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Mucho más que un asalto

Las lecciones del Moncada a la luz de hoy emergen desde las miradas del periodista Dayron Chang Arranz, autor de Geografía 26-7, la nueva serie documental que como homenaje a siete décadas de los sucesos del 26 de julio transmitió recientemente la televisión nacional

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

SANTIAGO DE CUBA.— ¿Qué  mueve a un médico reconocido, con una vida establecida y económicamente próspera; con familia e hijas en Matanzas, a dejar todo eso para venir a asaltar un cuartel en Santiago el mismo día de su cumpleaños?

¿Por qué un grupo de muchachos tan jóvenes decide enfrentar un regimiento militar superior en hombres y armas? ¿Tendríamos los noveles de hoy la valentía de sacrificar hasta nuestra propia vida para lograr cambiar las cosas que deseamos transformar?

El periodista y realizador santiaguero Dayron Chang Arranz encuentra en el ayer respuestas para entender el presente; certezas, nuevos cuestionamientos, incluso, patrones para modelar el futuro.

Entre los momentos entrañables de sus 33 años de vida alberga el recuerdo de unas 12 veces en las que participó como pionero en el asalto simbólico al cuartel Moncada y su voz fue la de toda la tierra cubana: ¡Gloria a la mañana de la Santa Ana…!

Su currículo profesional incluye más de una decena de series dedicadas a hechos y personalidades del devenir nacional, pero por vez primera se aproxima como realizador audiovisual a lo ocurrido el 26 de julio de 1953.

«Nunca quise acercarme al hecho, porque es una historia muy visitada; sobre él hay muchos materiales dentro y fuera de Cuba, y era complicado ofrecer una visión 70 años después».

Del impulso motivador del Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez nació Geografía 26-7, la nueva serie documental que transmitió recientemente la televisión nacional como homenaje a siete décadas de la gesta.

«Inconscientemente, el Comandante Ramiro Valdés me hizo ver que muchas de las cosas que incluimos en la serie no han sido escuchadas por las generaciones actuales, pues muchos no han oído a Melba y Haydee narrar sus historias ni conocen de las memorias sobre la acción contadas por sus protagonistas, por ejemplo.

«La serie puede funcionar, o no: pues seguirá siendo un reto llegar a los jóvenes, pero está pensada para que las generaciones actuales escuchen esas historias que nos parecen distantes, aunque forman parte de la realidad cubana, porque si todavía usamos el 26 como símbolo deberíamos entender cómo se construyó ese emblema y qué podría aportarnos para levantar una Cuba dialéctica hoy».

En nueve capítulos de 12 minutos se sustenta la tesis del Doctor en Ciencias Reynaldo Suárez, asesor histórico, sobre las geografías del Moncada, pues, como se destaca desde el principio, el 26 no es una fecha, ni un lugar, ni una persona, es mucho más que la posta 3. Más allá de la narración del hecho, se privilegia el análisis de historiadores de prestigio nacional junto al testimonio de familiares de los participantes y de cinco de los protagonistas de la acción».

La visión del 26 de Julio como una gesta nacional late en la serie, que reúne en imágenes todos los escenarios del hecho: La Habana, Artemisa, Mayabeque, Matanzas, Bayamo y Santiago de Cuba, acompañadas de abundante material fotográfico, sonoro y audiovisual de archivo.

Desde una narrativa ágil, apegada a los códigos actuales, emerge la acción en su contexto, dramas y matices. Palpita la Cuba de la década del 50, distanciada de la épica de las guerras de independencia por políticos que se habían apropiado de sus referentes simbólicos para conseguir otros objetivos. En aquellos días previos a la osadía encuentra el también profesor universitario las enseñanzas del hecho.

«Yo creo que la mayor lección del 26 es que nos muestra cuándo debemos transformar las lógicas de pensamiento. La historia está para decirte que lo que no funcionó, tienes que hacerlo de otra manera; Fidel se dio cuenta de eso y esa generación también.

«De las entrevistas, llaman la atención los principios éticos de aquella juventud, pues vivían en una dura realidad de aspiraciones no cristalizadas y deseos no concretados. Fidel se rodeó de personas que quizá no tenían todos los estudios ni todas las lecturas, pero tenían sueños y construyó su proyecto no solo sobre la base de los problemas de la sociedad, sino también de los sueños de aquel entonces», afirma.

