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Exhiben en La Habana exposición Arte popular platero del Perú

Cincuenta piezas de orfebrería, joyería, filigrana y escultura pueden verse en el Oratorio San Felipe Neri hasta el 31 de agosto

Autor:

Jaisy Izquierdo

Cuenta la leyenda, que en 1630 el pastor indígena Waricapcha entró a una cueva del Cerro de Pasco para refugiarse de una lluvia torrencial. Allí pasó toda la noche y se quedó dormido al calor de una fogata alimentada con paja seca. Su asombro cuando despertó fue encontrar, brillando entre las cenizas, un filón de plata.

Pero con pasmosa ingenuidad el pobre pastorcillo compartió la noticia con un hacendado, quien prontamente abrió varias bocaminas en el lugar, convirtiéndose este, a partir de entonces, en el eje de producción minera del Virreinato del Perú.

Tal personaje de facciones indígenas, que respondía —según algunos— al nombre cristiano de Santiago, se puede ver hoy con su morral al hombro y sus raídas vestiduras, convertido en escultura primorosa, labrada en el preciado metal que un día vio pero nunca pudo disfrutar.

Esto fue posible gracias a la exposición Arte popular platero del Perú, que se exhibe en el Oratorio San Felipe Neri hasta el 31 de agosto, donde el Waricapcha andino nos llega acompañado de objetos de orfebrería, joyería, filigrana y escultura. Cincuenta piezas en total que, además de originales y únicas, fueron galardonadas en el Concurso Nacional de Plata de Perú, que se desarrolla desde 1997.

Es una oportunidad excelente para disfrutar diminutas figuras elaboradas al detalle, por artífices que parecen amoldar sus creaciones con la soltura del pincel cuando marca un lienzo.

La plata, conocida también como oro blanco o como lágrimas de la Luna, aparece como un finísimo tejido alcanzado en la técnica de la filigrana, donde hilos de distinto grosor se combinan entre espacios y vacíos para dotar de un sólido ropaje a la pieza, que luce la apariencia de una traslúcida vulnerabilidad.

Es el Pavo cofre, de Agripino Huamán, una de las obras que mejor evidencian la pericia de los plateros, en las manos de uno de los más notables artesanos de Huamanga. Se trata de un pavo íntegramente trabajado en filigrana, con alas y cola móviles que al ser levantadas permite que sirva como joyero, a la vez que constituye exquisito adorno.

Aunque la filigrana es una de las técnicas más apreciadas por su belleza y acabado, también sobresale por su precisión el martillado, que se puede apreciar in situ, congelado en Artesanos orfebres escultores, de Ángel Guillén, donde el artista modela todo un taller de artesanos que están confeccionando una pieza de plata, en este caso una cabeza de caballo.

El martillado es la etapa inicial de este proceso, y consiste en el golpeteo sobre un yunque de piedra para darle la forma deseada a la figura, que será posteriormente cincelada con herramientas de diferentes tamaños, para luego ser soldada y pulida hasta que la brillantez del objeto dé por terminada la obra.

Con estas simples herramientas, los plateros peruanos han realizado a lo largo de los siglos sofisticadas piezas que mucho nos pueden contar de su idiosincrasia y maneras de entender la vida.

En la muestra se puede conocer de personajes pintorescos que asomaban en la época colonial, como La tapada limeña que, a la usanza de las mujeres del virreinato, sale a la calle envuelta en su mantilla dejando tan solo un ojo al descubierto.

Las glorias del imperio inca son atisbadas en La furia de Ollantay, el más valeroso y leal guerrero que tuviera el Inca Pachacutec, y que fuera desterrado por osar pedir la mano de la princesa Lucero Alegre, quien solo podría contraer nupcias con alguien de su linaje.

Otros personajes bien atractivos que nos hablan de la cultura popular son Los huaylas, alegre pareja de baile que festeja la siembra de la papa; el Pregonero del pan, quien desde temprano en la mañana anuncia con su corneta la cesta llena de panes y empanadas; y el Hombre del nevado ukuku con los dos bloques de hielo que ofrecerá al Señor del Qoyllur, en una de las fiestas más grandes de América. Durante el Qoyllur Ritti, estos danzantes portan un látigo para imponer el orden en la peregrinación al santuario de Sinakara, que se encuentra a 4 880 metros sobre el nivel del mar.

A estas obras debemos sumar, inevitablemente, Cosechando en el valle sagrado, escultura que se vuelve el centro de la exposición, y que encarna a un campesino con segadera en la mano y enormes plantas de maíz cargadas sobre la espalda,  una armónica composición que induce a avizorar detrás de los enormes granos y por entre las hojas de las mazorcas, todo el paisaje de los Andes con alguna que otra construcción inca a la distancia.

Arte popular platero del Perú es una ocasión de lujo, que ostenta con galas plateadas la no menos rica cultura andina, expresando la continuidad de un arte nacido en el corazón de los imperios sudamericanos y que hoy pervive con toda su fuerza artística, cultural e histórica.

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