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Gratitudes y dilemas de una madre

La historia abreviada de una joven y sus ocho hijos mueve a la reflexión, la sorpresa y el estremecimiento 

Autor:

Osviel Castro Medel

CAUTILLO MERENDERO, Jiguaní, Granma.— Me habla sin rodeos, diciendo que cometió errores, que ha tropezado mucho, que ha llorado como pocos imaginan.

Cada palabra de Yarelis Fernández Sardiña es como una saeta que atraviesa del pecho a la espalda, y cada trozo de su historia enfría. Habla de sus hijos con un amor vehemente; sus hijos, que no son pocos: ¡nada menos que ocho, para una madre de 32 años!

El primogénito fue Arisnel, quien ya tiene 12 abriles, luego vinieron al mundo Arismel (11) y Yarismeli (9), todos con los apellidos Medina Fernández. Después nacieron —de una unión no formal— Yaimelis (7 años), las mellizas Emily y Nátaly (5), Arismay (1) y Arisnely (ocho meses). Los cinco llevan los mismos apellidos de su progenitora.

«Nunca quise ligarme, tenía un miedo horrible», comenta para referirse a su negación a realizarse la esterilización tubárica. «Además, ya me había interrumpido demasiados embarazos y pensé que si el destino lo quiso así, así tenía que ser».

Yarelis vivía con todos en un apretado cuarto con piso de tierra, que se empapaba en cada aguacero, en la comunidad de Dos Ríos; pero desde finales de enero recibió una casa de tres habitaciones, baño, comedor y sala —acondicionada en un bloque bajo de una antigua escuela—, en el barrio de Turcios Lima, consejo popular de Cautillo Merendero, del municipio de Jiguaní.

Para ella, que desesperaba por tanta estrechez física y sicológica, resultó «una ayuda inmensa», para la que no encuentra palabras de agradecimiento.

Tampoco halla cómo retribuir las atenciones que han recibido sus niños, todos con algún padecimiento. Dos de ellos tuvieron largas hospitalizaciones, con grave peligro para sus vidas. Dos son tratados con sumo rigor científico por epilepsia y cinco por asma.

«Me han tratado excelente, maravillosamente en los hospitales, los han salvado de milagro y solo he tenido que dar las gracias», expresa, y la humedad le sube a los ojos para estremecer al reportero.

Luego el llanto se le sale cuando cuenta sobre Yarismeli, que vio la luz con una artrogriposis múltiple congénita, que le impedía caminar. «Por su padecimiento ella se arrastraba por el suelo, cuando alguien mayor llegaba a nuestra casita preguntaba si tenía un hijo que caminaba o le decía que quisiera tener los pies normales para poder andar», narra con el corazón estrujado.

Hoy la niña de nueve años cursa el tercer grado, camina, lee y escribe «esperanza» o «sonrisa», gracias a las lecciones y atenciones recibidas en la escuela especial Amistad Cuba-Vietnam, ubicada en Santiago de Cuba, que otrora fue una villa señorial.

La propia Yarismeli reconoce que echa de menos a sus maestros, siempre prestos a la ternura. Y relata que cuando vivía en Dos Ríos las autoridades del municipio la llevaban en auto hasta Jiguaní (22 kilómetros), donde abordaba el ómnibus escolar hasta la indómita ciudad, recorrido que hacía a la inversa en cada pase.

«Yo miro a mi niña hoy y me doy cuenta de que el salto en su educación ha sido increíble», dice orgullosa Yarelis, quien recibe una chequera mensual de
4 450 pesos.

Después traga en seco para sentenciar que ahora comprende mejor la grandeza de Marisbel, su humilde madre. Ella la ha ayudado de modo indescriptible y ha debido quedarse cuidando a los niños las incontables veces en que Yarelis ha tenido alguno hospitalizado.

«Sin mis padres no hubiera podido seguir adelante; ellos me criaron a mí y a tres hermanos en la decencia y la honradez; querían que estudiara y yo deseaba cumplir ese sueño, hasta empecé en el pedagógico de Manzanillo, pero a partir de primer año tomé otro camino. Ahora han venido aquí a ayudarme un tiempo porque hay que preparar los alimentos en el fogón que cocina con leña, cargar agua y hacer gestiones que yo sola no puedo», expone.