El Moncada no es dogma

El joven periodista asegura que, a 70 años, el Moncada nos enseña a no ser dogmáticos. «Con los historiadores aprendí que Fidel era un hombre práctico y esa generación también: tengo un problema y la solución no tiene por qué ser estrictamente la convencional, pues está en juego la Patria y la esperanza de la gente.

«Es un grupo de personas que entregó sus vidas por un proyecto, un sueño personal. Ahí hay historias de jóvenes que sufrían porque no tenían lo que necesitaban o porque su madre, por ejemplo, vendía frituras para darles de comer a siete hijos; y ellos, por convicción, decidieron transformar esa realidad, y eso merece respeto.

«Les quise dedicar un capítulo a las familias porque la columna vertebral de un mártir, de un héroe, es lo que aprendió en su ambiente más cercano; en este caso, cuando investigas te das cuenta de que hay un entorno familiar que influyó en lo que ellos determinaron, y sobre todo fue afectado con lo que sucedió después.

«No hemos estudiado lo suficiente las consecuencias sicológicas y espirituales de una decisión como esa. Para algunos es una locura, para otros, una certeza, y al final es una decisión. Hay madres que inesperadamente nunca más vieron a sus hijos; hay despedidas no resueltas, amores que no terminaron, hermanos que no volvieron a abrazarse.

«Lo que más impacta de la historia no son las epopeyas, sino lo mucho que se entrega, se pierde, se sacrifica… por eso creo que cada vez que hagamos cosas hoy tendremos que pensar en el costo espiritual para la sociedad.

«Abel le dice a Pedro Trigo: “Pedro, hoy puede pasar lo peor, pero lo que hagamos, en el año del centenario de Martí, va a quedar”. Si perdemos esa cercanía con las esperanzas de la gente, si no logramos interpretarlas, estaremos perdiendo parte del proyecto de Fidel», detalla.

Y el creador es «asaltado» por la historia, esa que es savia para entender de dónde venimos, resguardo contra intentos colonizadores, coqueta para seducir, aunque, lamentablemente, muchas veces llega a las nuevas generaciones desde el esquema y la visión estereotipada.

«La historia corre peligro cuando se transversalizan demasiado los intereses políticos para nombrarla. Hay que hacer un uso exacto de ella. Olga Portuondo siempre dice que hay que ser lo más científico que se pueda porque la historia no es una línea recta, como tampoco el ser humano lo es. Si la gente no ve las contradicciones en un hecho, en una persona, no le resulta creíble.

«A 70 años del Moncada, el proceso de construcción de esa historia no puede ser el mismo, ni ser esquemático; a Martí, a Fidel no se les ve igual. Las narrativas tienen que establecer conexiones que generen cercanía, explotar valores universales.

Cuando cuentas que el papá de Fidel hizo de todo para alejarlo de la lucha, pero él, que pudo ser un abogado adinerado, se mantuvo, te das cuenta de que la historia está basada en las emociones de las personas, y mientras más verídicamente se muestre, más creíble es.

«Llegar a las nuevas generaciones requiere una estrategia, entender las lógicas de funcionamiento de un sector que ve a través del universo multipantalla, conocer que las audiencias se segmentan por intereses y necesidades. Como realizador, con toda humildad te digo que aún no lo logro completamente».

Como comunicador, Dayron Chang asume las que cree deudas de su profesión con esa historia rotunda y estremecedora. «Hay que estudiar más las complejidades políticas que llevaron al hecho; ubicar quién era Fidel Castro en ese escenario, abordar más el papel de la sociedad civil para salvar a los moncadistas, incluido el rol de la iglesia, con monseñor Enrique Pérez Serantes.

«Es preciso mostrar los crímenes con la crudeza que ocurrieron, las consecuencias familiares, las secuelas, y aprender a incorporar la lógica del contrario; eso completaría el discurso del Moncada y le haría ganar en fortaleza como símbolo, mostrándolo como lo que es: un hecho complejo, expresión de contradicciones y aspiraciones, mucho más que un asalto».

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