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A merced de la vida, no de las adicciones

La persona adicta a las drogas no siempre presenta síntomas tan aparatosos y no siempre es fácilmente identificable, algunas logran mantener cierto grado de funcionalidad, aunque no esté exento de transitar por las mismas subestaciones que cualquier otro adicto

Autor:

María Esther Ortiz Quesada

Esta vez las drogas no estarán al centro de la atención, ni ellas, ni sus efectos en el sistema nervioso central. Si bien es cierto que son de las grandes protagonistas del drama, prefiero centrarme en el verdadero protagonista: la persona.

Todo comenzó justo cuando las drogas dejaron de estar solo en la naturaleza, dejaron de ser colectadas por una mano y de ser usadas solamente en sesiones rituales bajo pautas establecidas previamente. Cuando la mano colectora se sustituyó por una mano que cultiva, cosecha, procesa y genera sustancias que alteran el estado de la conciencia y esa mano ofrece a otras manos esos productos a cambio de bienes lucrativos, entonces las drogas cambiaron la naturaleza de su relación con las personas, o, mejor dicho, las personas cambiaron la naturaleza de su relación con las sustancias psicoactivas naturales y aparece el narcotráfico.

Esa actividad comercial tan lucrativa como destructiva, obligó a la creación de regulaciones, prohibiciones y acuerdos que en ocasiones crean desacuerdos, interpretaciones y malas interpretaciones. La vieja máxima legal advierte que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento y responsabilidad.

Aunque el valor del conocimiento de las leyes y regulaciones, acuerdos y desacuerdos va mucho más allá de la advertencia acerca de su cumplimiento, es el conocimiento de la historia y de la evolución de las leyes que rigen el tema del narcotráfico, tanto para el enfrentamiento como para la comprensión de las creencias de las personas acerca de las drogas y su consumo, para el diseño de programas de prevención o tratamiento.

Mirado así, el conocimiento de la historia de las drogas en la humanidad tiene un efecto de lucha contra el narcotráfico y un valor indiscutible para el abordaje socio psicológico y médico del consumo indebido, del mismo modo que las leyes y acuerdos van nutriendo a la historia y pautando enfoques de tratamiento y ejerciendo un efecto preventivo para muchos; en tanto, la prevención y el tratamiento, arrancan a muchas personas de las redes del narcotráfico, lo debilitan y forman ejércitos no formales de personas que después de la recuperación, pasan sus experiencias a otras con el explícito o no mensaje de MEJOR NO EMPEZAR.

Volviendo a las personas 

Existen individuos no consumidores y son mucho más frecuentes de lo que se pueda imaginar, que nunca establecieron relación con ninguna sustancia psicoactiva, incluidas las legales y otros que, en su momento rompieron sus relaciones con cualquier sustancia psicoactiva. Rechazar esta realidad, significa que se mira con un lente de túnel, estrecho, reducido.

Las personas consumidoras se dividen en dos, las que hacen un consumo responsable. En este grupo se encuentran todos los que están medicamentados con psicofármacos, neurolépticos y otras sustancias necesarias para disminuir malestares o controlar enfermedades. Aunque el hecho de que las sustancias consumidas lo sean por prescripción facultativa, no es suficiente para considerarlo dentro de la categoría de consumo responsable. Para ello, el consumo debe circunscribirse a la sustancia, la dosis, la frecuencia y el tiempo indicado por el facultativo. Sólo así, resulta responsable.

La esencia del concepto radica, justamente en que la sustancia que se introduzca al organismo, no ocasione daños, ya sea porque la cantidad no supere los niveles que el organismo pueda tolerar, ya sea porque la frecuencia no interfiera con el funcionamiento armonioso de los procesos fisiológicos y psicológicos. Es decir, que tanto cantidad, como frecuencia sean tolerables por el organismo. Dicho así, prácticamente todos los consumidores, esto lo afirmo por experiencia laboral, afirman que consumen de forma controlada.

El gran problema es que el consumidor generalmente pierde o no tiene la noción del autocuidado mientras que el ejercicio de su juicio crítico se encuentra disminuido, por lo cual, no puede valorar qué es tolerable por su organismo y qué no.

Cierto que no todos los consumidores clasifican como adictos, pero, también es cierto que todos los adictos, antes de ser adictos, han sido simplemente consumidores responsables o no, pero consumidores “sin mayores complicaciones”.

Considero importante que se pueda identificar qué personas y en qué circunstancias, se torna consumidor irresponsable, también llamado consumidor abusivo. Clasifica como consumo irresponsable y abusivo, cualquier cantidad de drogas, legales o no, por parte de mujeres embarazadas o que estén lactando, por parte de menores de edad, por parte de personas que conducen vehículos o manejan equipos e instrumentos de precisión, personas que se encuentran medicamentadas, que padecen enfermedades mentales entre otras.

