Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El árbol de corazones

Ojalá el querido árbol de corazones nuestro estuviera en continuo contacto con el mundo que lo rodea

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Ojalá este mundo nuestro, sobre el que ahora mismo se posan nubes muy grises y soplan vientos con olor a azufre, tuviera, como en la pradera esperanzadora de colores de un cuento infantil, un árbol de corazones. Y que ese ejemplar fuera uno de los más admirados y queridos por la especie humana, no solo por su hermosura y esplendor, sino muy especialmente por su significado.

Ojalá ese árbol nuestro también recogiera las mil historias y las mil leyendas, y tal como cita una de ellas, fuera un árbol muy especial, no como cuantos conocemos en nuestro mundo, pues tendría el tronco de color naranja y la copa de sus hojas estaría formada por miles de corazones multicolores, todo ello cubierto por un halo de brillo y majestuosidad. Y que cada una de sus hojas de corazón tenga una finalidad: las de color amarillo destinadas a la familia, las de color blanco a la amistad, las de color rojo al  amor, las del color verde a la naturaleza y las de color azul a la pureza de espíritu.

Ojalá en el árbol nuestro, como en la leyenda, estuvieran muy reservadas, o fueran las más escasas, las hojas de color malva, porque serían las de los los afligidos y la tristeza; y el árbol nuestro debía ser el de los buenos y nobles sentimientos, esos que no todo el mundo no alberga en lo profundo de sus corazones.

Ojalá el querido árbol de corazones nuestro estuviera en continuo contacto con el mundo que lo rodea, y por ello siempre estuviese observando todos los sentimientos que afloren en cada uno de los universos paralelos que tiene a su alrededor, para guardar así el equilibrio entre ellos y las gentes que lo habitan.

Ojalá el árbol de corazones nuestro pudiera lograr lo que aquel, cuando un buen día todo cambió: parecía una mañana como otra cualquiera pero el cielo había amanecido gris, un profundo olor azufre recorría toda la pradera, el viento era demasiado cálido para la época, las nubes estaban muy recargadas y todo acontecía muy diferente a cualquiera de los días vividos con anterioridad.

Ojalá el árbol de corazones nuestro nunca hubiera visto aparecer a Pipi, un lindo pajarito del paraíso de color negro y turquesa, que era de las más bellas aves de cuantas existía, y como su nombre indicaba, venía del paraíso, del edén, y venía muy apesadumbrado.

Ojalá el árbol nuestro no hubiera tenido que hacerle, desconcertado, la pregunta: ¿qué es lo que enturbia tus pensamientos?

Y ojalá no hubiese tenido que escuchar nunca, desde el inicio de los tiempos, esta respuesta: «Árbol de corazones debes de ayudarnos, vengo del Paraíso y hay un gran estruendo formado por los mundos que nos rodean, están contagiados unos de otros de falta de buenos sentimientos, el universo se tambalea y con él la existencia que los guarda, ya no hay esperanza, todos lloran y buscan consuelo sin hallarlo, eres tú mi única llave a la alegría que se nos esconde».

Ojalá el árbol nuestro hubiera tenido la capacidad de escuchar muy atento cuanto le estaba diciendo su amable amiguito, que estaba triste y abatido, pero sabía lo que significaba pedirle tanto al árbol de corazones.

Ojalá, como en la leyenda infantil, el árbol de corazones nuestro, mirando con cariño a su fiel amiguito alado, hubiera sabido  cuánto tenía que hacer.

Ojalá que mientras el aire se hacía más turbio e irreparable, hubiese empezado a temblar moviendo así todas y cada una de sus hojas corazón multicolores, y que el pajarillo al mismo tiempo alrededor de él hubiese batido con fuerza sus alas, para que de esta manera  cada una de las hojas del árbol de corazones empezaran a desprenderse de él, y una suave brisa fuese trasladando y meciendo a cada uno de los corazones de colores, mientras el aire se hacía cada vez más puro, las nubes iban blanqueando su color, y la pradera poco a poco iba luciendo en todo su esplendor.

Ojalá el pajarillo hubiera seguido sollozando y moviendo rítmicamente sus pequeñas y lindas alitas, hasta que sólo quedara una hoja corazón en la parte más alta del árbol de corazones.

Ojalá nuestro árbol de corazones hubiese vivido lo mismo que el de aquella pradera después de perder todos los colores que lo formaban, incluso el tronco se había coloreado de gris, y sólo la hojita corazón de color rojo le daba un toque de color.

Ojalá nuestro árbol de corazones, pese a estar realmente cansado y agotado por tanto esfuerzo, hubiese tenido la fuerza de mirar con cariño al pajarillo para  decirle: «Mi querido y fiel amigo, he aquí dónde se separaban nuestros caminos, dónde se distancian para nunca volver, mientras el mundo rejuvenece con brotes nuevos de bellos sentimientos de arrebatadores colores, yo envejezco y muero».

Ojalá mientras ambos amigos, el árbol y el pajarillo, sollozaban con desconsuelo, de repente los cielos se hubiesen abierto y aparecieran miles de aves del paraíso, cada una de un color diferente, tornando el cielo de un gran arco iris alado. Ojalá todos se hubieran ido aproximando al árbol de corazones nuestro y junto con el pajarillo cada uno hubiera cogido un minúsculo trocito de hoja de corazón roja, y volando por toda la pradera las aves hubieran ido soltando pedacitos que habían cogido del árbol de corazones. Ojalá que el sol hubiese brillado como nunca y poco a poco hubiesen brotado pequeños arbolitos de corazones por toda la pradera, no quedando un hueco sin cubrir.

Ojalá mientras el gran árbol de corazones nuestro se hubiese ido marchitando, saciándose por el mundo nuestro, hubiesen florecido miles de árboles de corazones adornando este hermoso y milagroso paraje que es la tierra, cubriéndolo con los mejores sentimientos de los universos, con una nueva hoja que tuviese todos los colores: la hoja de la Esperanza, que habitara en todos los nuevos árboles de corazones así como los mundos que los rodeaban, gracias al gran sacrificio y esfuerzo del primer gran Árbol de Corazones.

Ojalá este mundo nuestro hubiera podido hacer realidad la fábula de la escritora española Elena Ramírez Martínez.

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