Entonces respira hondo para soltar otra frase conmovedora: «Sé que soy la principal responsable de mis hijos y tengo que salir adelante con mis propias fuerzas, pero hay cosas a las que no llego. Quisiera que ellos pudieran ver las teleclases; en todo el barrio hay un solo televisor chiquito y los dueños están poco en casa».

Tal aspiración, que tienen otras madres de Cuba, ha chocado contra la realidad y tal vez, solo tal vez, no sea tan fácil cumplirla; al igual que la de tener agua potable hasta la morada nueva (la carga en cubos desde una cisterna cercana).

Pero Yarelis mantiene otros deseos irresueltos, que se han estrellado contra las paredes de la burocracia. No ha podido, por ejemplo, hacerse un traslado temporal de domicilio o un «tránsito» para comprar el pan, la leche y la canasta básica en Cautillo Merendero.

«Las autoridades del municipio me ayudan muchísimo y me llevan a Dos Ríos, que está a más de 30 kilómetros, a comprar los mandados y la leche en polvo una vez al mes, pero el pan lo pierdo porque ahí sí que no puedo ir cada día. Me han dicho que esto va a seguir hasta que no estén los papeles legales de la vivienda», explica con pesar mientras sus retoños inquietos retozan entre ellos en la casa, de mampostería y techo de fibrocemento.

«Yo hubiera hecho otro tipo de vida, me hubiese protegido mejor», admite y sus ojos negros parecen perderse en algunas escenas del pasado. «Pero no me arrepiento jamás de haber tenido mis hijos. Ellos son mis tesoros y por ellos seguiré luchando con todas mis fuerzas». 

Alumbramientos, futuro y la gran casa

 Hace casi tres años (13 de mayo de 2018), estas páginas reflejaron en el reportaje Techos, el otro alumbramiento, las historias emocionantes de varias madres con más de dos hijos menores de 12. Ellas residían en los municipios de Buey Arriba (Granma), Maisí (Guantánamo) y Tercer Frente (Santiago de Cuba) y habían recibido, gracias a un humanista programa, subsidios para construir sus casas.

«Allá vivíamos en un rancho que era un colador. Cuando llovía teníamos que estar poniendo vasijas por todos los lugares. El piso era de tierra, el techo de guano... mire hoy el cambio que hemos dado», dijo a la sazón una de las entrevistadas.

En ese momento uno de los funcionarios de la dirección municipal de la Vivienda en Buey Arriba explicó que solo en ese municipio se habían censado 95 madres con tres, cuatro y cinco hijos. Pero, agregó, que luego de la implementación del programa gubernamental aparecieron muchos más casos, con seis y siete hijos.

«Incluso hay una madre en el barrio de La Otilia que tiene ocho. Por tanto, la tarea seguirá siendo ardua en el futuro. Siempre atenderemos a la gente humilde», comentaba el directivo.

Dos años después de aquellas líneas, el 10 de mayo de 2020, Juventud Rebelde publicó Gestar sueños, garantizar futuro, un texto donde aparecieron otras anécdotas estremecedoras sobre madres de Pedro Betancourt (Matanzas) y Santa Clara (Villa Clara).

Una información sobre este tema publicada en febrero de 2021 (Cuba, esa gran casa) en el sitio web de la presidencia de la República, expone que en 2020 «de 28 679 madres con tres o más hijos que demandan acciones constructivas, se beneficiaron, por las diferentes vías (financiamiento asignado, subsidios y plan estatal), 5 348 madres y se culminaron 2 029 acciones constructivas. De forma acumulada se han beneficiado 5 735 madres», entre las que se cuentan 387 de 2019. «Este año se deben concluir o asignar 5 658 inmuebles para este destino», rezaba el trabajo informativo.

En varias ocasiones el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, ha insistido en la importancia de priorizar en cada territorio este programa, que se vincula con dinámicas demográficas y especialmente con mejorar las condiciones de vida de las madres y sus hijos.

 

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