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Lainier busca la imperfección

Conversar con este joven de 24 años es escuchar una sucesión de intereses, que hacen preguntarse: ¿es un pintor?, ¿fotógrafo? o por fin, ¿realizador de audiovisuales?

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

CIEGO DE ÁVILA.— Ana Belén te observa con las piernas cruzadas. Lo hace con una mirada mitad dulce, mitad maldita; aunque no tan perdida como la que mostró en Estambul cuando filmó La pasión turca. Porque por eso ella está ahí, en esa revista de cine. Para hablar de una cinta donde erotismo y cierta irracionalidad se dan la mano en una mujer que se busca a ella misma.

Siguen artículos sobre Javier Bardem, Johnny Deep, Stanley Kubrick y su filme La Naranja Mecánica, reseñas de las actrices Madeleine Stowe o Drew Barrymore; y hasta una historieta de las aventuras de El Zorro, no el de ahora —que anda en moto y con pistolas láser— sino el creado por Johnston McCulley en 1919, quizá más original. «Esa es una de mis grandes pasiones: el cine —confiesa Lainier Díaz López, integrante de la AHS y recién graduado de la Facultad de Artes Visuales del Instituto Superior de Arte (ISA). Tengo una buena colección de películas guardadas en formato digital. A veces sueño con hacer un corto, pero choco con el presupuesto. Aunque nadie sabe las vueltas que da la vida».

Desde la ventana de su cuarto, en el edificio de doce plantas de Ciego de Ávila, se puede ver casi entera la zona oeste de la ciudad. Una vista un tanto privilegiada en invierno y con un cielo de color plomizo, semejante a una fotografía colgada en la pared.

La imagen consiste en la estatua de una mujer contra un cielo gris bañando la divisa del dólar: In god we trust. «Esa figura es una estatua de la justicia y que está antes de entrar al juzgado de Santa Clara —dice Lainier—. La tomé por casualidad, como hice con otras. No es que buscara algo definido. Simplemente me llamaron la atención y las tomé».

¿Qué es la perfección?

Dice: «Esas imágenes —como otros trabajos—, los realicé impulsado por la imperfección. En la vida y en el arte, uno busca la perfección, pero ella no existe. Creo que es lo mejor. Si todo fuera perfecto, no existirían motivos para seguir buscando. Uno trata de solucionar los defectos de lo que hace y así busca y trata de experimentar».

Este joven de 24 años se interesó por el dibujo desde pequeño. Cuenta que de niño se vinculó a clases que se impartían en la galería de arte. Después llegaron estudios más en serio en la Academia de Artes Plásticas Raúl Martínez, de Morón; y en la Raúl Corrales, de la capital provincial. Hasta que culminó el ISA.

Conversar con él es escuchar una sucesión de intereses, que hacen preguntarse: ¿es un pintor?, ¿fotógrafo? o por fin, ¿realizador de audiovisuales?«Todo al mismo tiempo o mejor: simplemente un artista —responde Lainier—. Lo que uno hace es moverse por una zona de inquietudes. Cuando surge la idea, intentas seguirla hasta el final y el arte contemporáneo tiene ese poder de unión: no importa si es a la vez pintura, fotografía o una instalación con video y computadora: lo importante es que la obra diga algo».

Al hablar de sus influencias, no deja de mencionar a Luis Gómez, profesor del ISA y amigo suyo; y un pintor alemán, Gerhard Ritcher, uno de los más influyentes del siglo XX. De este último, Lainier admira su capacidad de experimentación constante.

«Es un hombre —dice— que se volvió hacia el lienzo y demostró que el dibujo aún tenía muchas cosas que decir, en medio de criterios que la pintura es un medio agotado. Ritcher demostró el error. En el arte lo único que muere es lo que se acomoda. Por eso la necesidad de la imperfección. Dicen que la Monna Lisa de Leonardo da Vinci es lo más perfecto que existe. A lo mejor, pero algún detalle tendrá. Leonardo no la terminó y fue lo mejor que sucedió. La perfección es acomodamiento».

Mi amigo Hall

En la última edición del Salón Provincial de Artes Plásticas Raúl Martínez, la computadora Hall, la de 2001: Odisea del espacio, se presentó e hizo un anuncio más o menos así: «Hola, soy Hall y estoy aquí para declarar que soy su amigo». Su tono galáctico era el mismo, sobrecogedor y con cierto aire de predestinación. Sin embargo los tintes amenazantes desaparecieron.

«Es una parodia de estos tiempos —explica Lainier—. La obra que ganó consiste en una multimedia donde el personaje central es Hall, la computadora creada por Stanley Kubrick para su película. El título es La obra perfecta y es una suerte de mundo paralelo entre la computadora y la obra de arte tecnológica, basada en las nuevas tecnologías que hoy están incorporadas a nuestra vida como algo normal».

Con esas preocupaciones se fue al Raúl Martínez y ganó el Gran Premio, otorgado por un jurado presidido por el artista Nelson Domínguez. Pero no es la única obra de ese tipo. Entre sus instalaciones con soportes tecnológicos, el joven posee una basada en la película Soy Cuba, de Mijaíl Kalatozov. A través de un personaje secundario, un cantor ambulante, crea una secuencia de cine mudo y se incorporan temas musicales de la actualidad cubana. Es una combinación de sus preferencias.

Ambas obras —como otras en él— surgieron de pedacitos de ideas que se hilvanaron durante días en su mente. Casi siempre aparecen cuando ve una película o en un momento de lectura. Después sigue un tiempo en la que ellas toman forma hasta que llega el momento del trabajo.

«Ahora laboro en una idea para la bienal de La Habana —comenta—. Es una continuidad de la obra presentada en el Raúl Martínez, pero esta vez Hall anuncia su muerte. No tienen continuidad o al menos así lo siento yo. Lo que sucede es que surgen de una misma matriz.

«¿A qué obra quiero más? No tengo ninguna, todas son como un hijo. Al nacer, uno lo tiene como el ser perfecto, lo que siempre deseó tener. Hasta que comienzan a crecer y a tener su personalidad propia y ahí aparecen los defectos. Entonces comienzas el ciclo. La búsqueda de una nueva obra para tratar de superar la anterior. Es la vida misma, un mundo de nunca terminar. Así es el arte».

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