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Humboldt 7 o el precio de la libertad

Los jóvenes Joe, Fructuoso, José Machado y Juan Pedro Carbó, asesinados por los sicarios batistianos, entendieron que el camino presente y futuro era el de las batallas socialmente justas

Autor:

Raciel Guanche Ledesma

El olor a pólvora mísera y cobarde llenó de espanto la tarde del 20 de abril de 1957, en los alrededores del edificio habanero Humboldt 7. A manos de esbirros sedientos de gloria a merced del crimen fue violentada con ametralladoras, las escaleras, pasillos y la puerta del apartamento donde se ocultaban del horror policial cuatro jóvenes indefensos.

Al primero de ellos lo acribillaron a balazos de forma déspota, atroz, justo cuando intentaba despistar a los sicarios que irrumpían en la edificación de cinco plantas, con órdenes expresas de Esteban Ventura y del dictador Fulgencio Batista. Poco después resultaron interceptados y asesinados los otros tres, mientras buscaban huir a toda costa de aquel «escondite» con tufo a sangre injusta, y delatado por un cobarde traidor.

No cargaban sobre sus pechos los jóvenes corajudos ultimados en la masacre de Humboldt 7 ningún delito capital. Ni siquiera el miedo. Solo eran cuatro muchachos con plena coherencia revolucionaria en medio de la lucha, quienes pagaron con sus vidas, el precio del camino a la libertad.

Los buscaron cual felino a su presa, cual ave de rapiña inmisericorde, porque Joe Wesbrook, imberbe estudiante de Ciencias Sociales, con sus prematuros 20 años; Fructuoso Rodríguez y José Machado Rodríguez, de apenas 24, y Juan Pedro Carbó Serviá de 31, habían desafiado, un mes antes, el 13 de marzo, al tirano Batista en el asalto al Palacio Presidencial y la toma de Radio Reloj.

Luego de la caída en combate del líder estudiantil José Antonio Echeverría durante esas acciones, las diezmadas fuerzas del Directorio Revolucionario y de la FEU volvieron a reorganizarse bajo el mando de Fructuoso, y decidieron continuar la lucha clandestina. De ahí que fueran estos jóvenes los más perseguidos y cercados por la cruenta policía batistiana.

Las épicas generacionales casi siempre funcionan así. O te lanzas a luchar por una causa autóctona, o si no, habrás fracasado aliándote a la calma. Y Joe, Fructuoso, José Machado y Juan Pedro Carbó, entendieron tal vez, en el impulso de una juventud embuída bajo los aires de Revolución, que el camino presente y futuro debía continuar siendo de batallas socialmente justas.

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