su fondo, ganó la inmortalidad en el año 49 antes de nuestra era cuando el general y político romano Julio César llegó a sus orillas con las legiones de la Galia. Dicen que al verlo César pronunció una de sus frases más célebres: Alea iacta est (la suerte está echada), consciente del no retorno y de que solo el futuro era lo que tenía por delante con sus posibles glorias e incertidumbres.

Esa situación de vivir el antes y el después —la misma que aparece en los momentos de inflexión de los pueblos—volvió a estar presente el pasado 16 de julio en el horizonte cuando el Gobierno anunció las medidas económicas para relanzar la economía.

Atenazados por la crisis global de la COVID-19; aguijoneados por un virus controlado, pero no eliminado, y cercados por un gobierno imperial que no duda en subir aún más el nivel de las aguas para intentar ahogar el país, los cubanos miraban hacia la economía desde hacía tiempo.

Entre colas donde los pillos tienen su primavera, las cábalas estaban a la orden del día en los hogares. Parecía que una de las letras de Buena Fe cobraba más presencia que nunca por estos días de pos- pandemia y, como en la canción Dos inmigrantes, los cubanos se preguntaban: «¿Cuándo cambiarán las cosas?»

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Casi sin anuncios, el campanazo del cambio sonó en la tarde del 16 de julio. En un artículo, escrito cuando se empezaba a ganar la pulseada al coronavirus, el colega Ariel Terrero ponía en balanza a la economía nacional. En Cinco desafíos y una oportunidad, Ariel aseveraba que el 2020 difícilmente se iría sin que las autoridades hicieran «una maniobra profunda en el proceso emprendido en el 2011 bajo el nombre de Actualización del modelo económico y social».

Otros especialistas, en distintos medios de prensa y plataformas en las redes sociales, insistían también en la necesidad de un cambio para enfrentar el puñetazo dado por el coronavirus, cuyo impacto ya es visible.

Pues bien, el jueves pasado el vaticinio de Ariel Terrero se cumplió y la «maniobra profunda» no es de juego: al tener una de sus dianas en la intención de revolucionar al sector empresarial del Estado, las medidas apuntan a la columna vertebral de la economía, donde se genera el 85 por ciento de los ingresos al presupuesto. Y esto no es un juego. Es el corazón del país.

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Las medidas abarcan un amplio rango. Mucho se tendrá que debatir y analizar por el camino para que lleguen al puerto que se desea. De entrada, al menos en su enunciado, ellas por fin comienzan a ahuyentar incertidumbres.

Estas líneas estratégicas de trabajo serán discutidas en octubre, como dijo el Presidente Díaz-Canel, en la Asamblea Nacional. Aplaudimos, además, la posibilidad de que las medianas y pequeñas empresas (sean estatales o no) también tengan un respaldo jurídico para actuar.

Otras incógnitas que se despejan son los aires sobre el cuentapropismo y el sector cooperativo. Ya en las redes sociales, dentro de un abanico de matices y posiciones, se hacía notar el tono positivo con que fueron tratados esos sectores y las intenciones de lograr la debida integración con el sector estatal.

Otras ideas se oyen bien: mayor autonomía de los sectores productivos, incentivos a la inversión extranjera, estímulo a las exportaciones y la apertura al comercio exportador de todo aquel que disponga de condiciones de calidad y competitividad desde Cuba, incluidos los privados.

Pero, sin duda, uno de los anuncios sobre el que existen mayores expectativas es el de transformar por completo la agricultura cubana. Quizá ahí este uno de los más grandes nudos gordianos de Cuba. En el campo se decide, en buena medida, el éxito de las transformaciones.

De entrada, las estadísticas claman a gritos por un cambio que inyecte mayores capitales en ese sector. De acuerdo con los números y el análisis de los economistas, el nivel de inversiones en los últimos años ha sido insuficiente en la agricultura, y el surco se ha movido en un estrecho margen de maniobra con relación al sector inmobiliario, el cual recoge al turismo y cuyos niveles rondaron como promedio al 30 por ciento de los montos de inversión.

