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Cuba, la política y los detalles

Cuando ante decisiones duras o socialmente costosas nos ponemos a nadar en la superficie, ignorando las corrientes y remolinos que se acumulan en el fondo, lo más seguro es que, como resultado, terminemos ahogados. No son nada sencillos ni pueden aceptarse superficialidades frente a los desafíos tan crudos que la Revolución tiene en numerosos terrenos y la forma en que debemos afrontarlos

 

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Los detalles deciden en política. Incluso, lo sabemos por las lecciones de nuestra historia, no pocas veces la deciden… en sus éxitos y en sus reveses. Eso lo tenía bien aprendido, podría especificarse «aprehendido», un político como Fidel Castro Ruz, cuya vida revolucionaria siempre se decidió sobre un tablero de mil jugadas, muy pocas veces fáciles o sencillas.

Si Fidel pudo irse ileso, como pocos de los insurgentes del siglo XX que desafiaron a poderosas fuerzas enemigas, tanto dentro como al exterior de la nación, en buena medida lo debió a ello. Podría afirmarse que era tan atento a los detalles que se convirtió en un político cuya leyenda se tejió en gran parte de estos. 

Ya dije alguna vez que, a tono con las fiebres seriadas del siglo XXI, que pudiera hacerse una de las famosas precuelas sobre ello. Bastarían los relatos de quienes le acompañaron en sus luchas desde la juventud, o quienes lo hicieron tras el triunfo de la Revolución.

A los cubanos, y no pocos en el mundo, les admiraba la obsesión puntillosa —decimos de este lado de la tierra—, y no faltaban quienes se ponían muy tensos cuando debían enfrentarse a sus baterías de preguntas y reclamos de razonamientos desde los asuntos más simples hasta los más complicados.

Alguna vez confesaría que la falta de previsión de los detalles le había jugado muy malas pasadas en su intenso camino de luchas, empezando por la forma en que las casualidades, o la imprevisión, condujeron al fracaso del Moncada y a otros reveses tan costosos como lamentables.

Su insaciable sed de preguntarse y preguntar y su fama para prever los más variados escenarios y desenlaces de los acontecimientos, poniendo sobre el tablero un sinnúmero de variables, estarían entre los enormes méritos que lo harían irse invicto de tan poderosos enemigos a su nueva dimensión de lucha.

Su batallar desde joven frente a muy poderosos enemigos y la capacidad para vencerlos poniéndose por delante en lo táctico y lo estratégico le dotaron de una capacidad felina para adivinar las jugadas del contrario, incluso contra las liviandades y debilidades nuestras.

Muy poco escapaba a sus fiebres previsoras, algo que podía hacer a kilómetros de distancia de los acontecimientos, como demostró en las contiendas internacionalistas africanas, recabando la más amplia y precisa información de dónde y con quiénes pudiera conseguirse.

Ello le posibilitó, incluso, convertirse en una especie de centinela de las más justas o prometedoras causas del mundo. Alertas suyas, no siempre bien escuchadas o atendidas, buscaron poner en guardia a los amigos, algunos de los cuales purgaron caro por ignorarlo.

En el terreno político comunicacional era uno en los que menos se permitía ligerezas o improvisaciones, porque se movía como en sus propias aguas, lo cual lo convirtió en paradigma mundial.

Dan fe de ello numerosos colegas que le acompañaron en el diseño de impresionantes cruzadas en este ámbito a favor de causas cubanas o internacionales, entre estas la movilización de la conciencia mundial y del pueblo norteamericano a favor del regreso a Cuba del niño Elián González Brotons.

¿Cultura de hacer política?

Todo lo anterior, el destacado combatiente de la Generación del Centenario y su acompañante de luchas, Armado Hart Dávalos —honrado muy justamente por estos días— lo resumía en un concepto que se menciona muy rápido, aunque resulta muy difícil de alcanzar: «la cultura de hacer política».