La sobredosis se produce como consecuencia del consumo irresponsable, abusivo de alguien, que tal vez, ni siquiera es un consumidor frecuente. Es alguien que, en determinado lugar y ocasión, en busca de potenciar algo de lo cual cree que carece o con la intención de atenuar una emoción o sentimiento incómodo o doloroso, para el cual no se aplica en resolver con ayuda y confundido o crédulo por lo que ha escuchado en la promoción del consumo de drogas, llega a creer que en las drogas está la solución. Este tipo de consumo irresponsable, que lleva a la intoxicación aguda, se produce generalmente en situaciones de festejos, de pérdida, duelo y de ira, ocasionando situaciones lamentables para otros y para la persona consumidora.

Las consecuencias, estarán siempre en correspondencia con la cantidad consumida, el tipo de drogas, el estado general de la persona, las circunstancias en que se produjo el consumo y por supuesto, con la personalidad del consumidor.

Por último, aunque el tema de consumo irresponsable es mucho más amplio, me referiré a la adicción, la última estación del consumidor, que en sí misma, tiene varias subestaciones y ninguna cataloga como agradable, confortable o exitosa. Para ilustrar un poco: el consumo de drogas hace que el organismo funcione a merced de la sustancia y cuando esta práctica se torna frecuente, cuando las dosis aumentan, entonces el organismo se queda sin posibilidades de defenderse, lo cual genera daños mediatos e inmediatos que hacen que la persona consumidora padezca determinados trastornos o enfermedades que le obliguen a visitar hospitales (primera subestación); por otra parte, las drogas hacen que la persona no siempre pueda controlar sus impulsos, comportamiento y lenguaje, de modo que no es de extrañar que en ocasiones se convierta en un victimario o en víctima, con posibles consecuencias legales que a veces pasan del tribunal, a los sistemas penitenciarios (segunda sub estación); ambas sub estaciones pueden estar creando las condiciones básicas para que la persona con consumo abusivo o irresponsable, convertido en adicto ponga en peligro su vida ya sea por enfermedad, por violencia, por accidentes o por suicidio (cementerio, tercera estación).

La persona adicta no siempre presenta síntomas tan aparatosos y no siempre es fácilmente identificable, algunas logran mantener cierto grado de funcionalidad, aunque no esté exento de transitar por las mismas subestaciones que cualquier otro adicto.

Si alguien me preguntara cuál es o cuáles son, desde mi punto de vista, las señales más significativas que distinguen a una persona adicta de alguien no adicto, podría hacer una lista bien nutrida de indicadores que pasarían desde los daños a la salud, a los procesos cognitivos, a la economía, a la familia, a las relaciones sociales, en fin, el registro sería bien extenso. Pero, yo prefiero pensar en la persona no adicta, en la persona que vive según sus propios mandatos y no de los impulsos que genera una sustancia.

Las personas no adictas funcionales, priorizan objetivos que les facilitan alcanzar la mayor armonía y confort en sus vidas y no las subordinan a la obtención, compra y consumo de sustancias.

Los objetivos centrales de las personas funcionales no adictas se pueden encontrar focalizados en la familia como red de sostén, responsabilidad y afecto; en los amigos, como esa familia elegida, con los que se tienen encuentros y desencuentros y siempre la amistad sobrevive; en el ocio funcional, ese que distrae, recrea y cultiva mente y cuerpo; en la seguridad económica para sí mismo, para la familia y para poder dedicar tiempo a la economía espiritual y un objetivo más, que si bien no es el último, es bien importante como ente social y está referido a la certeza de mantenerse como un ente social activo y respetado.

Lamentablemente, aunque para ojos externos esto no ocurra con algunos adictos, gran parte de estos objetivos no son priorizados por la persona adicta y quedan subordinados a los lugares, situaciones y personas que facilitan la obtención de las drogas y su consumo.

En este punto puede surgir una pregunta, ¿para qué preocuparnos por los consumidores responsables o de bajo riesgo, si para ellos esta no es la realidad?

Volvamos a una afirmación anterior: todos los adictos son consumidores, aunque no todos los consumidores sean adictos. Cualquier persona que consuma drogas es mucho más propensa que cualquier otra para transitar por el proceso adictivo hasta la adicción.

No se trata de acudir al lugar del incendio, se trata de crear las condiciones para que el incendio no se produzca; no se trata solamente de disponer de servicios de atención a las personas adictas, se trata de prevenir allí donde aparentemente tampoco hay riesgos, para potenciar las fortalezas.

Se trata de conocer las leyes y acuerdos acerca del tema y hacer adecuadas interpretaciones, poniendo siempre, al centro de atención, a la persona. Hablo en singular, porque de esa singularidad surge lo plural, surge el colectivo, la sociedad, no como sumatoria numérica, si como interacción dinámica de historias personales, familiares, locales, nacionales, de esas interacciones culturales y de las convicciones y creencias que esas dinámicas generan, convicciones y creencias que protegen o desamparan. Insisto, se trata de la persona al centro de atención porque cualquier adicción es una afrenta a la dignidad humana.

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