Heroína del Moncada, Haydée Santamaría Cuadrado Autor: Archivo de JR Publicado: 29/12/2025 | 10:30 pm
Haydée Santamaría se necesita en estos tiempos. En verdad, una persona como ella pertenece a todas las épocas y la razón se puede encontrar en Bertolt Brecht, cuando en sus versos se refería a los imprescindibles: esos que son útiles toda la vida. A Haydée la podíamos haber perdido en los 70 o en los 80 del pasado del siglo; tal vez en medio del período especial o quizá un poco más allá, y hoy se estaría diciendo lo mismo. Que ella se necesita en este tiempo.
¿Por qué esa mujer menuda es tan útil? ¿Por qué resulta tan difícil hablar de ella en pasado? ¿Por qué quienes la conocieron la recuerdan tanto y claman para que su figura no se olvide? ¿Por qué un Silvio Rodríguez, en su juventud díscola y fulgurante, daba vivas a Haydée Santamaría antes de iniciar un concierto en la Casa de las Américas? ¿Qué tenía Haydée?
Sin dudas, era una mujer trabajadora y abnegada. No podía ser de otra manera ante las responsabilidades tan grandes y delicadas que debió cumplir. No es fácil, por ejemplo, organizar a los emigrados en Estados Unidos y luego infiltrarse en Cuba, a pesar de que era una de las personas más buscadas por la policía de Batista. No era fácil andar con un maletero lleno de armas, como tampoco era sencillo recibir a una tropa armada, haciéndose pasar por la criada de la casa, ofrecerle café y agua, conducirla en el registro, atenderla en lo más mínimo, todo para que Vilma Espín tuviera tiempo de escapar por los tejados de Santiago de Cuba.
Valiente, lo era. Y esa condición es importante, pero no suficiente. Se puede ser osado y caer en los desmanes más grandes. Por lo tanto, Haydée tenía algo más y ese algo era su sensibilidad congénita. Una sensibilidad sinónimo de humanidad, y que la propia lucha, los peligros, las privaciones, las angustias la terminaron por ahondar. Y cuando eso ocurre es porque en esa personalidad hay un carácter.
Los artistas que la conocieron y trabajaron con ella coinciden en su capacidad de escuchar. No era una intelectual, pero era capaz de entender la naturaleza de ese trabajo como el más profundo de los creadores. Y como la entendía, la respetaba y, por consiguiente, defendía el espacio para esa creación.
De ahí su autoridad. De ahí su defensa cuando se impuso a criterios simplistas del arte y la sociedad, y defendió con pasión el derecho de un grupo de jóvenes a tener su propia trova, la Nueva Trova. Esa capacidad de escuchar, de hacer y de defender se necesita ahora.
Lo sorprendente es que, quien así actuaba, podía haberse llenado de odio. En Haydée hay una condición similar a la de Martí. Ambos vivieron el presidio. Ambos padecieron agonías terribles. Ambos podían haber salido de la cárcel llenos de fanatismo y deseos de venganza. La causa por la causa, y a cualquier precio.
Pero no fue así. De ahí el cariño que le guardaron. Era lo más sencillo y, al mismo tiempo, lo más valioso por la simple razón de que los afectos no se imponen.
Por eso, al conocer su muerte, la poetisa Fina García Marruz dejó que el dolor transitara en los versos y escribió:
«Los que la amaron, se han quedado huérfanos./ Cúbranla con la ternura de las lágrimas./Vuélvanse rocío que refresque su duelo./ Y si la piedad de las flores no bastase/ Díganle al oído que todo ha sido un sueño./ Ríndanle honores como a una valiente/ Que perdió solo su última batalla./ No se quede en su hora inconsolable./ Sus hechos, no vayan al olvido de la yerba./ Que sean recogidos, uno a uno./ Allí donde la luz no olvida a sus guerreros».
En ese recodo del tiempo donde los sueños siempre susurran, allí está Haydée.
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