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Camagüey vuelve a ser la capital teatral de Cuba

La oncena edición del Festival Nacional de Teatro que se desarrolla en esta provincia es el escenario idóneo para tomarle el pulso a la actividad escénica en el país

Autor:

Osvaldo Cano

Como viene sucediendo desde el ya lejano 1983, Camagüey vuelve a ser la capital teatral de Cuba. En su oncena edición el Festival Nacional de Teatro es el escenario idóneo para tomarle el pulso a la actividad escénica en nuestro país. Agrupaciones de diversas provincias han pujado aquí por alzarse con alguno de los codiciados premios puestos en disputa, al tiempo que dejan un rastro de opiniones, disfrutes o decepciones.

Entre los pilares que sostienen esta versión del evento están montajes como Charenton, Escándalo en La Trapa, Delirio Habanero, El ruiseñor, La virgencita de bronce o Stockman, un enemigo del pueblo. Todos ellos han sido reseñados con anterioridad en este mismo espacio. Sin embargo, no puedo sustraerme a la tentación de recordar la singular faena actoral de Pancho García, Alexis Díaz de Villegas, Laura de la Uz, Mario Guerra o Amarilys Núñez. Tampoco quiero pasar por alto la fascinante factura visual de Charenton, la magia y encanto de Escándalo... (poseedora de un diseño de vestuario digno de antología y capaz de condicionar el lenguaje interpretativo) o el juego chispeante y marcadamente titiritero presente en La virgencita... y El ruiseñor...

Una de las agrupaciones que ha retornado a esta plaza luego de feliz incursión en la anterior edición es el Guiñol Rabindranath Tagore. El conjunto remediano que conduce Fidel Galbán optó de nuevo por un texto que recurre a la rima, los juegos y las rondas infantiles. De caramelo es el título de esta propuesta que se queda a medio camino entre la revista musical y la estampa costumbrista. Se trata de un espectáculo menor con relación a Una manzana fuera de cuento, que resultó todo un suceso hace dos años. No obstante, el candor, la ternura, el juego interactivo con el público y el hecho de encarar, pese a visibles limitaciones, el musical, le confieren un innegable atractivo.

Teatro del Viento presentó, en su acogedora sede, Historia sobre el camino. Es esta una fábula de amor y desvelos en medio de la guerra, contada apelando mucho más a la intención poética que a la clarificación de la acción. Lo más sobresaliente de Historia... es la búsqueda de un lenguaje donde la plasticidad de los movimientos y la integración de recursos propios de la danza nos hablan de un cambio de rumbo del laborioso conjunto local. La reiteración de algunas imágenes y las carencias del texto terminan siendo su lado flaco.

Una farsa satírica que apuesta por la exageración y las situaciones francamente absurdas, fue el aporte del colectivo Teatral Granma. Norberto Reyes optó por seleccionar El poder de la imagen, una pieza del chileno Jorge Díaz. Si bien en un inicio los bayameses fueron capaces de crear un clima de identificación y suspicacia, lo extemporáneo de la trama y la repetición de recursos y mecanismos dramáticos hicieron languidecer al espectáculo. A su favor hay que hacer notar el buen nivel del elenco y la atinada utilización del espacio que hace el director.

Estudio Teatral Macubá estuvo en la liza con un clásico de la dramaturgia cubana: La noche de los asesinos, ahora titulada Restos en la noche. Mateo Pasos, siguiendo el rumbo de la poética que caracteriza a Macubá, vinculó el intenso juego teatral contenido en el texto con los rituales religiosos de raíz africana. Gracias al buen nivel interpretativo y la acertada utilización de algunos elementos de utilería, Restos... alcanzó un nivel acorde a las exigencias de un certamen de esta naturaleza.

Cometería el craso error de intentar tapar el sol con un dedo si dejara de decir que la selección previa al evento conspiró contra su brillantez. Es obvio que el Festival no puede ser mejor que el teatro que hacemos, pero sucede que la distancia, en términos de calidad, entre unos espectáculos y otros, es abrumadora. Ese es un mal evitable de varias maneras, y al hacerlo saldríamos ganando todos y muy en especial el enterado público agramontino. Con todo y eso, el Festival volvió a demostrar el poder de atracción y la capacidad de diálogo de nuestro teatro. La clara identificación de las actuales carencias, expresadas en la aceptación o el rechazo, es también una prueba de que el público ha aprendido a diferenciar las voces de los ecos y eso solo se consigue gracias al roce constante con lo auténtico.

Creo que el marcado desbalance de calidades apreciable en la cartelera del 11 Festival merece una reflexión profunda y sosegada. La presencia en los anhelados escenarios camagüeyanos no puede ser alcanzada como premio al esfuerzo. Son los resultados y la alta calidad artística los raseros que se deben tener en cuenta a la hora de conformar la programación. Sin que este sea el mejor momento para nuestro teatro, tampoco es el peor, y junto a ejemplos que sobresalen por encima del conjunto contamos con otros de una calidad aceptable. Lo que no debe suceder es que los contrastes sean tan drásticos. A una competencia como esta deben arribar solo aquellos que tengan algo que ofrecer. El hecho de no haberse tenido rigurosamente en cuenta estos indicadores le han aguado la tarde o la noche a más de un caminante. A pesar de eso los conversatorios y encuentros de creadores, las conversaciones informales y los improvisados debates en calles o plazas dan una medida de cuán conscientes somos de nuestras limitaciones y cuánto deseamos limarlas. Son estas otras aguas las que nos hacen aguardar esperanzados por un exitoso 12 Festival.

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