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El caricaturista es un defensor de la vida

Así opina el destacado caricaturista René de la Nuez, quien cerró una Exposición sobre su personaje El Loquito en una galería de la capital cubana

Autor:

Juventud Rebelde

Foto: Franklin Reyes

Medio siglo después de su primera irrupción en la prensa cubana, el más famoso de los personajes creados por René de la Nuez salió del encierro al que lo sometió su autor, y se adueñó de una de las galerías más hermosas de la capital: Villa Manuela. El suceso aconteció a inicios del mes de agosto, fecha en que fue inaugurada la exposición ¿Loco yo?, que se mantuvo abierta al público hasta el pasado viernes.

Desde el momento en que se dio a conocer la noticia, decenas de personas acudieron a ese pequeño espacio de la UNEAC a compartir con De la Nuez y El Loquito, personaje que hizo revolución y con el que logró expresar las esencias de una época y contribuir a transformarla.

Valiéndose de originalísimos códigos comunicativos que le permitieron burlar la censura, De la Nuez ayudó con su Loquito a mantener informado al pueblo de lo que pasaba en la Sierra Maestra. Nunca serán suficientes los homenajes para agradecerle a este creador su colaboración, también con toda la guerrilla latinoamericana, y por haber demostrado cuánto puede aportar este arte como medio de expresión.

A la altura de sus 70 años (recién cumplidos), este cubano de mediana estatura y sonrisa a flor de labios asume el oficio con el mismo sacerdocio con que se inició hace cinco décadas. «Todos los días lo primero que hago es dibujar. Comencé en la revista Páginas, en San Antonio de los Baños (mi pueblo natal), en 1955. A los pocos meses, vine a La Habana y me quedé trabajando en Zigzag, semanario que hacía humor con la política. Ahí viví la última etapa de esa publicación y creé a El Loquito. Fidel estaba en la Sierra y la lucha revolucionaria se convirtió en condimento para mis dibujos».

Considerado entre los 100 caricaturistas más importantes del mundo, René de la Nuez tiene igualmente el mérito de haber sabido despedirse de muchos de sus personajes con la misma valentía con que los ideó.

«Hay que seguir creando y no aferrarse a un personaje. Ellos tienen su vida, nunca mueren. Siguen presentes de alguna manera (la exposición que hice en Villa Manuela lo demostró) porque han cumplido su papel social.

«Decidí retirar a El Loquito porque al triunfar la Revolución su lenguaje ya no estaba acorde con la realidad. Mucha gente me dice que lo saque de nuevo. Pero no. Solo lo hice una vez y fue cuando el Primer Congreso del Partido, con el propósito de recordar el pasado.

«Lo mismo sucedió después con Mogollón y Don Cizaño. Al primero lo quemaron cuando se hizo la ley contra la vagancia, y al segundo lo enterraron simbólicamente en la Universidad al dejar de existir la prensa reaccionaria.

«Es cierto que eso a uno le da un poco de tristeza, pero también se siente alegría porque fueron útiles. De todos ellos el que queda vigente es El Barbudo, el cual surgió junto con El Loquito y llega hasta nuestros días.

«El Barbudo nace en la Sierra Maestra y dice lo mismo que Fidel. Es el pueblo con conciencia de sus derechos y es Fidel muchas veces. El Loquito y El Barbudo son los que más quiero, aunque no dejo de querer a los otros».

—Usted apostó siempre por el humorismo político, y aún lo hace. ¿Por qué?

—Soy parte de esta Revolución. Viví la etapa del entusiasmo, como la define Vázquez Montalbán, y no he dejado de ser un fidelista. Es por eso que mis dibujos en la prensa tienen esa fuerza de contenido político.

«Ahora estoy dibujando, diariamente, para el periódico Por Esto!, sobre la realidad de México y sobre problemáticas internacionales como la guerra de Iraq. También envío colaboraciones a algunas publicaciones cubanas, entre ellas Juventud Rebelde. Cada vez que tengo la oportunidad guardo uno y se los mando a ustedes. Me gusta mucho el tratamiento que este periódico le da a la caricatura (facilita el espacio que requiere para que se pueda apreciar).

«Otro tema presente en mi obra es el costumbrismo, la cubanía. Tomo del humor que está en la vida real, dentro del pueblo y lo reflejo tal cual es. Ese humor está en la serie Pícara Habana, en ¿Loco yo? y en libros míos como el de la bicicleta (Cuba bici) y Cuba XXV».

—¿Cuánto le enseñó El Loquito como profesional y como ser humano?

—Mucho, porque dentro de su locura era un personaje muy tierno, y en el humor no se puede ser grosero. En lo profesional me permitió aprender que la composición del dibujo es vital, es como una escena donde planteas todo. Cuando hay una buena composición, el dibujo es más creíble y tiene una comunicación rápida.

«El Loquito era una viñetica muy reducida. Gracias a él tuve la satisfacción de convertirme, con el tiempo, en un dibujante que crea opinión y cuando a uno le pasa eso tiene que tener mucho cuidado. Pero también es lo máximo. Te identifican por la línea, y el dibujo que haces llega a su destino.

«Al mismo tiempo, El Loquito me lastra, en el sentido de que las personas siempre buscan una clave en todo lo que hago. Eso es algo que no me he podido quitar de encima y me ha traído problemas, porque a veces piensan que quise decir una cosa y es otra».

—¿Qué hay de usted en cada uno de sus personajes?

—Estoy yo indudablemente. Pero cada uno es una forma mía de ver el entorno. No me caso con ninguno. Trato siempre de que mis dibujos parezcan acabados de hacer y eso es difícil. No obstante, lo intento. Voy dejando pedazos en cada personaje, en este arte que es el trabajo del humorista gráfico y que puede llegar a ser doloroso, porque detrás de la risa siempre hay una lágrima.

—¿Qué importancia le atribuye al texto dentro del dibujo gráfico?

—Creo que puede tener texto siempre que este, por sí solo, no lo diga todo. Ambos deben interrelacionarse, de modo que para entender uno tengas que acudir al otro. Lo ideal es el dibujo mudo. Yo trato de poner muy poco texto a mis dibujos. Solo lo uso cuando la caricatura necesita una explicación breve, y me apoyo entonces en uno pequeño, ligero.

—Usted ha tenido que hacer humor al lado de la muerte...

—El caricaturista tiene que ser un defensor de la vida y de las ideas populares. Nuestro compromiso social es con los humildes, los indígenas, los oprimidos. En Cuba hemos tenido esa tradición y todavía se mantiene. Contamos con un movimiento muy interesante que ha estado siempre a la vanguardia en América. Los miembros del Dedeté, por solo citar un ejemplo, están a la altura de cualquier humorista del mundo.

«Con una línea puedes tener una posición ideológica, dependiendo de cómo la traces. Participé con mis dibujos en la Revolución Cubana, la guerra de Vietnam (antes de ir allá hice más de mil dibujos sobre ese conflicto bélico y los vietnamitas me invitaron), la revolución sandinista.

«Vi morir a muchas personas y estoy en contra de la guerra. Esas imágenes no podré olvidarlas nunca. Pero ayudé a informar al mundo de lo que estaba sucediendo y estoy orgulloso de eso. Fui el único humorista gráfico extranjero que estuvo en la guerra de Vietnam.

«El humor puede ser muy duro. No solo sirve para reír. Cuando se trata con seriedad, y no como una manera vulgar de hacer chistes, llega a convertirse en una eficaz arma de denuncia y expresión».

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