Es cierto que esa ecuación ha estado marcada por la urgencia de tener dinero en medio de una era Trump, que sigue disparando a matar. En condiciones de bloqueo creciente, el turismo era una tabla de salvación; pero con la agricultura, a pesar de las transformaciones de los últimos tiempos, tenemos una deuda que resulta necesario y urgente solventar.

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No obstante, incrementar inversiones en la agricultura —como en otras áreas de la sociedad— no es la vara mágica de la solución a los dolores de cabeza. Cuando en la Mesa Redonda del 16 de julio se reiteraban los conceptos de integralidad y de analizar en conjunto, a nuestra mente volvía la imagen de Alfredo Menéndez, el persistente director de la Empresa Consolidada del Azúcar cuando el Che era el Ministro de Industrias.

En las postrimerías de su vida, Alfredo insistió en todos los escenarios posibles en mirar a la economía como una cadena. «Si potencias un eslabón y te olvidas de los otros, terminas enredado», advirtió varias veces ante un grupo de periodistas, economistas y directivos al hablar, sobre todo, de la agricultura y la agroindustria azucarera.

Tal parece que, en el parnaso de los luchadores, las palabras de ese hombre, que pasó en secreto información sensible a Jesús Menéndez en su lucha por las reivindicaciones azucareras de Cuba, caían en suelo fértil en la Mesa Redonda del día 16.

Hacer las cosas bien, implica dinamizar grandes potencialidades, hoy hostigadas por innumerables trabas burocráticas. Ese hacer bien que el Presidente definió en su intervención, pasa por los problemas de «finquismos sectoriales», que ahogan o ponen en velocidad de caracol a no pocos sueños o jerarquizan lo mío sin articular las debidas conexiones con otras ramas de la economía y los servicios.

No en balde en los últimos tiempos se han visto áreas productoras de alimentos que demoraron en construirse o aún esperan por la firma sacrosanta de alguien de «otro» organismo. Los ejemplos, en ese sentido, sobran en todas las direcciones. Por eso los próximos días serán los de la lucha por derribar esas «parcelillas», más solapadas que el comején y cuyo mérito mayor es descubrir al final el «agua tibia» de lo que desde un principio se debió hacer.

Las medidas, ya se advirtió, tendrán un lado polémico. Con la autonomía empresarial y una mayor capacidad de gestión del empresariado, cabe preguntarse: ¿se jerarquizarán los mecanismos de control popular ante los peligros del delito y la corrupción? ¿Qué se hará con ese regusto al secretismo o a retener la información pública, tan agradable a algunos a pesar de los llamados a ejercer una comunicación transparente, inmediata y oportuna?

Una de las acciones que más comentarios e inquietudes ha suscitado es la apertura de las tiendas en MLC. En un cerco económico y con pérdidas dejadas por la COVID-19, valoradas solo en el turismo por cifras millonarias en moneda dura, se convertía en una urgencia ampliar el mecanismo creado para canalizar la divisa hacia la economía nacional.

De ese dinero puede salir el sostén que hoy no existe para ampliar la oferta de productos de primera necesidad y atenuar la maldición de las colas. Pero ese fin loable se vería deslucido sino aparece una verdadera comunicación pública, que informe al pueblo del uso dado a esos ingresos para aliviar sus dificultades.

No por casualidad el Presidente advertía sobre la necesidad de discernir entre una crítica honesta frente a la surgida desde la mala intencionalidad y los deseos de generar la división dentro de la sociedad.

Y lograr ese discernimiento implica escuchar, y para escuchar se necesita dialogar, y para dialogar resulta necesario despojarse del sentido de creerse dueño de la verdad y tener muy en cuenta el sentido de la autocrítica, algo válido para todos: desde el dirigente hasta el ciudadano más común. Si alguna enseñanza ha dejado la COVID-19 es esa: que los inmensos desafíos de un país nunca se logran por un puñado de personas, sino por la acción segura y la unidad de un pueblo entero, más cuando se tienen delante las orillas del Rubicón.

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