Líder histórico de la Revolución, Fidel Castro Ruz. Autor: Archivo de JR Publicado: 12/08/2025 | 09:29 pm
Nadie dictó un decreto o estatuto para que la celebración naciera cada 13 de agosto. Surgió espontánea y se hizo rito a medida que fuimos adentrándonos en la novela real de un ser humano distinto, con defectos y virtudes, que a menudo repetía, parafraseando a Martí, que hasta lo más glorioso del mundo cabe en un diminuto grano de maíz.
Nos acostumbramos a verlo con un rombo en los hombros, desafiando molinos que estaban más allá del horizonte. Era difícil no encontrarlo en lo grande y lo pequeño, en lo complejo y lo ordinario, a cualquier hora del día, como si su reloj no se cansara en la tensión y en las adversidades extremas.
Era capaz, sin que asustaran sus rodillas o se le quebrara la voz, de pronunciar discursos de varios kilómetros; era capaz de gastarse una broma en el instante menos pensado, de disertar sobre lo terrenal o lo celeste, y hasta de viajar al futuro para contárnoslo de manera sorprendente.
Su vida, que no debemos idealizar al modo de los apóstoles, fue un constante remolino; no conoció el reposo, mucho menos la monotonía. En todo tiempo fue volcán: desde que protagonizaba travesuras entre los cedros de Birán, desde que pasó por incontables sufrimientos cuando de pequeño lo enviaron a estudiar a Santiago de Cuba, desde que partió a la universidad habanera, donde se hizo más insurrecto e intranquilo.
Lo vieron discutiendo con un uniformado, anotando canastas deportivas y sociales, escribiendo artículos profundos, siguiendo el camino de Eduardo Chibás, nadando por la bahía de Nipe entre tiburones —después de una expedición fallida—, rescatando la campana de La Demajagua cuando algunos politiqueros querían convertirla en objeto buscador de votos.
Justamente, en el año del centenario del más grande de los cubanos, asaltó cuarteles y sacudió una nación; luego dejó para el futuro una de las más brillantes autodefensas en el juicio por los sucesos del Moncada; navegó de primero en aquel yate que de cáscara de nuez devino uno de los mejores símbolos de la libertad cubana. Rubricó en poco más de dos años una hazaña barbuda desde la Sierra.
Desde aquel alumbramiento de 1926 él no ha dejado de ser mencionado repetidamente; su nombre ha seguido incrustado en nuestras vidas en los momentos de turbulencia o de paz, en tiempos en los que hacen falta otras sacudidas.
Su nombre vuela en una paloma que se posa en un hombro de libertador, en un caballero que lucha contra ciclones sin aspavientos, en el significado multiforme de decir simplemente «¡Fidel!».