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Un joven que le ganó a su enfermedad

La desdicha de nacer con una atrofia muscular espinal infantil, que limita sus movimientos y años de vida, no le ha impedido a Ricardo René Rodríguez Mendiluza aspirar a una sabiduría intelectual, ser auténtico, sonreír y disfrutar al máximo cada día

 

 

Autor:

Rosmery Bejerano González

Ricardo René Rodríguez Mendiluza persigue, con ahínco, una quimera. El joven pinareño de 24 años, a quien muchos conocen como «Ricky», no impone límites en su sueño de adquirir conocimientos y disfrutar cada día al máximo.

En el reparto Hermanos Cruz, de la cabecera provincial, se le puede encontrar mientras se divierte con sus amigos, realiza estudios del mercado financiero, lee libros, aprende idiomas, crea música electrónica, disfruta de filmes junto a su familia o repara dispositivos inteligentes.

Cuando nació, los médicos le diagnosticaron atrofia muscular espinal infantil. Según el libro Genética médica, de un colectivo de autores, esta es una afección neuromuscular, hereditaria, poco frecuente y mortal, que tiene su expresión en una debilidad muscular generalizada. A pesar de la existencia de medicamentos dirigidos al tratamiento de los síntomas, no existe una cura para este padecimiento.

«Luego de realizar diversas pruebas, los especialistas les informaron a mis padres que debido a una alteración genética, uno de sus hijos —son jimaguas— presentaría la enfermedad. A pesar de la limitación y la tristeza que he sentido, me alivia saber que mi hermana no tiene esta afección. Patricia, la nena, es el amor de mi vida», cuenta Ricky.

«Como mis extremidades podían soportar el peso de mi cuerpo, tuve una infancia como la de casi todos los niños. Jugué a las escondidas, al fútbol, a la pelota y monté en bicicleta. Fue a los 11 años cuando, al presentar dificultades para moverme, conocí los detalles sobre la atrofia y mi futuro: no vivir más de tres décadas».

La adolescencia fue la etapa más compleja en su vida. El arribo a la enseñanza media marcó el inicio de un período de inconformidades y angustias. Algunos de sus compañeros de clase lo observaron asombrados y con lástima; otros se burlaron de su condición y lo hicieron sentir inferior. «En aquellos días todos mis pensamientos se centraban en esas actitudes. La reacción de las personas me llevó a plantearme, en ocasiones, abandonar la secundaria. Luego entendí que la opinión de los demás no podía frenar mis ansias de aprender».

Pasión por el Dota

Al finalizar el 9no. grado, Ricardo René optó por continuar sus estudios en el politécnico pinareño Rigoberto Fuentes Pérez. En los tres años en que se formó como técnico de nivel medio en Contabilidad, el rechazo no cesó. A pesar de ello, el joven guarda gratos recuerdos de esa etapa de su vida, en la cual comprendió la necesidad de omitir los comportamientos perjudiciales y mantener una actitud positiva ante las dificultades.

Cuando concluyó su formación en la enseñanza media superior, a pesar de sus deseos de iniciar la universidad, decidió detener su superación profesional para dedicarse a desentrañar nuevas pasiones y disfrutar, con desenfado, el resto de sus días: «Alcancé todas mis metas académicas. Era el momento de emplear tiempo en mí.

«Siempre sentí gran atracción hacia los deportes y, a pesar de ser consciente de mi imposibilidad para practicarlos, nunca perdí la ilusión. Por eso me adentré en el mundo de los videojuegos. Un amigo de la infancia me sugirió algunos de lucha, fútbol y béisbol. Los probé y quedé encantado. Luego me atreví a explorar videojuegos de otros conceptos. Fue así como inició mi pasión por el Dota».

Este videojuego de estrategia y acción en tiempo real se convirtió en un complemento primordial en su vida. La dinámica de juego en equipo que promueve el Dota posibilitó un cambio en la personalidad del joven: «Mis aliados solo tenían en cuenta mi capacidad para derrotar a los adversarios en el campo de batalla. Nunca me aislaron por mi condición; al contrario, me acogieron como una familia. Su apoyo me brindó seguridad, me hizo ver que yo podía ser parte del mundo.

«Mis habilidades en el videojuego aumentaron a un ritmo sorprendente. Luego de una extensa y cotidiana jornada de entretenimiento, cerré los ojos y, al abrirlos, me descubrí en un campeonato nacional. Nunca supe cómo pasé de divertirme a competir, pero fue genial. Allí conocí a muchos como yo. Algunos jóvenes tenían limitaciones físicas y otros, carencias económicas o sentimentales; sin embargo, todos éramos iguales porque nos unía la pasión».

Comencé a vivir

En su momento de búsqueda personal, el joven también descubrió, en sí mismo, la necesidad de aprender de todo un poco. La llegada de internet a la provincia supuso un despliegue de oportunidades. Los videos, audios y textos obtenidos en la red representaron para él herramientas útiles en el aprendizaje del idioma inglés, la formación musical, la aplicación de sus conocimientos de contabilidad en el análisis de la economía mundial y la adquisición de habilidades informáticas.

«Mi historia comenzó cuando paré de odiarme y aprendí a afrontar mi enfermedad. Al despojarme de los miedos, inseguridades, tristezas y deseos de morir, comencé a vivir. Al inicio fue difícil aceptar mi situación, pero con la llegada de un poco de madurez comprendí que es un privilegio tener conciencia de la efimeridad de la vida.

«Muchas personas, al creer que cuentan con suficiente tiempo, se olvidan de expresar sus sentimientos y disfrutar. Mi condición me recuerda a diario el límite que impone la enfermedad en mis años de existencia. Cada día, como si fuera el último, me aseguro de ser feliz y demostrar el amor que siento por mi familia, y en especial por mi mamá».

Su madre, Yarisel Mendiluza Nazco, es un pilar esencial en su desarrollo. Ella es médica general integral y el apoyo que brinda a Ricky va más allá de la atención especializada en materia de salud: «Esa mujer se desvive por mí. Es mi sostén y guía. No tengo palabras para describir la gratitud que siento por ella. Tengo a la mejor madre del mundo.

«La vida de mi mamá no es fácil. Ella sale temprano cada mañana y regresa en la noche. Al llegar a casa no puede descansar porque debe bañarme, trasladarme de la silla a la cama, cocinar y hacer otras labores del hogar. Detrás de la sonrisa que refleja su rostro, se siente extenuada. No sé de dónde obtiene las fuerzas. A pesar de su cansancio, siempre está dispuesta a brindarme la motivación necesaria para continuar mi lucha.

«Siento orgullo de afirmar que le gané a la enfermedad y me siento alegre y conforme con mi vida. La desdicha de nacer con esta afección no me impidió aspirar a una sabiduría intelectual, ser auténtico, sonreír, disfrutar al máximo cada día. Entonces tampoco permitiré que en el futuro me limite. Mi convicción es no dejarme abatir jamás».

 

 

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