Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Por todas y cada una… ¡alcemos la voz!

El poder económico, el machismo inyectado en vena, el dominio político e incluso, en algunos casos, las creencias religiosas, condenan a la mujer a circunstancias de sumisión y dolor. Ninguna lo merece. Ninguna debe callar. Ninguna debe sentirse culpable

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Habían transcurrido 14 meses desde que ya no eran una pareja. Luego de una conversación pacífica, habían decidido no continuar juntos y mantener una relación amistosa elemental, teniendo en cuenta la cercanía de ambas casas. Pasó el tiempo y aparentemente todo estaba bien. Sin embargo, aquella noche, 14 meses después, ella se bajó del auto que la llevó a su casa y en la entrada de su edificio, sin apenas percatarse del peligro, el filo cortante de una botella de vidrio le hirió el rostro.

Gritó, pidió ayuda, y en segundos su cuerpo cayó al piso, y las patadas no cesaron mientras escuchaba que él, el que había sido su novio durante seis años, le reclamaba por saber dónde había estado y quién la había traído en ese auto, recordándole a viva voz que ella no había dejado de ser suya.

Los vecinos acudieron, alguien llamó a la policía y ella fue llevada al hospital. Nueve puntos en el lado izquierdo de su cara le dejaron una cicatriz que le impide olvidar aquel suceso. A pesar de todo no hizo la denuncia porque tuvo miedo de que la familia o él mismo, tiempo después, tomaran represalias. Y ahí está ella, caminando cada día, con miedo a que vuelva a suceder.

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No fue a la misión internacionalista que le propusieron porque su esposo le dijo: «Sola no vas a ningún país ni por un día». Solo fue tres días al gimnasio porque cuando su esposo se enteró se lo prohibió. Le encantaría hacerse un corte de cabello pero él prefiere que lo lleve largo y no usa tacones, ni siquiera para una celebración, porque es quien decide con qué ropa debe salir de su casa.

La maestría no pudo cursarla. Su esposo le decía: «Eso te ocupará tiempo y las cosas mías y de la casa se desatenderán». Las amigas de la universidad dejaron de visitarla porque siempre su esposo les echaba a perder el encuentro y cada día se mira al espejo e intenta armarse del valor necesario para divorciarse. El miedo le gana.

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La esperaba con un ramo de rosas rojas y una caja de bombones. Cuando ella lo vio desde la ventana de su oficina se dejó caer en la silla y lloró en silencio. Rezaba para que el horario de salida no llegara. «!Qué dichosa eres... ojalá mi novio me esperara así a la salida del trabajo. Se ve que te ama!», le dijo su compañera.

Ella tragó en seco y prefirió no mostrarle que debajo de las mangas largas de su blusa, en pleno agosto, se ocultaban las marcas de ese «amor». Las flores y los bombones eran el ardid de siempre para pedirle perdón. Ella deseaba profundamente no creerle nunca más, porque las promesas se desvanecían cuando aún no había terminado de comerse el primer chocolate. Pero tenía miedo, mucho miedo a no perdonarle. ¿Qué podría suceder después?

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Nadie le dijo que si su marido la obligaba a tener relaciones sexuales, eso era también una violación. Pensaba que decirlo motivaría risas, porque se supone que una esposa complazca y el matrimonio exige ese buen comportamiento.

Pero ella no quería tener sexo porque el sufrimiento era mayor que el disfrute, porque el aliento etílico que le espetaba en su cuerpo le provocaba asco y porque, ante todo, no lo deseaba. Ella pensaba en sus dos hijos y en el campo donde vivía su familia. Si se zafaba de esa angustia, ellos dejarían de vivir en la ciudad. Sentía miedo al reproche eterno de ambos. Aguantaba en silencio.

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Hablamos y ella acaricia el retrato en el que aparece su hija mayor junto a su nieta. Maldice el día en que ese noviazgo surgió porque detrás de ese buen hombre nadie imaginó que se ocultaba una bestia. Cuando su hija ya no sabía cómo explicarle que ya no podía tener más descendencia, decidió que separarse era lo mejor, y él jamás se marchó de la casa.

Fue menester que la policía interviniera y amenazó con no dejar las cosas así. La vigilaba todo el tiempo y por eso supo que, tiempo después, había iniciado una nueva relación amorosa. Sus pensamientos infundados alimentaron su sed de venganza y cometió el crimen horrendo de quitarles la vida a los tres.

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El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer se conmemora cada 25 de noviembre para denunciar la violencia que se ejerce sobre las mujeres en todo el mundo.

Aunque la razón de la elección de la fecha se debe al recordatorio del asesinato de las hermanas Mirabal, enfrentadas al dictador dominicano Rafael Trujillo, es el día en el que se alzan las voces por todas las que, en silencio, padecen de violencias.

Autorreconocerse agredidas y con derecho a denunciar es el primer paso que ellas deben dar. El denominador común que las ahoga es el miedo. Lamentablemente las historias son diversas y los finales, fatales.

El poder económico, el machismo inyectado en vena, el dominio político e incluso, en algunos casos, las creencias religiosas, condenan a la mujer a circunstancias de sumisión y dolor.

Ninguna lo merece. Ninguna debe callar. Ninguna debe sentirse culpable. Ninguna debe llorar cuando puede reír, bailar, estudiar, cantar y ser libre. No hay peor yugo que el que nos fijamos en nuestra mente y nadie tiene el derecho de hacernos creer lo contrario.

Por esa mujer que ahora me lee y sabe de qué hablo; por esa adolescente que aún no ha aprendido que no tiene que ceder a los besos forzados; por esa niña que solo ha visto en casa el modelo de obediencia ante la figura masculina; por esa suegra que prefiere no inmiscuirse en el actuar de su hijo; por esa abuela que justifica todo «porque el hombre es el que manda»… Por todas y cada una, y por las que aún están por nacer, alcemos la voz.

Días necesarios

Diecisés días de activismo contra la violencia de género es una campaña internacional que se celebra cada año. Comienza el 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, y se extiende hasta el 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos.

Activistas en el seno del Instituto para el Liderazgo Global de las Mujeres impulsaron esta iniciativa, y para apoyarla, en 2008 el Secretario General de las Naciones Unidas lanzó la campaña Únete, la cual se extiende hasta 2030.

Cada año la campaña se centra en un tema concreto. El tema de 2023 es ¡Únete! Invierte para prevenir la violencia contra las mujeres y las niñas, y hace un llamado a la ciudadanía para que muestre cuán importante es erradicar la violencia contra las mujeres y las niñas.

Para poner fin a la escalada de violencia contra las mujeres y las niñas en el contexto de la pandemia de COVID-19, en 2020 el Secretario General de las Naciones Unidas instó a todos los gobiernos a que la prevención y reparación de los casos de violencia contra mujeres y niñas se convirtieran en una parte central de sus planes nacionales de respuesta a la pandemia. Dicho llamado fue respondido por 146 Estados Miembros y Observadores mediante una declaración en la que expresaron su firme apoyo.

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