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Lecturas frente al mar: Crónica del viaje infinito

Las letras han insistido en irradiar conocimientos y en generar una sana adicción; por eso se abrieron paso entre puertos y ciudades, montañas y carreteras, sin detenerse siquiera ante las inclemencias del tiempo Tintazos El cuarto 101 Con Luis Marré en su octogésimo cumpleaños Poesía de... Osmany Oduardo Guerra La lectura, coloración del ser Valga los duendes que nos rodean...

Autor:

Juventud Rebelde

Foto: Roberto Meriño Las letras escaparon de los anaqueles. Veraniegas y risueñas emprendieron una travesía frente al mar. Tomaron como puerto la explanada de la Punta y allí vieron bogar mar afuera toda una flota de Barcos antiguos que, confiados en la luz del faro, cumplían con su destino de surcar todos los océanos del conocimiento.

Deslumbradas, las letras prefirieron refugiarse en un barquito de papel. Este, con tres listas de colores y una estrella ondeando en su mástil, se abrió paso rápidamente por la Avenida del Puerto desafiando la proximidad de bergantines, fragatas y galeones.

Navegaron con suerte las letras entre un mar de transeúntes —aún más afortunados— que llenaban su aljaba de títulos como Poesías de amor latinoamericanas, El Tábano, Bolívar, Corazón...

La Maestranza fue ineludible y no pudieron dejar de anclar en sus jardines; allí graciosos personajes de la literatura cubana cobraban vida en la piel de los niños y las niñas. Se divirtieron, entonces, con las zalamerías de una Cecilia Valdés, y juguetearon con Elpidio y su amigo Pepito, quien —solo por esta ocasión— cabalgó en un Palmiche de madera.

Siempre bordeando el mar, se acercaron al café literario situado por Ediciones Unión al lado del monumento de Hasekura Tsunenago. Apenas lograron despegarse de los labios aquella taza con sabor a poesía y aún camino a la Plaza de Armas resonaban muy adentro las voces de Virgilio López Lemus y Basilia Papastamatíu.

Ya en el Templete, la verja abierta junto a la milenaria ceiba les invitó a andar La Habana de Cecilia Valdés, una ruta que siguieron, fascinadas, de la mano de Eusebio Leal Spengler.

El Historiador de la Ciudad propuso también girar Bajando por la calle del Obispo; un texto donde Reinaldo Montero comparte el reino de las palabras con ilustraciones y grabados de la época colonial para mostrar, en complicidad, la historia de una calle que cuenta la vida de toda una ciudad.

La barca de las letras acogió en su seno las legendarias imágenes pintorescas y acomodó junto a ellas las contemporáneas de José Luis Fariñas, que también presentan La Habana adornada por la poesía.

Ya es medianoche y las letras siguen navegando; a lo lejos se siente una guitarra rasgar sus últimas notas. Pero al concierto de palabras escritas, cantadas, leídas o dibujadas no le está permitido naufragar: ineludiblemente decidieron continuar su viaje infinito allende la quietud de la bahía, hacia tierra firme. Anclaron ayer en las capitales provinciales y en otras ciudades de la Isla.

Han insistido caprichosamente en irradiar conocimientos y en generar una sana adicción; por eso se abrieron paso entre puertos y ciudades, montañas y carreteras, sin detenerse siquiera ante las inclemencias del tiempo.

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