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La familia joven del Puente de La Chucha

En la finca de Osbey González Guerra, un grupo de jóvenes trabaja la tierra sin miedo, sin reparos, sin sustos. Con su liderazgo, que le viene en la sangre, siembran tabaco, yuca, frijoles, arroz y «todo lo que aparezca»

Autor:

Dorelys Canivell Canal

PINAR DEL RÍO.— Cruzando el Puente de La Chucha, unos cinco kilómetros adentro, por el camino de Manga Larga, en el consejo popular Vizcaíno, vive Osbey González Guerra, un joven que le sabe las cosquillas al tabaco porque las aprendió de pequeño, cuando se iba surco adentro con su abuelo, el Negro Chelao.

Allí, desde donde se divisa la cordillera y el Cerro de Cabras, la elevación más alta del municipio de Pinar del Río, un grupo de jóvenes trabaja la tierra sin miedo, sin reparos, sin sustos. Con Osbey como líder aseguran que no necesitan un jefe, porque «cada quien sabe lo que tiene que hacer», afirma Ariel Cabrera Llanes, llamado entre ellos El Chispa.

Sentado en la rueda de un carretón de bueyes escucha la conversación Yerandi Padrón Sabalo, otro guajiro de 27 años, quien siembra tabaco, yuca, frijoles, arroz y «todo lo que aparezca». Desde allí reafirma las palabras de su colega.

El tabaco como premisa

Cuando Osbey era pequeño, el abuelo y su padre ya hacían producir la zona. En este entonces no había quién le dijera al Negro Chelao que en sus surcos iba a entrar un tractor: «Eso es cosa de vagos», sostenía, mientras pasaba grilla y arado con los bueyes hasta que la tierra quedara bien preparada. Por esa fecha, apenas sembraban unas 50 000 posturas de tabaco.

Sin embargo, el tiempo pasó y el abuelo ya no está. Casi al final de sus días, Osbey le demostró que el tractor humanizaba el trabajo. Ahora siembran, entre el hijo y el padre, 400 000 posturas de tabaco de sol en una vega fina, y en la venidera campaña aspiran llegar a las 500 000, pues ya está a la altura de llaves y soleras la segunda casa de cura de ocho aposentos.

«La primera, el ciclón Ian me la dejó en el piso. Ese año sembrábamos y a la par íbamos construyendo la casa. La de vivienda de mis padres, también, la dejó sin techo y a la mía el viento le llevó el caballete», rememora el joven.

«A veces los desafíos hacen que uno se crezca. Somos unos diez jóvenes, más mi padre, Orestes González, y Jesús Padrón, a quien conozco desde que nací y me acompaña todos los días en el café antes de las siete de la mañana, debajo de esta misma sombra.

Dentro de muy poco, un comité de base funcionará en este lugar, donde la fuerza joven es mayoría. Foto: Dorelys Canivell Canal

«Somos familia, y hemos pasado mucho trabajo para llegar hasta aquí. En esta zona no hubo electricidad hasta hace unos cinco o seis años. Mi mamá, Oneyda Guerra, anhelaba eso con todas sus fuerzas. ¡Mira que habían hecho gestiones y nada! Los vecinos ponían tendederas y tendederas, llegaba la corriente y al otro día la cortaban, porque era una ilegalidad. Toda mi vida sin corriente, hasta que se hizo el proyecto, se colocaron los postes y nos la pusieron. Ahí nos cambió la vida», recuerda.

Pero los problemas no cesaban. En 2022, tras el paso de Ian, mientras Osbey trasladaba madera hasta la finca en un camión Sinotruk, el Puente de La Chucha colapsó.

Casi un año demoró en estar operativo de nuevo, pero allí está: «Lo tengo hasta pintadito de rojo, y debo agradecer la ayuda del Partido y el Gobierno para repararlo, porque sin ese puente me habría tenido que mudar».

«Los recursos no han faltado, no puedo decir otra cosa: los fertilizantes, el combustible… Antes no, pero ahora sembrar tabaco ayuda a mejorar nuestra economía y la de los trabajadores», apunta.

De esta campaña Osbey pagó mil pesos diarios a sus obreros, más un por ciento en MLC. También compró a cada uno una bicicleta todoterreno que Tabacuba puso en venta. Siempre les garantiza los almuerzos, que cocinan su mamá y su esposa, y parte de los alimentos que allí cosechan.

La fuerza de la juventud

Lo primero que hicieron cuando tuvieron las bicicletas fue pedalear hasta Viñales. Salieron bien temprano desde Manga Larga. «Aquello fue una fiesta», dice El Chispa, el único que fue en motorina para asegurar un registro audiovisual de la jornada.

Recientemente, realizaron en la finca una asamblea de ejemplares y, dentro de muy poco, cuando concluyan las verificaciones correspondientes, tendrán un comité de base.

En estos tiempos, en los que no pocos buscan el trabajo fácil, encontrar un colectivo como el de La Chucha es una muestra de que nuestra juventud jamás ha estado perdida.

«Solo se necesita estimular a los muchachos, entenderlos, escucharlos, que vean los resultados de su esfuerzo. Algo importante es que aquí prima la disciplina: son jocosos, siempre le están diciendo cosas a Jesús cuando les llama la atención o los requiere por algún motivo, pero no hay nunca una falta de respeto ni una voz más alta que la otra.

 

En la finca, que se erige en las inmediaciones del Puente de La Chucha, hay una suerte de familia donde confluyen experiencia y juventud. Foto: Dorelys Canivell Canal

«Debajo de esta mata de almendras almorzamos juntos, aquí debatimos los problemas de la finca, el trabajo... y nos damos unos tragos juntos», señala con orgullo sano.

Todo el mundo manda en esta vega, desde la madre que les prepara café y comida hasta el padre que intenta hacer entender a los muchachos. La esposa, bien jovencita, ubica a cada uno en su lugar y se va a los ensartes para que ni una hoja se eche a perder. Cuanto han logrado ha sido en familia, entre amigos.

Quizá por ello la vida les sonríe, allá, en el fondo de Manga Larga, después del Puente de La Chucha, desde donde se ve alguna que otra casita a la distancia y se divisa la cordillera imponente.

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