Esa cultura es una de las herencias más extraordinarias que Fidel, como martiano radical, que no es ir a los extremos, sino a la raíz, dejó al ejercicio de la política revolucionaria cubana.

Cuando el Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en un tierno encuentro con niños cubanos, como el repetido en días pasados con asistentes a la Asamblea Nacional Pioneril, era espoleado por una pequeña a plantearse las dudas e incertidumbres que suponen la continuidad de la Revolución reiniciada por Fidel, pensaba precisamente en esto.

El Jefe de Estado no dejaba certezas rotundas en su respuesta, a no ser aquella de que la continuidad no dependería nunca de una única persona, sino de la reflexión y el compromiso profundo de toda la sociedad cubana.

Es válido subrayar nuevamente que Cuba nunca hubiera podido plantearse y emprender el camino exitoso de la Revolución sin estar dotada, dada la singularidad de su geografía y la endeblez de sus recursos, de una cultura política colosal y universalmente notoria, que comenzó por los fundadores, se tomó por la Generación del Centenario y tiene que continuar y enriquecerse en el nuevo liderazgo revolucionario y a todas las escalas.

Si hacemos un repaso desde Félix Varela hasta hoy, descubriremos que el camino de la Revolución se abrió por generaciones de luchadores de sensibilidades muy especiales. Graziella Pogolotti, defensora de la tradición y relevancia de la cultura cubana, tiene razón al defender que la contienda más importante de la contemporaneidad se escenifica entre el humanismo y el materialismo vulgar.

Desde la visión del Che Guevara, cultivador junto a Fidel de esa importante cultura de hacer política, no podríamos olvidar que las medidas técnicas no bastan, como tampoco una sucesión de medidas sensatas —en el caso de que lo sean—, porque lo que define la suerte de las revoluciones es la más estrecha conexión con las masas. La cultura política sería inconcebible sin una auténtica participación política.

Lo anterior lo subrayó autocríticamente también Díaz-Canel al reconocer, en el 9no. Congreso de la Asociación de Economistas y Contadores (ANEC), realizado recientemente, que la unidad —a cuidar como piedra preciosa como alertó Raúl en Santiago de Cuba a 65 años de la Revolución— sería imposible sin una participación auténtica, alejada de los esquemas y formalismos. 

Por ello, orientó incorporar a la toma de decisiones visiones multidisciplinares que estuvieron ausentes en esos procesos, como las de los representantes de la ANEC, y elogió el surgimiento del grupo multidisciplinario que, liderado por la FEU y la Unión de Jóvenes Comunista, ayudará a superar la crisis social creada con los últimos anuncios de la empresa nacional de telecomunicaciones. 

 La sensibilidad y el «detallismo» de Fidel en temas políticos no terminaba con las fronteras ideológicas. Ello lo testimoniaron sus aliados, colaboradores y funcionarios más cercanos, o enemigos acérrimos en momentos de desgracia o de dolor.

El humanista indomable que guiaba sus actos por grandes sentimientos de amor, como definió el Che, podía detener y retrasar la marcha del yate Granma para salvar a un expedicionario caído al agua, preservar la vida y la dignidad de los soldados enemigos prisioneros, condolerse y ocuparse de los problemas de las personas más cercanas, y hasta por las dudas que la extensión de las horas de trabajo podrían crear en la pareja, o indignarse porque un medio de prensa se solazara con la muerte repentina de un importante contrincante político de Estados Unidos. 

Esos estaban entre los grandes detalles que hicieron posible levantar una colosal obra humanística a la generación que se rebeló para acabar con el latrocinio y el oprobio.

Esos son, entre muchos, los detalles de Fidel que tenemos que proteger y diseminar ahora, porque Cuba está ante el desafío de encontrar el justo equilibrio entre las decisiones técnicas y la política, en medio de la actualización en marcha. Recordemos que uno de los causantes de nuestras encrucijadas de hoy fue el hecho de que no pocas veces la política se antepuso a la economía.

Claro que entre nosotros nunca debería anidar la concepción del dramaturgo estadounidense Arthur Miller, para quien todo idealismo frente a la necesidad es un engaño; o la del sicólogo y siquiatra austriaco Alfred Adler, quien sostenía que los únicos ideales que valen la pena tener son los que puedes aplicar a la vida diaria.

Pero si todo lo anterior es cierto, también lo es que nuestros sueños son seriamente desafiados por una buena dosis de necesidad y realismo.

Los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, dirigidos a salvar el socialismo en su hermosa aspiración de libertad, justicia y bienestar, así como el profundo rediseño de nuestro modelo socialista implican que, para cumplimentarlos certeramente, requerimos que cada vez adoptemos mejores decisiones técnicas, y de que estas tomen carne y sangre en la política. Las medidas, además de inspiradas en ella, deben encontrar en su contexto apoyo, sustento, rectificación y mejoramiento en la participación popular en la toma de decisiones.

¿Los tecnócratas frente al humanismo?

Precisamente, en el dilema entre la tecnocracia y el humanismo, los estudiosos actuales ubican uno de los conflictos más decisivos de la contemporaneidad, marcada hondamente por el utilitarismo desenfrenado.

Numerosas voces en el país han sustentado la idea de que más que ninguna otra, la circunstancia cubana exige asumir una perspectiva humanista. Ello implica posibilitar a las personas un protagonismo efectivo, para que se sientan verdaderos artesanos de su historia.

Es preciso hablar de esto, porque cierto pragmatismo rudimentario, derivado de las circunstancias, pudiera conducir al olvido de la trascendencia de los resortes políticos y morales por quienes deben implementar las transformaciones en el país, y a la creencia de que las medidas técnicas —«el mecanismo» al que se refería el Che— bastan para resolver la complejidad y magnitud de los problemas que enfrentamos.

Foto: Maykel Espinosa Rodríguez.

La Revolución Cubana actualiza su modelo para más socialismo, pero esa actualización no puede ser interpretada por quienes la aplican como un abandono de los terrenos que corresponden a la política, sino todo lo contrario. La política ahora es más necesaria que nunca.

En asuntos tan delicados debemos evitar la tentación de los extremos sobre los que nos alertó el Generalísimo. La actualización nunca sería posible sin las «fuerzas morales» de las que nos habló José Ingenieros o ese «instrumento de índole moral» defendido por el Che.

No olvidemos, como analizamos en otros momentos, que el triunfalismo y sus derivados son una hidra musculosa que rencarna en la concreción de políticas nacionales. No pocas veces se reproducen para esconder o empeorar problemas que afectan grave y cotidianamente la vida de los cubanos.

Este engendro de nuestro modelo socialista, nacido al vapor del cerco y la agresión externa, como forma de esconderle la bola al enemigo, terminó por convertirse en un comején institucional, que devora algunos de los empeños rectificadores y hasta las nuevas propuestas para sortear y superar la crisis actual.

Sus expresiones en la prensa, duramente criticadas en los últimos años, especialmente en los congresos del Partido, y en particular por el General de Ejército Raúl Castro Ruz, son solo la expresión en superficie pública de la falta de rigor en el ejercicio del periodismo, pero en su fondo se entrelaza con tendencias alarmantes que abarcan a muchas de las instituciones de la sociedad.

Una de sus expresiones más paralizantes es intentar dar respuestas simples, para no decir simplistas, y hasta acomodaticias, a dilemas más complejos. Cuando nos ponemos a nadar en la superficie, ignorando las corrientes y remolinos que se acumulan en el fondo, lo más seguro es que, como resultado, terminemos ahogados.

No son nada sencillos ni pueden aceptarse superficialidades frente a los desafíos tan crudos que tenemos en numerosos terrenos y la forma en que debemos afrontarlos, para que la insidia de las campañas enemigas por dañar el crédito de las instituciones de la Revolución no termine por combustionar con la ligereza o el desenfoque de nuestros propios razonamientos. Porque como ya alerté en otro momento, ellos son los que alimentan las respuestas fáciles a problemas muy complejos…

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